Exterioridad — experiencia y arte.

 

Por:

Carlos López Fafián

 

       “¿Acaso la poesía del mundo no es anterior a la verdad de las cosas e inseparable de la proximidad por excelencia, de la del prójimo, o de la proximidad del prójimo por excelencia?”[1]

 

¿Qué clase de verdad puede juntarse con la obra de arte sino una demasía de afuera -y quizás, en cierto sentido- un bien? Según la pregunta supone, cuestionar la obra de arte es partir de su verdad por verse como una exterioridad, como algo del bien, como algo de la experiencia.

  

  

La verdad estriba en mostrarse a sí mismo consciente de sí. Pero el ser puesto fuera de sí mismo, fuera del orden esencial devendría extraño, extranjero, otro, pues. Luego, el otro del mismo constituye una diferencia de ser, un modo que diverge del ser o más allá de las esencias. En efecto, el Bien que no es esencia (sino hyperoúsios) se sale en demasía de los límites ya que sobrepasa el orden de lo inteligible. Más allá de las esencias pasan cosas extrañas —el arte y la experiencia[2].

 

La pregunta por la obra de arte corresponde al Bien y éste a la experiencia. Pero lo sensible no está todo sometido a lo noemático, lo cual nos hace ignorantes de ello, pues está fuera de lo inteligible, del entendimiento. La sensibilidad es aiesthésis mas en el sentido de que es por sí explicada, ya que resta de la jerarquía de lo inteligible; sin embargo, puede ser pensada fuera de tal ordenación. En efecto, lo sensible o el quien se puede postular o pretender allende lo Dicho, o bien, de otra manera en función del logos rector, como Decir, como desdicha o dislocamiento del mismo del logos. Aunque traspase los límites de la comprensión, la verdad está en algo de lo sensible.

 

Sobra el Decir a lo Dicho que éste no puede clausurar o totalizar; sobra el Quién que queda fuera del Qué, es decir, la quis‑didad del quien es la alteración -o monstruosa desigualdad- de la quididad ontológica del ser. La posterioridad del qué de la pregunta ontológica ¿qué es ser? lo supone ya en existencia, o bien, que puede algo dicho de ser[3]: "La visión del ser y el ser remiten a un sujeto que se ha levantado más temprano que el ser y el conocimiento, más temprano o más acá, en un tiempo inmemorial […] El 'nacimiento' del ser en el cuestionamiento en que se mueve el sujeto cognoscente remitiría de este modo a un antes del cuestionamiento, a la an‑arquía de la responsabilidad al margen de todo nacimiento […] Decir sin Dicho una modalidad semejante de lo subjetivo, un de otro modo que ser[4]."

 

La visión del ser es otro en el mirar de la reflexión del ser sobre sí mismo; es otro que aparece a oscuras como subjetividad, que acontece o se cuela más allá o más acá del ser. Pero si un tal acontecer trata de ser, entonces no sería, ya que ello contempla la clara contradicción en la afirmación de la alternativa exclusiva del ser o no­‑­ser, pues en ese caso lo que se cuela sería no verdadero. La verdad no ha ni de faltarle ni de sobrarle cosa alguna -ni exceso ni defecto- ya que lo contrario implica además de la contradicción, la no totalidad, la variabilidad e incompletitud o la desmedida de verdad, es decir, faltaría a la proporción de lo inteligible, se hallaría impedida por sí misma, sería por tanto, no verdadera[5].

 

Es el significado aquello que excede o queda fuera del ser del ente, y que en lo Dicho se sintetiza; es lo que explica la ostensión del ser. Para que el ser signifique ha de referirse a una exterioridad del decir; debe haber un sentido que vaya desde el nombre hasta algo fuera del nombre. La exterioridad del nombre o el ser fuera de lo Dicho -del logos- es un problema. La otredad que atraviesa la comprensión de lo Dicho como ostensión del ser está condenada desde antiguo; lo que aparece es tan solo sombra de verdad. Un otro que tiene lugar en su manifestación -un quien que se nos aparece- alguien "de sangre y carne"[6] no puede ser reducido, disminuido en su individualidad, pues no es del todo represable en una determinada universalización -en un puño cerrado aun el agua se escurre entre los dedos-; lo que se escurre es un exceso que sobra a la fenomenología -más no a la ética-, la cual depende de la aparición, de la evidencia de este alguien que me encara, que me interpela. Un rostro incorporado o cuerpo rostrificado no es un mero sujeto, ni únicamente una aparición: no es la ejecución funcional o síntesis de un conjunto de datos o términos tematizados, no es una operación lógica o aperceptiva de lo Dicho, ni aún tampoco una imagen de lo verdadero, sino, más bien es el u‑topos , el u‑cronos del Decir[7].

