Sobre el Ser
Por:
XE. ”Estin ἄra ἐx ἀnάgkhV tò mὴ ὂn ἐpί te kinήsewV eἶnai kaὶ katὰ pὰnta tὰ gέnh Katὰ pάnta gὰr ἡ qatέrou jύsiV ἔperon ἀpergaʒomέnh toῦ ὂntoV ἕkaston oὐtwVoὐk ὂnta ὀrqῶ ἐroῦmen, kaὶ pάlin, ὂνtoV, eἶνai te kaὶ ὅnta”[1]
[Extranjero. “Entonces es inevitable que el no ser esté en el movimiento y en todas los géneros. Pues en todas ellas la naturaleza de lo otro, al hacer que sea cada una otro que el ser, la vuelve no ser, y, al contrario, en cuanto participan del ser, que existen y son seres”]
Por primera vez se nos está presentando una perspectiva diferente en la filosofía de Platón y en el discurso sobre el ser, a saber, que se le da existencia a las cosas que, si bien es cierto, son pertenecientes al ser, empero, se creía que eran netamente no-ser y, por tanto, eran lo contrario al ser.
Con este diálogo sobre lo que se dice que es —perteneciente al ser—, estamos en presencia de la aceptación de que lo otro —en el contexto— es justamente lo que es distinto del ser, lo que significa la aceptación, además, de que el ser es visto aquí, como lo otro que el no-ser, como lo puede ser el movimiento, la quietud, lo otro. Todos estos predicados, que son pertenecientes al ser, son otra cosa que el ser, pero lo insólito —en esta época— es que estaba el pensamiento de Parménides, quien argüía que el ser es uno, quieto, inmutable, por tanto, el ser necesariamente se distanciaba del no-ser, lo que quiere decir, que todo lo que no es parte del ser cae en la categoría del no-ser obscuro e incognoscible, el cual en modo alguno se puede probar que exista, pues cae en la dimensión de lo aparencial, de lo fantástico, que no es otra cosa que la imitación de las cosas por vía errónea o por las veces de interpretar de otro modo lo que se imita, en conclusión, las cosas que se imitan se hacen de modo erróneo y fantástico, de una forma que no es la correcta, ya que se lo hace por vía de apariencia, por lo que se interpreta de lo que se ve, empero, de manera equivocada. Entonces, la forma que hubo de superarlo fue de argumentar que los entes presentes en la ϕύσις y de todo lo que hay son otra cosa que el ser, no obstante, son parte del ser, pues el mismo ser es otra cosa que los entes de quienes se habla mediante el ser; en otras palabras, que los no-seres existen, que el ser de lo otro existe dividiendo entre todos los seres en una mutua relación, contraponiendo cada parte de aquélla al ser: esto es el no-ser. Es que las clases se mezclan entre sí, que el ser y lo otro —el movimiento, la quietud, etc— según van penetrando las cosas y mutuamente entre ellos; lo otro participa del ser y existe debido a tal participación, “pero no es aquello de que participa sino otro, y siendo otro que el ser, existe con toda certeza y por fuerza como no-ser; y, por contrario, el ser, al participar de lo otro, será otro respecto de las otras especies, y siendo otro que todas ellas, no es ni cada una de ellas, ni todas las demás, excepto él mismo; de manera que el ser, de modo indudable, no es millares y millares de veces, y los otros, tanto individualmente como en su conjunto, son de muchas maneras y de muchas maneras no son[2]”. Lo otro va penetrando al ser —como no-ser— desde una perspectiva de participación en el ser mismo, como existiendo paralelamente al ser, esto es, en su condición de no-ser, por tanto, lo otro o no-ser existe y convive con el ser siempre. Sin embargo, es de muchas maneras como no es de muchas maneras él mismo, por ejemplo no es cuando —de lo otro— se predica que es la quietud en relación al movimiento; la quietud es cuando se predica de ella y no es cuando entra en armonía o caos con el movimiento (con el concepto o género de él), pues no es con respecto al movimiento: es cuando participa del ser y no es cuando participa del ser, mas de manera directa, sino de algo que existe solamente.
