Pensar el Trabajo

 

Por:

Carlos Villarino

villarinoc2003@yahoo.com

 

 

La conciencia de mi propia miseria

no me reconcilia en lo más mínimo

con la miseria de los demás.

 

Milan Kundera – La broma

 

I.- Observaciones preliminares.

 

Probablemente la empresa de escritura más difícil es aquella por encargo. El pensamiento es escritura, y aquí debe quedar claro el doble condicional, nada que no sea escritura es pensamiento y nada que sea pensamiento puede no ser escritura. Escribir por encargo es en-cargar, en un sentido primitivo y a la vez primigenio del verbo encargar, echar peso sobre otro o sobre algo, se impone una obligación, se encomienda una cosa al cuidado de uno. Todo encargo es un trabajo, aquí la sinonimia es menester, es decir, necesidad. Lo que es necesario no puede dejar de ser y seguir siendo lo que es, no puede no ser. Escribir por encargo es pensar como un trabajo, trabajar en pensar, trabajar el pensamiento. Tanto más difícil si el encargo nos endosa la responsabilidad de pensar la relación entre el trabajo y la conciencia, entre el trabajo y la enajenación, entre la enajenación y la conciencia.

 

Pensar como trabajo y trabajar en el pensamiento del trabajo es sin duda una empresa complicada, riesgosa, campo minado por el que no se puede transitar sin el temor de que al usar cualquier término estalle una crítica en la cara. Pese a todo, se acepta la encomienda, ¿acaso se puede elegir? No ahora, que nos encomiendan el trabajo de hacer un trabajo sobre El Trabajo, sino en general, en el devenir rutinario de nuestra existencia, ¿se puede escoger en lo que a trabajo se refiere?

 

Parte de las consideraciones que siguen a continuación serán un intento por llevar la carga lo mejor posible, serán un intento por entender la relación entre la tríada Trabajo-Conciencia-Enajenación partiendo de aquellos que habiendo pensado ya sobre el asunto nos facilitan un poco la carga, o sea, el trabajo. Diremos pues, que el punto de partida se encuentra en lo que algunos han convenido en llamar marxismo, y no diremos en modo alguno que el punto de partida es Marx, porque una norma ética fundamental del pensamiento es no escribir sobre lo que no se ha leído. Así hechas las observaciones preliminares: “manos a la obra”.

 

La exposición se dividirá en dos secciones, la primera expositiva y la segunda problematizadora.

 

II.

 

Según Marx, el trabajo es la actividad existencial por excelencia del hombre, pero no cualquier tipo de trabajo sino el trabajo en tanto que actividad libre conciente, en tanto que proceso de apropiación y transformación de la naturaleza en función de las necesidades, intereses y proyectos del hombre. El trabajo es algo más que un simple medio para mantener la vida, es la actividad por medio de la cual el hombre puede realizar su universal naturaleza y, a su vez, esta realización universal de su naturaleza se hará garante de su libertad. La esencia del hombre es el trabajo, el trabajo libre consciente, trabajo movido por la voluntad, no puede haber realización de la esencia del hombre cuando el trabajo pierde su carácter voluntario, o si se prefiere, cuando el hombre pierde su capacidad de elegir conscientemente la forma en la que puede desplegar su esencia[1].

 

Un mundo donde el hombre no es de conformidad con lo que podría y debería ser, es un mundo donde su productividad está negada. Lo que escinde la existencia del hombre de su esencia, es también lo que hace que el hombre pierda su libertad y su dignidad. Cuando el hombre, entendido aquí en la universalidad propia del pensamiento de Marx, no es lo que potencialmente debería ser, se dice que se encuentra enajenado de su propia esencia.

 

El concepto de enajenación se inserta en el centro de esta cesura entre la esencia del hombre y su existencia material, es la enajenación misma el motor de profundización del abismo que progresivamente separa al hombre de su esencia. El término enajenación viene a ser la cúspide moderna del antiguo concepto de idolatría, en el cual se expresa la misma relación de inversión entre el hombre y los productos de su confección. El hombre que construye al ídolo, se encuentra profundamente deprimido, vacío e inerte respecto de su verdadera fuerza productiva. Por ello, se entrega al ídolo para poder conferirle a su vida un nuevo, pero en última instancia falso, sentido a su vida. El culto al ídolo, tiene su expresión máxima en el fetichismo a la mercancía y el culto al dinero de las sociedades contemporáneas. La enajenación es la inversión esencial de la relación sujeto-objeto, donde el primero transfiere al segundo todas las propiedades activas de su condición y adquiere el estado pasivo y receptor propio del objeto. El hombre se encuentra incapacitado para captar la verdadera relación que lo une a los objetos que él mismo produce, incapacitado para captar la verdadera relación que lo une con los otros miembros de su especie e incapacitado para captar la verdadera relación que lo une consigo mismo[2].