 

El Decir significa o expresa aquello que excede o queda fuera del ser del ente sintetizado en lo Dicho; es lo que prueba la ostensión del ser. Pero la ostensión del ser a sí mismo es representación de una presencia no presente, lo cual conlleva una separación intrínseca del ser, y que corresponde pues, al tiempo, como la extraordinaria partición o alejamiento de la mismidad -separación del tiempo que no se reúne en el presente de la representación-: "El desfase del instante, el 'todo' descolgado del 'todo' (la temporalidad del tiempo) hace posible una recuperación en la que, sin embargo, nada se ha perdido. Descubrimiento del ser —del ser desgajado de su identidad, desgajado de sí mismo (lo que aquí se llama desfase) y recuperaciones de la verdad, entre lo que se muestra y la intención que lo plenifica—; o, lo que es lo mismo, mostración."[8] La verdad es síntesis aperceptiva. Es diferimiento temporal y envío local en la representación; ésta no es el retorno de un presente perdido presentándose nuevamente modificado o alterado, sino que es nueva presencia o presencia de lo nuevo[9].

 

A tal efecto, la totalidad del ser como mismidad queda separada, de modo que el alejamiento de lo idéntico respecto a sí mismo pareciera impedir a la verdad, parcializándola. Pero las partes no son iguales al todo, a menos que ello se considere en vista de la reflexión de éste en aquellas[10]. Cualquier conocimiento en su complejidad fundamental es un aparejo de imágenes, comporta la reflexión de una imagen sobre otra, pues el pensar se ve especular o especulativamente, por imaginación, por reflexión, en efecto. La imagen es término y figura que se exhibe en la exposición, término que evidencia la no plenitud de la verdad en la muestra parcial o aparente del ser. La apariencia es partición temporal, y el tiempo, una división, el exceso de una cosa de su esencia. El pensar en lo Dicho, en el logos o el reflejo -la especulación en el ser-, es sustantivo de una predicación, por tanto, sustracción de la continuidad temporal en función de la esencialización del ser. Y sin embargo, el Decir significa antes de la esencia, pero su significado se refiere al otro, al prójimo, que es ante todo, otro de la significación[11].

 

La sensibilidad es exposición al otro y Decir. El Decir es exposición y posibilidad de comunicación en la comunicación, esto es, sin que ésta pase por lo Dicho y por lo ya dicho, sin objetivar lo otro, en la exhibición de uno al otro. La apertura de la comunicación "reside en el descubrimiento arriesgado de sí mismo, en la sinceridad, en la ruptura, la interioridad y el abandono de todo abrigo,"[12]  en la desnudez de una interioridad volcada hacia el exterior hasta un puro hay; —pasividad llevada hasta el último término de lo que afuera es posible[13].

 

La sensibilidad no es disposición sino pasividad absoluta fuera de toda iniciativa. Es deposición de o en la acción, y de o en la principalidad. Como no iniciativa, es también no presente, ya que diverge de lo que existe en el tiempo; es el no principio del Bien, la propia vulnerabilidad… “sensibilidad en la cual el otro llama con una voz sin posible excusa[14]”. El otro o el prójimo como distante proximidad, es desconocimiento del desconocido en lo no-pensado. La proximidad es contacto con otro, pero el contacto es separación pues el otro es siempre otro: aun no se ha estirado la mano cuando ya se ha vuelto; es la condición de ser otro; la aparición de un Proteo no anunciado —cualquier expresión lo expropiaría de su propia alteridad. El prójimo "me ordena antes de ser reconocido, me concierne porque es otro de mi:"[15] es divergencia del presente, un más allá de toda presencia, expresión de la desproporción del infinito. El vínculo con él viene dado a la visión —visión sin ver, germen diseminado de la locura. El prójimo es un modo de la obsesión como otro o lo heteromorfo en mi, y con relación al conocimiento, "un gemido de lo humano totalmente otro;"[16] es sabido como obsesión sin ser él un modo de saber. El prójimo cuyo rostro es el no consciente mandato anacrónico que expresa otra temporalidad de la conciencia, es extrañeza en la representación, porque no es un fenómeno, sino una marca o huella de sí mismo, pues yace en la obsesión primeramente como fase impedida a desaparecer o a salir. El prójimo distancia la proximidad cuando aparece represado en imagen, se hace calculable, proporcional y no monstruoso[17], a la manera en que me destituye y libera, a la manera en que se puede decir: "yo soy capaz de dar cuenta de todo a través de mi identidad […] mi exposición a él […] desatan lo que es identidad en mí."[18] La proximidad es la confusión cronológica de la remenbranza. "La obligación suscitada por la proximidad del prójimo no está hecha a medida de las imágenes que presenta, sino que me concierne antes o de otro modo" -distinto de la reflexión del todo a la parte, en suma, de la imagen, de la apariencia de verdad-: “Tal es el sentido de la no-fenomenalidad del rostro[19].”

