Notas Sobre Mitología Constitucional... (Parte I)

Este texto formará parte de un libro homenaje al desaparecido Decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Central de Venezuela, Dr. Boris Bunimov-Parra, con motivo del primer aniversario de su muerte. La fecha prevista de edición es diciembre de 2005

 

Por:

Carlos Raúl Hernández

Doctor en Sociología de la Universidad Central de Venezuela

Master en Ciencias Políticas de la Universidad Central de Venezuela

carlosraulhernandez@hotmail.com

 

 

INTRODUCCIÓN

 

Este trabajo aborda su objeto a través de seis subtítulos. El contenido de los dos primeros se ocupa de las relaciones entre fuerzas históricas contradictorias, pero hoy integradas, como son la democracia y la libertad; el tercero, de la síntesis que la humanidad posmoderna ha logrado entre estas dos, fijada en los límites de esa realidad político jurídica denominada constitución democrática representativa. El cuarto está destinado a analizar algunos pocos conceptos básicos en la elaboración de la constitución francesa de 1791 que puedan servirnos de guía práctica para comprender el mecanismo político que la hizo posible. El quinto persigue ubicar las dificultades que atraviesa la construcción del concepto de pueblo. El sexto se refiere al poder constituyente del período en cuestión. Reconstruir en el nivel conceptual el carácter de algunos elementos del proceso que dio origen al Estado Representativo o Estado Constitucional, desde sus primeros pasos hasta llegar a nuestros días, puede contribuir al debate sobre las instituciones actuales. Nos ocuparemos de analizar algunos aspectos del fenómeno conocido en la teoría como proceso constituyente particularmente en la Francia Revolucionaria, desde la Declaración de los Derechos del Hombre en 1789 hasta la aprobación de la Constitución en 1791.

 

Nociones más importantes: Democracia constitucional, Estado representativo, constitución, voluntad general, democracia directa, soberanía, pueblo, poder constituyente.

 

 

I. LOS LÍMITES DE LA CONSTITUCIÓN DEMOCRÁTICA

 

Con la civilización democrático constitucional, la humanidad experimentó una abismal transformación económica, política, social, cultural. De aquellas sociedades sencillas en su estructura y de pobreza abrumadora, llegamos a las postindustriales o posmodernas, cuya producción social de riquezas deja pálidas las más delirantes imaginaciones del pasado[1]. Ese cambio guarda estrecha relación con la evolución de las sociedades liberales a las democráticas, consecuencia del Estado Constitucional que garantizó a los ciudadanos la igualdad ante la ley, para luchar por la igualdad social y crear organizaciones propias en la defensa de sus intereses. Esto lo conocemos como Estado Social de Derecho. El papel del movimiento obrero organizado, los medios de comunicación, la Iglesia y los partidos políticos fue determinante en ese proceso. En el presente posmoderno tendría importancia teórica y política reconstruir en el nivel conceptual el carácter del proceso político e intelectual que dio origen al Estado Representativo o Estado Constitucional, desde sus primeros pasos hasta llegar a nuestros días, para comprender la historia y la prehistoria de las instituciones actuales. En estas páginas nos ocuparemos de analizar algunos aspectos de la tensión histórica entre dos de los principales principios fundamentales de la civilización occidental; libertad  e igualdad, liberalismo y democracia, democracia política y democracia social, pares que pueden ser intercambiables, y algunos de los componentes del fenómeno conocido en la teoría como proceso constituyente, que dio origen a las sociedades democráticas al resquebrajar las murallas del Absolutismo, es decir, del poder personal, para fundarlo en leyes e instituciones. Así se evidencia particularmente en la Francia Revolucionaria, desde la Declaración de los Derechos del Hombre en 1789 hasta la aprobación de la Constitución en 1791.

 

Durante esos dos siglos de intensas luchas sociales, no cesa el intento de construir sistemas políticos alternativos a la democracia realmente existente, democracias populares, definidas por el ejercicio directo de la soberanía originaria. Difícilmente podamos conseguir en la historia una empresa más sistemática, persistente, cruenta y heroica, pero al mismo tiempo más fracasada, que la de eliminar las injusticias sociales a través de la “construcción” de un orden político superior y más democrático que la democracia representativa constitucional. El marxismo intentó relativizarla históricamente, darle un contenido de clase y apelar al poder constituyente originario de su versión de pueblo como una amenaza constante a la democracia representativa. Por eso Marx la llamó democracia burguesa, aunque lo que él conoció fue un régimen político aún subdesarrollado. Murió en 1883 mientras el sufragio universal se establece en Finlandia, Bélgica y Suecia respectivamente en 1906, 1917 y 1921. Prusia lo asume en 1907 y Holanda y EE.UU. después de 1920. La única experiencia de sufragio universal que Marx vivió fue la francesa de 1848 y ejerció en él una auténtica fascinación, porque la veía como un mecanismo ideal para destruir el Estado democrático y construir la dictadura[2].