 

Este progresivo extrañamiento del hombre respecto del mundo, los otros y de sí mismo, presenta una doble vertiente. La primera de estas vertientes es la que se conoce como enajenación objetiva. La enajenación objetiva es, a su vez, una relación, un proceso y un producto. La relación entre el productor y sus productos atraviesa por tres momentos importantes en el decurso de su enajenación. Recordemos que la esencia del hombre es su trabajo libre conciente, pero en la relación enajenante del hombre con sus productos, lo que éste va perdiendo precisamente es el carácter libre y sobre todo conciente de su trabajo.

 

El productor elabora los productos, bienes, servicios, pensamientos e instituciones en función de unas determinadas necesidades y proyectos, pero dentro de algunos mecanismos sociales, los productos resultantes de la actividad productora del hombre adquieren progresivamente una mayor autonomía respecto de las necesidades e intereses originales del productor. Esta progresiva autonomía del producto respecto del productor, es el resultado de la leyes que rigen tanto al productor como al producto dentro de ciertas configuraciones socio-económicas y, a su vez, son el artilugio de la progresiva evolución espontánea de la sociedad con independencia de los intereses de los miembros de esa sociedad. Una vez que los productos del hombre adquieren una autonomía absoluta en cuanto a éste, se transforman en el marco de alienación o enajenación que niega en forma sistemática y estructural su esencia. Los productos del productor se convierten en un poder ajeno y enfrentado a éste, frustrando sus proyectos y poniendo en jaque incluso la propia existencia del hombre en tanto que especie[3].

 

Si bien la enajenación afecta todas las esferas de la vida humana, en tanto que es susceptible de transformar en ídolo cualquier forma cultural, tiene su manifestación más descarnada en la esfera económica. El trabajador, en especial el obrero, produce bienes para la sociedad capitalista que a cambio le da un salario contractualmente establecido, como medio para la satisfacción de sus necesidades más elementales, pero que en modo alguno le permite al trabajador autorealizarse. Así, el trabajador entrega al empresario capitalista el producto de su trabajo y éste último dispone de lo producido con total independencia de las necesidades e intereses del verdadero productor. De esta forma el trabajador, en el marco de las relaciones socioeconómicas de las sociedades capitalistas y de consumo, mientras más trabaja menos produce para sí y cada vez produce más para otros, entregándole al capital mayor poder y perdiendo a su vez la posibilidad de asirse de lo producido. El trabajador se vuelve víctima del trabajo, el hombre ya no puede sentirse más libre en su actividad transformadora, sino que, por el contrario se siente atado y condenado por aquello que debería ser la fuente de su mayor alegría y goce[4].  

 

...no afirma sino que contradice su esencia, en vez de desarrollar sus libres energías físicas y mentales, mortifica su cuerpo y arruina su espíritu. Por consiguiente, lo primero que siente es que está consigo mismo cuando está libre de su trabajo, y separado de sí mismo cuando está en su trabajo[5].     

 

Llegado un punto en el cual el estado de extrañamiento del hombre respecto del producto del trabajo alcanza su máxima expresión, el desarrollo espontáneo y sin propósito de la sociedad termina por escindir al hombre de sí mismo. No sólo no se siente dueño del producto de su trabajo, sino que no se siente dueño ni siquiera de la misma actividad laboral, ya no experimenta el trabajo como una parte integral de su ser y de su esencia. En tanto que extrañado de sí y separado del objeto que crea, hombre de la sociedad capitalista transforma todas las dimensiones de la vida humana en términos de posesión, posesión de mercancías, de bienes de consumo y en posesión de dinero. De esta forma todas las esferas del intercambio social se convierten en relaciones de intercambio de mercancías, la relación del hombre con sus pares sólo se hace posible con la intermediación de las mercancías y estos se experimentan entre sí como meros propietarios de bienes y mercancías.