 

Un rostro no es un fantasma, no es la apariencia imaginaria o la huella de un objeto o una idea, sino, más bien, huella arrojada fuera de la huella; es la reducida entrada de un precipicio, la marca de una desmesura. El rostro es la desnudez del absolutamente otro que es un infinito en y que atraviesa mi identidad. El rostro es la contigüidad intermitente, la estrechez en la distancia o la angustia; es la enseguida inminencia exterior, la alteridad en la proximidad confusa, el rastro del infinito que me toma en la responsabilidad, que me convoca -es algo como una nada que me exige concebir respuesta del prójimo-: porque en su cercanía, su desarraigo, su total exposición y su desabrigo, se trastoca o suscita un decir, promueve la respuesta en mí. En la caricia la piel exangüe no es el límite o el aspecto externo que recubriría al rostro como cáscara de su carne, es en cambio, intervalo, diferencia y lejanía entre lo visible y lo invisible;[20] es "una invitación al bello riesgo del acercamiento en cuanto tal, a la exposición de tal exposición, a la expresión de la exposición, al decir"[21]. El rostro es invitación a algo más, en efecto, es instancia, llamado al acto: "En el acercamiento del rostro la carne se hace verbo, la caricia se transforma en decir”[22].

 

Fuera del orden esencial el rostro como el acto que es la obra de arte significan; en él todo mira, en ella todo ve, es visión, videncia. La obra de arte que es siempre otra, no se identifica en una mismidad, no se reduce a las esencias o a los conceptos de lo dicho o del logos, se escurre del saber; cuestiona la verdad cada vez que una de ellas se erige, cada vez que funda algo. La obra de arte no es un mero objeto, sino acto (condición por derecho) que pasa por una cierta y determinada complejidad material extensiva (su condición de hecho) la cual excede significativamente, o bien, es lo significativo de lo extensivo lo que en la obra es exceso; por lo que el acto -lo que yace insistentemente obrando-, es del orden de lo utópico: es otro de la materialidad con la cual se confunde, es otro diverso del fenómeno con el que se compone o es composición en sentido estético; es un por-venir de visiones, de devenires[23].

 

No hay una verdad, un todo del arte que cada obra refleje como imagen o apariencia particular. La obra de arte es algo en lo que aparece sin que ello aparezca propiamente; significa antes de conceptuarse. La verdadera obra de arte pro‑duce o suscita un decir antes de instalarse en lo dicho; su verdad es su novedad, presentar cada vez otra cosa. La obra de arte no es pasiva, es acto, puro obrar de la obra, ofensa cada vez nueva o cada vez otra, y siempre no‑dicha, es decir, cada vez desconocida. Aunque la obra opere con lo conocido, y menos que buscando formas nuevas, las encuentra (un poco como decía Picasso), las crea, las expone[24]. "Toda obra de arte es exótica, sin mundo;"[25] es exhibición fuera del mundo, fuera del abrigo de los tópicos, bien del saber, bien de la opinión (demasiado grande o múltiple el mundo es algo ya de lo dicho). Es exótica porque se ex‑pone, es un no morar, la expulsión de todo lugar, un salir fuera de unas ciertas condiciones o mediaciones (del orden de lo dicho) por las que pasa. El acto artístico es un nómada, un extranjero errante, un apátrida, un sin-techo. Es un astro que sale o se pone a la caída del Sol[26].