 

De acuerdo con la marcha de la evolución histórica sólo puede llamarse democracia - más allá de aspiraciones y utopías- al sistema de gobierno, sustitución de élites políticas y resolución de intereses opuestos, basado en un método: el sufragio, la representación, la igualdad formal ante la ley, la separación de poderes y las garantías de derechos civiles y ciudadanos que permiten el trámite pacífico de las relaciones de poder[3]. Es decir, la representación. Ese es el único sistema hasta ahora creado por el hombre que ha demostrado propiciar condiciones para que los diversos agrupamientos sociales luchen por la igualdad de oportunidades y la justicia social[4]. Por eso afirmar que la democracia “no es sólo un método de procesar las relaciones políticas sino una condición social” puede ser razonable en la medida en que sólo en la democracia se puede conquistar una mejor situación social, como está demostrado. A diferencia del constructo ideológico de la democracia popular, consejista, o de la fracasada y efímera realidad histórica de la democracia directa griega, el sistema político democrático moderno es lo que John Stuart Mill llama el “gobierno representativo”[5]  y otros autores la democracia constitucional. Las democracias, por avanzadas que sean, no garantizan la felicidad de todos los seres humanos, ni se asumen como “el paso del reino de la necesidad al reino de la libertad”, donde los hombres gozarían de una libertad superior puesto que ya no estarían encadenados por necesidades insatisfechas. La democracia representativa comienza por reconocer sus limitaciones y la pervivencia de desarreglos sociales, aún cuando crea las condiciones institucionales para su auto-reforma. El concepto de democracia representativa y constitucional es vital para el sistema de convivencia, así como para la política propiamente dicha, porque resuelve la contradicción histórica y teórica entre democracia según el modelo clásico de poder total del pueblo y por otro lado la libertad de las personas para actuar libremente de acuerdo con la ley, incluso en contra de los criterios del Estado y de las mayorías. La democracia, en sus acepciones clásica y revolucionaria, impone la obediencia irrestricta a la voluntad del gobierno o de la mayoría, su poder sin freno, que sólo existe en efímeros episodios, para ceder el paso al autoritarismo. La democracia constitucional es la realización de la teoría del gobierno limitado, que concede derechos inviolables a los individuos y las minorías, basados en la libertad. Montesquieu, el padre de la estructura constitucional del Estado moderno, habla de “gobierno moderado”, de ramas separadas para obstaculizar la tiranía de un magistrado y permitir la libertad de los individuos. Para él sólo puede hablarse de constitución (se refiere a Inglaterra) donde exista poder moderado: separación de poderes y garantía de derechos individuales. Esto excluye la existencia de constituciones en los regímenes autoritarios, por mucho que existan textos constitucionales para dar impresión de juridicidad. Sólo existe constitución para defender la libertad y no los es cualquier libelo para disminuirla o conculcarla.

 

Hay en cada Estado tres clases de poderes: el poder legislativo, el poder ejecutivo de los asuntos que dependen del derecho de gentes y el poder ejecutivo de los (asuntos) que dependen del derecho civil. Por el poder legislativo, el príncipe o el magistrado, promulga leyes para cierto tiempo o para siempre, y enmienda o deroga las existentes. Por el segundo poder dispone de la guerra y la paz, envía o recibe embajadores, establece la seguridad, previene las invasiones. Por el tercero castiga los delitos y juzga las diferencias entre particulares. Llamaremos a este poder judicial y al otro, simplemente, poder ejecutivo del Estado.

La libertad política de un ciudadano depende de la tranquilidad de espíritu que nace de la opinión que tiene cada uno de su seguridad. Y para que exista la libertad es necesario que el gobierno sea tal que ningún ciudadano pueda temer nada de otro.

Cuando el poder legislativo está unido al poder ejecutivo en la misma persona o en el mismo cuerpo, no hay libertad porque se puede temer que el monarca o el senado promulguen leyes tiránicas para hacerlas cumplir tiránicamente

Tampoco hay libertad si el poder judicial no está separado del legislativo ni del ejecutivo. Si va unido al poder legislativo, el poder sobre la vida y la libertad de los ciudadanos, será arbitrario, pues el juez sería al mismo tiempo legislador. Si va unido al poder ejecutivo, el juez podría tener la fuerza de un opresor[6].