Ahora bien, una vez reconocido esta relación entre las clases (o géneros) y su mezcla entre ellas, se empieza a develar que lo otro al “sucederle” esta situación con respecto al ser, puede ser, puede existir como el ser es; así, lo otro que es no-ser entra el ser como otro que el ser, pero con la “mirada” distinta que le remite el ser: lo otro existe como no-ser y como siendo respecto de los objetos a los cuales se le atribuyen (se predica de él a los objetos)
Con este antecedente, desde la perspectiva platónica, nos vamos acercando y al mismo tiempo distanciando[3] con la aserción cartesiana de que el cogito está en soledad con su existir y su pensamiento, lo que se relaciona con el tema de lo otro que el cogito, es decir, con la exterioridad a mí, al yo que es objeto de la conciencia y quien es el que piensa, pues lo exterior a mí, va edificando las relaciones que tengo con los entes que son distintos a mí, al mundo, la historia de la humanidad, el conocimiento del mismo y las personas que forman parte de todo lo que hay, esto es, el mundo y el ser (su desenvolvimiento y devenir). Por supuesto que la conciencia cartesiana se devela como lo que conoce todo, incluso lo exterior a él, pero de manera más complicada, pues tiene que buscar certidumbre en lo material, cosa que abandono en el tratamiento preliminar de la cuestión de la existencia de su conciencia al pensar que el existe.
Esta es la apuesta que se va franqueando desde la concepción cartesiana del cogito hasta la conciencia sartreana, pues la una iba mostrando la reflexividad y la otra la prerreflexividad y la reflexividad de la conciencia, esto es, que la conciencia que no es nada sino se encuentra con lo exterior (o mejor cuando se empalma por su propias estructuras con el en-sí) En la perspectiva cartesiana no se muestra, no se devela la cierta relación de nosotros con la exterioridad, pues lo único que importa es la relación entre la razón y el pensamiento del yo, del objeto de la conciencia, entonces, la conciencia reflexiva no da con lo exterior al serle imposible demostrarlo, en cambio, con la postura sartreana, que se inicia desde lo que uno padece mediante los sentidos, con la conciencia no-posicional de objetos, el sujeto va captando ya la realidad que le rodea, luego funcionará el aparataje racional, cuando experimente la exterioridad con mi cuerpo, con los sentidos; voy acercándome a la exterioridad, al mundo y luego voy aceptándolo en mi inmanencia, en otras palabras, voy viviéndolo —en mi calidad de un ser plenamente vitalista, voluntarista e irracional— y luego lo pienso, por ejemplo, voy a la plaza y me siento en la banca de ella, pero simplemente lo hago, otra cosa es que desde mi libertad de ir hacia allá, lo planee (decidiendo), pues esta dimensión no puedo negarla al ser siempre proyecto de mí mismo. No es pensada a priori, y por tanto, reflexionada todo el proyecto, sino que me proyecto, me hago siempre realizando acciones para ser; el pensar, el reflexionar es un acto que le va al sujeto cuando ya está configurada la acción: lo hago y lo pienso.
El presente ensayo es el resultado de la investigación acerca de la experiencia de lo otro, del mundo, del conocimiento, de la historia y el ser de la realidad humana. Se expone aquí la idea en investigación, de que los otros o los demás son parte importante de la estructura del mundo y del ser humano en general, es decir, la presencia en medio del mundo de otros aparte de sujetos que nos autoafirmamos como la especie que hay, como la subjetividad única presente en medio de las cosas y que es la única existente, la única conciencia con posibilidades de aprehender el mundo, al ser que él es y a su exterioridad. No obstante, los demás que circunscriben al sujeto y que somos cada vez nosotros —como sujeto-otro— nos mostramos como siempre relacionados con todo aquello que es, que coexiste y convive con los entes no humanos, sean ellos cualquiera, por ejemplo, el mar, los productos de nuestro trabajo (mesas, puertas, máquinas, etc.) y los objetos inertes presentes ahí en medio del mundo, lo que significa que siempre estamos lanzados hacia la exterioridad con las cosas que no-somos, pues la realidad humana al ser estructurado de ser-en-sí y ser-para-sí estamos justamente sobre la problemática del mundo como único lugar donde hacemos nuestras cosas, ya sea pensar, jugar, ver, proyectarnos y hacernos a nosotros mismos entre otras cosas.
Platón tiene razón cuando en el Sofista supera el argumento de Parménides, puesto que el ser y el otro se entremezclan, se reúnen para devenir en algo que no-es y que es dependiendo como se lo comprenda y aparezca ante nosotros, es decir, a veces el otro es otro que el ser y el ser a veces es otro que ese otro ser. Lo que quiero afirmar es que el otro es parte fundamental del yo como sujeto; es tan importante que en ese instante que yo contemplo algo y me las juego en esa acción, no me percato de la acción en mi conciencia, en el sentido de que no reflexiono primeramente en esa acción, sino que la vivo, incluso en el mismo instante o antes de hacerla, eso sí, pre-meditadamente; estoy superado por mi propia capacidad de hacerlo, sin embargo, cuando siento que me miran de inmediato recapacito y me percato de lo que estoy haciendo, lo pienso en otras palabras. Así, me avergüenzo por ser observado por alguien, empero, no por alguien en general, como lo puede ser la masa —eso es más terrible!—, sino por alguien en particular, pues lo veo a él singularmente y me veo encerrado en las tinieblas de la superación que el prójimo hace de mí. Lo que sucede es que cuando entra en juego la otra persona que se manifiesta en mi mundo o en el mundo en general, él me rompe la espontaneidad que poseo al ser la ‘única cabeza pensante’, pues llega y todo mi pensar y vivir se va en esa situación particular de la aparición o manifestación del otro en el terreno que sobrepaso cotidianamente, al nivel incluso de no darme cuenta que sobrepaso siempre las cosas del mundo para transportarme como yo o como simple pensamiento. Se ve que hay un hiato entre el mundo —mi mundo— y mi conciencia, sea ella prerreflexiva o reflexiva.