 

Es porvenir en otro sentido, es un acto fuera de la actuación, un real sin realización, la presencia del prójimo o la exterioridad de las cosas puestas, el afuera o más allá de las formas o esencias ya dadas; en este sentido y por su no-comienzo, se confunde con el Bien: un "algo siempre más primitivo que cualquier comienzo, la unicidad sin identidad;"[27] fuera del mundo es lo propiamente utópico y ucrónico[28].

 

 

¿Habremos desplazado demasiado la cuestión de la verdad (y la pregunta siempre roza el enigma), como no del saber o de la episteme, como divergente de la convalidación de la muestra, bien apodíctica, bien aporética? En cualquier caso ya no hay interés alguno de re‑cursarla. Verdad como tocar y decir, como enternecerse y decir[29], es tacto y desasimiento, tropiezo y arribo de paso, reblandecimiento. Verdad del arte, de la experiencia y de la exterioridad.

 

 

Bibliografía Citada.

 

ARAGAY TUSELL, Narcís, Origen y decadencia del logos. Giorgio Colli y la afirmación del pensamiento trágico, Editorial Anthropos, Col. Autores, Textos y Temas Filosofía, Barcelona, 1993.

 

LEVINAS, Emmanuel, De otro modo que ser o más allá de la esencia, Editorial Sígueme, Salamanca, 1987.

 

PLATÓN, La República, Col. El libro de bolsillo, Sección Clásicos, Alianza Editorial, Madrid, 1998.

 

 Bibliografía consultada.

 

AGAMBEN, Giorgio, El hombre sin contenido, Col. Ensayo, Ediciones Áltera, Barcelona, 1998.

 

BATAILLE, Georges, La experiencia interior, Col. Ensayistas, Taurus Ediciones, Madrid, 1971.

 

------------, ----------, Las lagrimas de Eros, Col. Los cinco sentidos,  Tusquest Editores, 2000.

 

------------, ----------, Sobre Nietzsche, Col. Ensayistas, Taurus Ediciones, Madrid, 1979.

 

Del BÚFALO, Erik, El rostro, lugar de nadie [en imprenta].

 


[1] E. Levinas, De otro modo que ser o más allá de la esencia, Editorial Sígueme, Salamanca, 1987, nota del autor, No10, p.135.

[2] Cf., op. cit., E. Levinas, p.75; Platón, La República, Col. El libro de bolsillo, Sección Clásicos, Alianza Editorial, Madrid, 1998, L.I, XIX, § 509b-c, p. 362.

[3] Cf., E. Levinas, op. cit., pp. 69, 72-3. 

[4] Ibid., pp. 72-3.

[5] Cf., ibid., pp. 74-5.

[6] Ibid., p. 136.

[7] Cf., ibid., pp. 74, 86-8, 95, 126, 158. Véase especialmente, la nota del autor No 35 de ésta última página.

[8] Ibid., p. 75.

[9] Cf., ibid., pp. 75-6, 87-8, 138. 

[10] Véase supra, nota No 5.

[11] Cf., ibid., pp. 76, 87-8, 96-97.

[12] Ibid., p. 101.

[13] Cf., ibid., pp. 100-2, 132.

[14] Ibid., p. 136.

[15] Ibid., p. 148 (citado con ligeras variaciones).

[16] Ibid.

[17] Cf., ibid., pp. 126, 133, 143, 147-51.

[18] Ibid., p. 151.

[19] Ibid., p. 152.

[20] Cf., ibid., pp. 152-62.

[21] Ibid., p. 158.

[22] Ibid.

[23] Véase, infra nota No 26. Acerca de la visión Levinas escribe: "En toda visión se anuncia el contacto; la vista, el oído acarician lo visible y lo audible. El contacto no es abertura sobre el ser, sino exposición al ser." [En: Ibid., p. 139].

[24] Véase en otro sentido: Ibid., p. 91.

[25] Ibid., p. 92 (citado con ligeras variaciones).

[26] Cf., ibid., pp. 91, 92, 101, 125.

[27] Ibid., p. 112 (citado con ligeras variaciones).

[28] Cf., ibid., pp. 112, 133, 159.

[29] Debemos la sugerente expresión "la verdad es un «tocar y decir»", o en cambio, lo "«verdadero» significa "enternecerse y decir" a Giorgio Colli, quien la toma -por así decirlo- de Aristóteles. Véase al respecto, Narcís Aragay Tusell, Origen y decadencia del logos, Giorgio Colli y la afirmación del pensamiento trágico, Editorial Anthropos, Barcelona, 1993, p.260 y nota al pie no 192, p. 261.