 

La democracia constitucional surge, según veremos, para ponerle freno al poder del Estado y con el paso del siglo, de las mayorías, y no para establecer una “tiranía de mayorías”, máscara de un partido o simplemente de minorías. Un autor contemporáneo, John Rawls resume los componentes de una constitución, vista ya la experiencia histórica y teórica de la evolución de la democracia actual, que recoge el mismo espíritu de los planteamientos que dos siglos antes hacía Montesquieu. Es vital su concepto de constitución para saber cuándo la hay efectivamente más allá de los textos constitucionales que justifican autocracias:

 

Todos los adultos responsables, con ciertas excepciones generalmente reconocidas, tienen derecho a tomar parte en los asuntos políticos y el precepto de (que) un elector (vale) un voto es respetado en lo posible. Las elecciones son justas, libres, y regularmente convocadas. Muestras esporádicas e imprevistas de la opinión pública mediante votación u otras formas o, en ciertos casos, como convenga a aquellos que ocupan puestos de poder, no son suficientes para un régimen representativo. Hay firmes protecciones constitucionales para ciertas libertades, especialmente la libertad de opinión y de reunión y para la libertad de formar asociaciones políticas. Está reconocido el principio de oposición; la colisión de creencias políticas y la de los intereses y actitudes que las influencian son aceptadas como condición normal de la vida humana. La falta de unanimidad es parte de las circunstancias de la justicia, ya que el desacuerdo existe incluso entre hombres honestos, que desean seguir los mismos principios políticos. Sin la concepción de oposición leal y una adhesión a las normas constitucionales que la definen y la protegen, la política de la democracia no puede ser adecuadamente dirigida hacia una larga existencia.[7]

 

 

II. El CONFLICTO HISTÓRICO ENTRE LIBERTAD Y DEMOCRACIA           

 

Las tres grandes fuerzas político-culturales o ideológicas más importantes de finales del siglo XIX y comienzos del XX son liberalismo, socialismo y comunismo. Y entre ellas la menos ambigua resultó la tercera, sin que dejara de serlo del todo en el discurso de políticos hábiles, mientras alrededor de las otras se mueven toda clase de equívocos. La bolchevique de 1917 y las posteriores revoluciones comunistas dejaron claro qué en concreto eran los comunistas, a qué tipo de régimen político social aspiraban, sus diferencias con los socialdemócratas (mencheviques, “socialtraidores”) y otras corrientes. Las confusiones afectaron a los socialistas no comunistas, entre otras cosas porque Marx y los marxistas sostuvieron que el socialismo sería una etapa hacia el comunismo, llamaron a su doctrina “socialismo científico” y eso creó graves ambigüedades a propósito de los partidos socialistas democráticos. Otro ejemplo es que la U.R.S.S, China, Cuba, Vietnam y otros países comunistas, se definieron como “socialistas”; hasta hace algunos años la socialdemocracia alemana aún aspiraba a “una sociedad sin clases” y el Partido Socialista Obrero Español, sólo después del gesto dramático de su líder Felipe González en 1976, rompió con el marxismo. El socialismo democrático ha tenido entonces que luchar por su diferenciación y conquistar un espacio ideológico propio.

 

Dentro de estas ambivalencias que crean dificultades para definir los límites de ciertas corrientes de pensamiento, el liberalismo se fundió al paso del tiempo con su gran antagonista histórico, la democracia en su concepción clásica[8] y durante cierto período de la Revolución Francesa, para crear lo que hoy llamamos la democracia constitucional o representativa, sistema en el cual los pesos respectivos de libertad y democracia son homólogos. Por eso en la posmodernidad que vivimos, para la mayoría de los teóricos, el valor central de la democracia como régimen político concreto ya no es el viejo espíritu que reivindicaba la dominación avasallante de la mayoría, sino el gobierno de las mayorías limitadas, con énfasis en sus restricciones y las impuestas al poder político, así como la atención a la libertad de las minorías y los derechos individuales, tal como las definió Benjamin Constant en su obra clásica[9].

 

Contribuye a dificultar la definición precisa del liberalismo el hecho de que si es cierto que existe y existió una auténtica correspondencia, en general[10], entre los partidos comunistas con el pensamiento comunista, en muchos lugares del mundo los partidos o la connotación de liberal no tienen nada que ver con el liberalismo tal como se le entiende hoy (así ha sido en EE.UU, por ejemplo). El liberalismo crea intelectual y políticamente el espacio de los derechos ciudadanos, civiles y políticos, frente al monarca absoluto, es decir, el Estado: la propiedad privada, el derecho al voto, la libertad religiosa y de conciencia; la libertad de expresión del pensamiento; el habeas corpus; la inviolabilidad de la morada y la libertad individual. Estas marcas señalan un dominio del ser humano que no debe ser invadido por otros ciudadanos, ni por el Estado. Incluso fuera de él, los ciudadanos pueden hacer todo aquello que no esté expresamente prohibido o que perturbe los derechos de otro. Por eso se les denominaron libertades negativas. Está químicamente incorporado a nuestra civilización, sin que muchos de sus críticos lo descubran. El simple hecho de emitir una opinión y exigir  respeto por ella, o reclamar un  derecho,  aprobar constituciones, considerar natural la diferenciación de los poderes públicos y la libertad de prensa, son materiales liberales que forman parte del concreto armado de la civilización democrática. Esto es lo que llama T.P. Neill “liberalismo ecuménico”. Según él “por lo menos para la mitad del género humano el liberalismo no es más que la actitud innata de un occidental civilizado normal ante la existencia”. Más adelante sostiene que:

 

Resulta correcto distinguir entre el liberalismo ecuménico y el sectario. El primero se identifica con la generosidad y amplitud del espíritu, mientras el segundo corresponde a un cuerpo doctrinal rígido definido con precisión”[11].