El otro es lo que aparece ahí cuando aprehendo las cosas, cuando interiorizo los entes que no tiene mis estructuras o cuando simplemente estoy ahí en el mundo desde mi propia ‘verdad’ o sólo parado haciendo mis cosas o mi modo de ser, concibiéndolo distintamente de aquellos, pues me avergüenzo o me veo con orgullo por mirarlo a él. De esto me doy cuanta cuando concibo ese alguien que me supera cuando lo quiero atrapar con mi mirada, pues o la desvía o la pierde o no mira. Cuando aparece ese otro es cuando me descubre en una ‘posición’ desfavorable, pues estoy mirando por una puerta. El otro aparece y me desarticula mi mundo.
Finalmente, la afirmación más importante está dada o más bien interiorizada a nivel de conciencia, pues es la única manera de comprenderlo, lo cual él también lo hace, pero desde la perspectiva de eso otro que es parte de la exterioridad que me pertenece —y me pertenecen a quien les escribe, es decir, un yo— cuando la interiorizo en la conciencia, en ese constructo que me permite albergar al ser que soy. Yo soy algo que posee ser y que posee nada, porque tengo que hacerme esencia, porque la conciencia es vacía sin la acogida de la exterioridad, del ser, del mundo; estoy siempre para lo otro, soy un ser-para-otro y un ser-para-lo-otro. Lo otro y los otros me son útiles en el sentido de que la conciencia , desde mi lugar, no es lo más importante, sino que la sensibilidad llama a la conciencia para que se entremezclen y así pueda yo conseguir mis proyectos fácticamente, así como concretamente y cotidianamente, ahí, en las relaciones con los demás. Esto quiere significar que son la conciencia, el cuerpo, el mundo que se mezclan, que toman vida cuando hago contacto con los otros, cuando le doy existencia para mí y para la humanidad, puesto que soy, como libertad y la encarnación del hombre. El otro y lo otro hacen andar la máquina del mundo y sus interrelaciones y relaciones entre los existentes; sólo el otro y yo damos vida al mundo en el sentido de su interpretación y comprensión, además de la experiencia y vivencia de relacionarse existencialmente.
En adelante se nos mostrarán las razones de las argumentaciones preliminares de la investigación acerca de que el otro existe tanto como existo yo, como subjetividad, libertad, como ente con sus propias posibilidades y que me hace siempre como proyecto por hacerse. Ambos nos hacemos, mas el prójimo me saca del entumecimiento de la mera contemplación: el otro nos adentra en el ser-para-otro que siempre hemos sido.
La idea central es que el mundo y el para-sí son manifestaciones de la unicidad de dos manifestaciones del ser —que en un principio no son más que dicotómicas— y eso es lo que in situ manifestamos y padecemos cuando ocupamos las categorías de la sensibilidad y sus manifestaciones sensoriales como lo es el cuerpo, pues es el cuerpo el que vive realmente en el mundo que el para-sí es.
[1] El Sofista, 256 d11-12/ e1-4
[2] El Sofista, 259 a9/b8
[3] Nos distancia porque es un cogito en soledad. No es el desarrollo de todo lo que hay ahí en medio del mundo y por lo mismo, siendo un antecedente para la exterioridad (para pensarlo); su efecto en la argumentación es superarlo e intencionar en forma de fenómeno la apertura hacia la exterioridad de la conciencia, es decir, echar a andar el aparataje de la plena vitalidad, voluntad e irreflexividad (en sentido de que es padecida, no de manera contraria a la reflexividad, lo que le quita el enfoque de pura animalidad consciente) del ser humano: la conciencia más humana, la vivencia, la experiencia sensible. Además, e incluso de manera contraria a lo anterior, que después de todo son concepciones solamente previas de lo que sucederá más adelante con la historia de la Filosofía, son “conceptos” meramente de la razón, lo cual nos acerca de una manera a Descartes, pero es de manera presente en las apariencias platónicas de la obscuridad, mientras que en Descartes es en la razón que tiene una certidumbre de sí al pensarlo como yo.