 

Desde los siglos XVII [12] hasta nuestros días, la lucha por la libertad frente a la opresión, ha sido una fuerza culturalmente decisiva en el mundo occidental. Pero ninguno de los grandes pensadores que participaron en esa confrontación de ideas, usó para sí el adjetivo liberal, que tiene un origen heroico, pues aparece para definir a los dirigentes patriotas españoles y sus intelectuales “orgánicos”, Floridablanca y Villamediana, entre otros, que se oponen a las invasiones napoleónicas a comienzos del siglo XIX. Surge la palabra liberal con siglos de retraso en relación con el pensamiento que luchó por conquistar la libertad frente al despotismo, cuando ya estaban en efervescencia el socialismo, el anarquismo, el comunismo y habían pasado a la vanguardia del movimiento revolucionario[13]. Una de las victorias políticas del marxismo es haber logrado hacer ver como una ideología reaccionaria al pensamiento revolucionario que enfrentó la monarquía absoluta y creó la idea de los Derechos Humanos.

 

Los grandes filósofos liberales que echaron las bases de nuestra civilización política, por diversas razones nunca “ideologizaron” el liberalismo, no lo convirtieron en un vector “esencialista”, ni en una doctrina, en un pensamiento cerrado, ni en un a priori. El sentido y el filo de la idea de la libertad tuvo más bien un carácter subversivo - por eso habla Isaiah Berlin, entre otros, de libertad negativa[14]- reclamo de la defensa de las personas frente al poder abusivo, intolerante, abrumador, de las monarquías absolutas y del reconocimiento de los “derechos naturales” - vida, libertad, credo, pensamiento, propiedad, expresión - frente a las tropelías del autoritarismo. La negatividad es de tal naturaleza que Thomas Paine, ve que “...la república no es una forma específica de gobierno...sino el antagonista natural del término monarquía... (porque éste encarna)...el poder arbitrario de una persona individual”[15].

 

Joan Antón nos ayuda a comprender la complejidad de una definición de liberalismo, cuando dice que

 

Una asociación que refleja el hecho de que el liberalismo colmará las aspiraciones políticas, económicas, morales y culturales de la(s) burguesía(s) y se convertirá en la filosofía por excelencia del capitalismo. De este modo es lógico que asociemos estrechamente la evolución del liberalismo como filosofía y doctrina política con la evolución del capitalismo en el plano económico y de la burguesía en el social. Sin embargo, limitarnos a esta constatación obvia sería insuficiente, ya que el liberalismo, a su vez, está compuesto de un conjunto de elementos filosóficos de larga tradición cultural y lento recorrido histórico, que presenta variantes reseñables según diferentes épocas, autores, países y zonas geopolíticas. E incluso, hay notables pensadores liberales de nuestros días, como Isaiah Berlin, que reivindican la no-identificación entre liberalismo y capitalismo[16]

 

El liberalismo, como sostiene Harold Laski (citado por Antón) constituye una “mentalidad”... añade Antón…“que ha llegado a ser la doctrina política principal de la civilización occidental; y con mayor causa después de los acontecimientos históricos que tuvieron lugar en 1989”[17].

 

La Revolución Francesa consagra para la civilización los principios reguladores del poder que provenían del pensamiento liberal[18], lo que se llama el “garantismo burgués”. Así como las monarquías habían recibido la acción intelectual demoledora y subversiva de Voltaire y Montesquieu, las instituciones liberales enfrentan durante el siglo XIX el ataque feroz del socialismo y el comunismo, fuerzas que propugnaban la democratización y el “cumplimiento de las promesas de 1789” que consideraban “traicionadas”. Saint-Simon había muerto ya en 1825 y diez años después Tocqueville, en el primer tomo de La democracia en América, aparecido en 1835, ve las corrientes democratizadoras y radicales representadas por el comunismo como un riesgo para la libertad y ciertamente lo eran, pues era la igualación compulsiva, enfrentada al esquema fundado en preservación de las libertades individuales. Los socialistas se habían propuesto el derrocamiento de la república burguesa, a la que veían con el mayor de los desprecios. Pero en 1848, como consecuencia del pavor que desató en Europa “el espectro del comunismo”, Tocqueville reconoció que ya la lucha por la democracia y la lucha por la libertad habían constituido un sistema de instituciones, como sello de la alianza para frenar la emergencia de la dictadura del proletariado que amenazaba con hundirlo todo. En 1848 afirma que

 

Democracia y socialismo están unidos únicamente por una palabra: igualdad; pero obsérvese la diferencia: la democracia se propone la igualdad en la libertad y el socialismo se propone la igualdad en la pobreza y en la esclavitud[19].

 

Aparte de los desmanes cometidos por los revolucionarios del 48, El manifiesto comunista ayudó de sobremanera a que las elites de poder comprendieran las terribles implicaciones de lo que ocurriría de triunfar la revolución, y se decidieran a enfrentar el movimiento. Su tono bíblico y sobrecogedor, los espantosos castigos que anunciaba para la burguesía y sus aliados (“socialización de las mujeres”, “dictadura despótica de los trabajadores”) fueron los mejores instrumentos en manos de los enemigos de la revolución proletaria para aterrar las buenas conciencias. Ese discurso de Tocqueville es la consagración de la nueva realidad: la democracia había dejado de ser el poder aplastante de la mayoría según la tradición clásica, y el liberalismo, a su vez, dejaba de ser sólo la defensa de los derechos personales. Se formalizaba en el plano histórico un nuevo régimen político social al que algunos llaman democracia constitucional, democracia liberal o democracia representativa, para detener, ya no a los reyes, sino ahora al tumulto revolucionario.

 

Marx, quien no era exactamente un político práctico, sino un intelectual político, le hizo más daño que beneficio a la revolución proletaria con ese indiscreto pero majestuoso panfleto, que por otra parte es el reconocimiento más significativo al extraordinario cambio que había experimentado la humanidad como consecuencia de la Revolución Industrial. Desde ese punto de vista resulta una auténtica épica del capitalismo del cual, por otra parte, anuncia su final. Según Marx la industrialización había sido el salto más abismal dado por la historia del género humano. No cabría ninguna duda del mejoramiento en las condiciones de vida que produjo, sin desmedro de que el “proceso de acumulación primitiva de capital” se había concretado en medio del sufrimiento y la explotación de los trabajadores bajo el imperio del laissez-faire, teorizado por una corriente de pensamiento conocida como la “escuela de Manchester”. Allí comienza una nueva distorsión conceptual, que consiste en identificar el pensamiento liberal con una concepción económica y no con lo que es: una visión de las relaciones entre los hombres y el poder político.

 

Subsumido en la democracia constitucional, reconstruir lo que fue o es el liberalismo requiere un particular esfuerzo intelectual. A esa dificultad teórica ha contribuido la sesgada discusión sobre el tema “neoliberal”, particularmente a partir de la reforma económica surgida tanto en Occidente como en Oriente durante los años ochenta y el nuevo papel de organismos como el Fondo Monetario Internacional.   El debate se ha dado en el plano   político y se ha utilizado el término “neoliberal”, como el propósito de adelantar procesos de reforma que despojaran a los sectores desposeídos de determinadas reivindicaciones para favorecer plutocracias. La lógica de “capitalismo salvaje” y el “darwinismo social” se habría impuesto, a pesar de que ninguna de ambas y terribles admoniciones pueda encontrarse en la realidad de los países que realizaron tales reformas, mientras que lo único concreto en materia de injusticia social es la abrumadora realidad creada por el desmembramiento del comunismo y la disolución de las sociedades sovietizadas del África, así como el colapso del cepalismo latinoamericano.

 

 

III. LAS DOS TRADICIONES

 

En la base de la discusión actual sobre los issues más importantes de la teoría política, está   la tendencia a la igualación, a la masificación, nombre dado al fenómeno de la democratizador de las sociedades abiertas, sobre la cual escribió entre otros, Daniel Bell[20]. Esa corriente igualadora recibió un empuje descomunal en tales sociedades con la megaindustrialización de comienzos de siglo, y sus efectos para la sociedad humana se estructuran hoy con las tendencias hacia la profundización de la libertad y la paradójica desmasificación. Dice Alvin Toffler que la masificación lograda por las sociedades modernas hoy, se contrasta por lo que denomina la “sociedad multicanal”, la segmentación de las inclinaciones y los gustos, que conduce a la desmasificación de los mercados[21].  Históricamente las dos tendencias - libertad y democracia - fueron contradictorias: mientras la libertad estimula el triunfo de los mejores, la igualdad tiende a pasar un rasero. Un profesor que iguale a sus estudiantes al anunciarles ponerles a todos diez puntos, (sobre veinte) perjudica a los más capaces y favorece a los menos capaces. Uno que lo haga con sentido de justicia standard, notas diferentes en atención a las virtudes de los alumnos, conseguirá siempre que hay unos más dedicados o aptos que otros. La conjunción entre democracia y liberalismo, entre igualdad y libertad en los sistemas democráticos constitucionales, ha resuelto esta dualidad con la llamada igualdad de oportunidades: si todos los ciudadanos son distintos en cuanto a inclinaciones, actitudes, capacidades, vocaciones, debe garantizárseles por principio normas claras para que se desenvuelvan. Que muy pocas sociedades hayan logrado ese desideratum representado por la igualdad absoluta de oportunidades, no descalifica al Estado constitucional por una razón de pragmática histórica: hasta ahora no ha habido ninguna fórmula que permita conseguirla mejor que un Estado constitucional y además, los regímenes “igualitarios” que han pretendido hacer tábula rasa, expropiar a los más ricos para darle a los pobres, han creado verdaderos desastres colectivos. Frente a las proposiciones, por eso, de “democratizar la democracia”, hacerla “participativa”, “directa”, económica”, “social”, “no sólo representativa” y cualquiera otro apellido de muchos que pueden ser muy útiles e importantes, debe mantenerse la guardia epistemológica. Serían negativas aquellas prescripciones que no partieran de la preservación de la democracia constitucional y de las garantías existentes. También las que planteen que “el poder del pueblo” debe pasar por encima de formalismos legales y trámites pesados; o que propugne acabar, palabras de Lenin, con el “cotorreo parlamentario”. Negar el valor que la defensa de la libertad tiene para la vida social, valiéndose para ello de motes descalificatorios como “liberal” o “neoliberal”, parece producto de prejuicios intelectuales y sesgos ideológicos. La denuncia de una supuesta obsesión competitiva (el darwinismo social) que sería patrimonio inseparable de las sociedades actuales parece más bien producto de la imaginación.

 

El control, la regulación y formalización  de las relaciones de poder creados por la fusión democracia-libertad, ha constituido, con mucho, el modelo de sociedad menos violento, inhumano y agresivo de la historia, que es algo, si partimos de lo rudas y dolorosas que han sido, por milenios, las relaciones entre los seres humanos. Sería difícil demostrar que los términos de convivencia entre los sumerios, los judíos del desierto, los romanos, los indígenas precolombinos, los siervos y sus señores en Alemania, eran más pacíficos que lo logrado al surgimiento del liberalismo, o que los hombres llevaran - lleven - una vida más sosegada y armónica en los países de la órbita soviética o en Cuba.

 

Por eso las corrientes que confunden o reducen el aporte liberal a los temas de la economía de mercado sin darse cuenta de que la arquitectura del sistema político constitucional viene de la libertad, se quedan sin respuesta sobre los problemas del poder y en esa materia sus planteamientos son simplemente esquemáticos: autoritarismo, dictadura del proletariado, despotismo. Allí se hace inexacto el por otra parte valioso aporte de Macpherson cuando define el liberalismo como un “individualismo posesivo”[22] que fomentaría la ambición y la acumulación de riquezas de manera ilimitada. Los más importantes pensadores liberales, Hobbes, Locke, Fergusson, Montesquieu, Constant, J. Stuart Mill no se ocupan de la economía (a menos que nos estemos refiriendo a la economía política, tema predilecto de Marx) y si defienden el principio de  propiedad privada, al lado del derecho a la vida y a la expresión del pensamiento, lo hacen a partir de que la propiedad familiar es un ingrediente necesario de la seguridad de la familia, tal cual como con exageración ritual, los enemigos de la libertad han sostenido que la democracia burguesa es falsa “para quienes no tienen qué comer o dónde dormir”.

 

El tema del “Estado mínimo” y el de dejar la vida social a cargo de la famosa “mano invisible” de Adam Smith, lleva la discusión a una aporía, entre otras cosas porque se está hablando de algo que no existe en ninguna de las democracias constitucionales y que hasta ahora no fue planteado, ni siquiera por Ronald Reagan o Margaret Thatcher, considerados “neoliberales”. Otra cosa totalmente distinta del supuesto Estado mínimo es el Estado eficiente. Con el “viejo laborismo” inglés, los demócratas del Presidente norteamericano Jimmy Carter, la primera etapa de gobierno del presidente francés François Mitterrand, el Estado democrático llegó a un punto climático de derroche, corrupción y a ser un peso muerto insoportable para las respectivas sociedades, lo que obligó el viraje que hoy se denomina “neoliberal”. Pero esto no representaría un tema de preocupación desde el punto de vista de la pervivencia de las garantías de civilización política, puesto que esos tres países siguieron siendo democráticos y en ellos siempre se respetaron los derechos de las personas. El problema para la libertad y la democracia es que el Estado, grande, pequeño o mediano, siga siendo un Estado Constitucional, apegado al cumplimiento de las leyes, aún cuando, es necesario apuntar, el macrodesarrollo del Estado en algunas sociedades subdesarrolladas opera como un enemigo de la calidad de vida y, por ende, de la estabilidad institucional. Los demás problemas serán materia de la economía, la gerencia o la productividad.

 

La confrontación planteada entre libertad y democracia durante una parte de la evolución de la civilización occidental, analizada por muchos filósofos, por citar dos, Alexis de Tocqueville y Raymon Aron, ha quedado resuelta en las sociedades posmodernas. Aspirar a estas alturas del  desarrollo de las constituciones democráticas representativas, ser liberal “puro”, “neoliberal” o “demócrata social puro”, corresponde  a un deseo parecido al de aquel sultán que, según relato de Sherezada, tomó a un ruiseñor en sus manos, lo mató, lo desmembró, y le entregó los trozos al mago para que lo hiciera cantar y volar de nuevo. A pesar del planteamiento de  Francis Fukuyama,   razonable en parte substancial, pero sólo en parte, no es fácil afirmar que esa compleja, discontinua y en apariencia caótica formación que es la civilización  globalizada, sea un triunfo de lo que él llama la sociedad liberal[23]. Lo es a nuestro modo de ver, de la sociedad democrática, social y liberal, que contiene, no sólo valores liberales, sino democráticos y socialistas, especie de magma que incorporó incluso lo que nació para destruirla, como señalan con razón los filósofos de Francfort: la sociedad posmoderna ha canibalizado la subversión, la contracultura, las opciones alternativas a ella misma[24]. Las sociedades avanzadas son formaciones magmáticas, complejas, estructuradas, - orgánicas, decía Durkheim- con enormes recursos para comprender y enfrentar las crisis y neutralizar todo aquello que tienda a alterar su equilibrio, lo cual se demostró, por contrafáctico, con el derrumbe del comunismo. Los más delirantes propósitos de subversión, el terrorismo, por ejemplo, independientemente de los estragos y las muertes que pueda causar, termina cediendo el paso a la estabilidad. Daniel Cohn-Bendit es hoy un respetable parlamentario europeo[25]. Esa red tendida es producto de la fusión entre liberalismo y democracia-socialismo. El liberalismo creó los fundamentos para que surgieran instituciones; las fuerzas democrático socialistas transitaron el largo camino de crearlas y al hacerlo, armaron un dispositivo múltiple de válvulas de escape para las presiones sociales y políticas. Voto universal, directo y secreto; principio de ciudadanía frente a sistemas liberal censitarios y capacitarios; parlamentos de origen popular, junto a senados hereditarios, oligárquicos o federales; sindicatos para proteger a los trabajadores; seguro social; cajas de ahorro; administraciones estadales y municipales; jornada de ocho horas; prensa libre para denunciar los desafueros; servicios públicos para mejorar la calidad de vida; ciudades obreras cómodas e higiénicas concebidas originalmente por Owen, Saint-Simon, Fourier y luego construidas por Tony Garnier y Le Corbusier; representación proporcional para que los partidos socialistas y obreros tuvieran participación en el poder, otrora oligárquico. La democracia le quitó la peluca aristocrática y elitesca al régimen liberal y aceleró el surgimiento de centenares, miles, de grupos de interés, de interés en mantener el orden.

 

Si tomamos el lenguaje de la caología, podríamos decir que las organizaciones, instituciones, grupos de interés creadas por la lucha democrática en el contexto creado por el liberalismo, constituyen cada uno de ellos, atractores, que estabilizan el sistema, amortiguan   las tendencias entrópicas y contribuyen al equilibrio dinámico. Al hacerlo, neutralizan las desestabilizaciones. Mientras más dinámica es una sociedad, más compleja su estructura, más sensible es a lo que ocurre en su entorno - puesto que tiene más órganos para captar información - pero más la "onda expansiva" de un sacudimiento se localiza en un área restringida sin afectar el conjunto. Es imposible tener una idea clara de la magnitud de  los cambios en marcha en cualquier momento dentro de la sociedad posmoderna, la cantidad de información que produce y absorbe, de obras  que crea, de operaciones que se cruzan, de ideas que nacen y mueren, para entender las dificultades que tendría desestabilizarla, como lo pretendieron, por ejemplo, desde la Brigadas Rojas, ETA y los Baader Meinhoff, hasta  los terroristas islámicos que colocaron la bomba en el World Trade Center en febrero de 1993.

 

Pese a los planteamientos que sostienen extinción de los paradigmas científicos y filosóficos, y a las negaciones apocalípticas de la tradición teórica, el mundo cultural que habitamos es hijo legítimo del radicalismo liberal, calvinista, de John Locke y del radicalismo democrático social de J-J. Rousseau. La relación entre nuestra sociedad política y ambos legados intelectuales es parecida a la que la física tienen Einstein y Newton.  En el pensamiento de Rousseau la preocupación se desplaza de los derechos individuales a lo que llamaríamos en lenguaje actual "derechos sociales". Dedicó su portentoso intelecto a otro objetivo: demostrar que la legitimidad del poder no es un mandato divino escrito en el código genético de la familia real, sino que provenía de ese nuevo protagonista que aparecía: el pueblo o la nación, la voluntad general. En su pensamiento el elemento central no es el individuo sino el pueblo y el derecho de las mayorías a imponer su criterio sobre las minorías, noción tomada de las asambleas de las ciudades-estado griegas. De Locke proviene el voto censitario y de Rousseau el voto universal y directo; del primero la sacralidad de la propiedad y del segundo la teoría del Estado; del primero - y de Montesquieu - la preocupación por dividir el poder en poderes y del segundo la concepción profunda de la democracia, los movimientos sociales y el autoritarismo popular, experimentados durante la Revolución Francesa. Por eso es válido hablar de una articulación entre liberalismo-democracia-socialismo unidos por un guión.

 

El liberalismo había dado origen a sociedades odiosas. El pueblo era una muchedumbre maloliente ¿a quién se le ocurriría consultarles algo? El gobierno lo escogerían las élites: los varones ricos y alfabetos. Y el populacho hastiado derrumbó las murallas para disfrutar de unos pocos días de "soberanía" que les fueron rápidamente arrebatados en su propio nombre para establecer la primera dictadura revolucionaria.

 

Es probable que a estas alturas de evolución del sistema político democrático las diferencias iniciales entre democracia y libertad no se aprecien con la claridad de los comienzos. Estos principios de organización humana, hoy integrados y armónicos, fueron histórica y teóricamente contradictorios hasta el siglo XX. Las luchas de los trabajadores lograron colocar la democracia en el mismo sitial donde la burguesía puso la libertad.

 

Una parte substancial de nuestra cultura política desciende de la Revolución Francesa. Es hija de las dos grandes corrientes de pensamiento enfrentadas al absolutismo desde el siglo XVII: el liberalismo de John Locke y el socialismo de Juan Jacobo Rousseau y Marx ve en el ginebrino al más importante de los precursores del socialismo.


 


[1] Herbert Marcuse considera que la opulencia de la sociedad capitalista representa “el final de la utopía” ya que la humanidad creaba la riqueza suficiente para la felicidad de todos, siempre que fuera bien repartida. Ver El final de la utopía (México: siglo XXI, 1970) y El hombre unidimensional (Madrid: Grijalbo, 1970).

[2] … “al anular una y otra vez el poder estatal, para hacerlo volver a salir de su seno, ¿no suprime el sufragio universal toda estabilidad, no aniquila la autoridad, no convierte la anarquía en autoridad?”. En La lucha de clases en Francia (México, Grijalbo, 1969, p.32).

[3] Sobre este tema es recomendable revisar el viejo libro del filósofo marxista italiano Umberto Cerroni: La libertad de los modernos (Barcelona: Martínez Roca, 1972).

[4] Tomamos el concepto de “igualdad de oportunidades” que ofrece John Rawls en Teoría de la justicia (México: FCE, 1993).

[5] Del gobierno representativo (Madrid: Tecnos, 1984).

[6] Del espíritu de las leyes (Barcelona: Orbis, 1984) pp.143-144.

[7] Rawls, op.cit.p. 257

[8]Reivindicada en pasajes de Rousseau, como El contrato social (Buenos Aires: Losada, 1973).

[9] Benjamin Constant: La libertad de los modernos (Madrid: Aguilar, 1979).

[10] Decimos que en general porque la aparición del llamado Eurocomunismo durante los años setenta evidenció una crisis que luego tendría su desembocadura.

[11] En Rise and decline of liberalism (Milwaukee: Bruce, 1983).

[12] Con la aparición de las obras de Hobbes, Locke, Voltaire, Montesquieu…

[13] Por ejemplo quienes redactaron la Constitución de Filadelfia en 1787, desde aquel entonces modelo de libertad política para las naciones del mundo, no se consideraban a sí mismos liberales, sino republicanos, ya que asociaban liberal con “radicalismo”o izquierdismo, pues fue esa la connotación que tuvo durante el proceso revolucionario francés.

[14] Berlin: “Two concepts of liberty” en Four essays on liberty. (Oxford: Oxford University Press, 1994).

[15]En Los derechos del hombre. (Madrid: Editorial Doncel, 1976).

[16] En Miguel Caminel Badía (coordinador) Manual de ciencia política (Madrid; Tecnos, 1996, pp. 87-105).

[17] Ibidem.

[18] Tanto de la Declaración de los derechos del hombre de 1789 como en la Constitución de 1791.

[19] Discurso del 12 de septiembre de 1848 citado por Talmon en Los orígenes de la democracia totalitaria (London: Secker & Warburg 1983).

[20] Por ejemplo su famoso libro Contradicciones culturales del capitalismo (Madrid: Alianza, 1984).

[21] En El cambio del poder (Barcelona: Plaza y Janés, 1990).

 

[22] The Political Theory Possessive Individualism (Oxford: Clarendon Press, 1982).

 

[23] En El fin de la historia y el último hombre (Bogotá: Planeta 1992).

[24] Particularmente Marcuse en El hombre unidimensional (Madrid: Grijalbo, 1979).

[25] Por esas paradojas Marcuse dio clases en Princeton, universidad que lo protegió del nacionalsocialismo, la figura del Che Guevara puede estar pintado en una franela sobre el pecho de una modelo de pasarela; Neruda en la galería del Premio Nobel; las camisas con la efigie del “Comandante Marcos”, jefe de los “zapatistas” mexicanos fueron moda en 1995. Tony Blair, líder para la fecha, de los laboristas británicos, no es conceptualmente un antagonista del partido tory sino más bien un continuador.