 

Aparece en escena la vertiente subjetiva de la enajenación. Todas las cosas que antes eran divinas o sagradas para el hombre se esfuman en el aire por la intervención del capital. Todo lo que antes presentaba un aspecto de gravidez ahora se disuelve en la más cruel levedad, esta es la insoportable levedad del ser del hombre en la sociedad de consumo. Gracias al capital y al culto a la mercancía, el hombre sólo experimenta una sensación de libertad en la consecución de sus funciones animales, mientras que, en su función verdaderamente humana se experimenta a sí mismo como un animal de carga. Esta inversión de los valores fundamentales del hombre, se extiende luego a los otros en un progresivo proceso de reificación, de cosificación de todo lo social y lo político, donde todo se transforma en relaciones objetivas entre cosas. Esta reificación tanto de la esfera de la vida pública como de la esfera de la vida privada, servirá a su vez para ocultar los verdaderos mecanismos de dominación y deshumanización de la sociedad, impidiendo de esta forma toda posibilidad de transformación[6].

 

Se priva al hombre de su esencia, se priva al hombre de su libertad y sobre todo se priva al hombre de su conciencia. No puede escapar y romper las cadenas que lo transforman en esclavo de las mercancías y en apéndice de las máquinas, porque ni siquiera tiene plena conciencia del mundo en el que vive. Puede sentir el malestar en la cultura, pero no puede entender las razones por las cuales siente ese malestar ni cómo puede llegar a tener en sus manos la capacidad para revertir este proceso de enajenación.

 

La cuestión de la conciencia, jugará un papel central tanto en la profundización de la enajenación como en la posible disolución de ésta.

 

El individuo es lo que su vida expresa. Lo que es, coincide con lo que produce, pero, junto con lo que produce, cuenta también cómo lo produce. Lo que los individuos son, pues, depende de las condiciones materiales de su producción (...) La conciencia no puede ser sino el ser consciente, y el ser del hombre es su verdadero proceso vital[7].

 

Para Marx, el desarrollo de la personalidad de los individuos jamás se da en un ejercicio de autoafirmación consciente y meramente subjetivo, con independencia de las condiciones materiales de vida en las cuales esa personalidad va a desplegarse. Por el contrario, Marx piensa que la personalidad y la conciencia surgen como un fenómeno social, histórico y económico, que se da en las relaciones interpersonales de intercambio y en las formas de producción dominantes. De esta forma, el proceso sistemático y progresivo de enajenación objetiva de las fuerzas productivas del trabajador derivará en una distorsión de la conciencia que el hombre tiene de sí mismo y de los otros. Es la vida la que determina la conciencia y no la conciencia la que determina la vida. No obstante, ello no debe llevar a la idea de un determinismo fatalista, según el cual el hombre está condenado a ser siempre lo que ha devenido en las sociedades capitalistas, ya que desarrolla su ser y su personalidad en las condiciones y bajo las leyes de esa sociedad. Si Marx pensara que el hombre no puede hacer nada al respecto, ni siquiera se hubiese planteado su propia obra intelectual como una contribución a la transformación de esas mismas condiciones materiales de alienación. Ciertamente la falta conciencia o la falsa conciencia que tiene el hombre sobre su relación consigo y con el mundo son un motor de profundización de su estado enajenado, pero no impide que si se van desmantelando las leyes y principios socioeconómicos del capital, por medio de una obra práctica transformadora, el hombre pueda progresivamente alcanzar cada vez mayores niveles de conciencia de sí y del mundo, apropiándose de éste y realizándose en su esencia.

 

Para Marx la individualidad es algo que resulta de un proceso, algo que para aparecer exige las condiciones de autorrealización, liberándola de una forma de existencia cosificada y, lo cual es esencial, de la coacción externa del trabajo. (...) El individuo es libre y auténtico cuando la necesidad no le impone su propia actividad social, sino que se realiza en ella. Se está presuponiendo, pues, que el individuo no es meramente un producto de sus circunstancias, sino que en la misma medida es un co-creador…[8]                                               

 

Para que esto pueda ocurrir, se deben transformar las condiciones materiales de vida del hombre, debe abolir la sociedad capitalista y su moral narciso-burguesa para en su lugar colocar una verdadera ética social, basada en las necesidades de autorrealización de cada hombre y de todos como especie. El proyecto marxista, en especial de los continuadores de la obra de Marx, es un proyecto revolucionario en un sentido estricto de la palabra, es un proyecto que debe arrasar con lo existente para poder construir un nuevo hombre y una nueva sociedad donde se supriman todas las formas de enajenación. Pero esta revolución es ella misma conciente, voluntaria, creativa y transformadora. Por lo tanto vida y conciencia una vez más se definen mutuamente, en un ejercicio dialéctico permanente.

 

El paso de la sociedad alienada del capitalismo a la sociedad autorrealizada del socialismo urge de las siguientes cuatro condiciones: A) La liberación del hombre de las cadenas que lo unen a la máquina como su apéndice, por medio de la automatización absoluta de todas las formas de producción, lo cual dejará al trabajador en condiciones de disponer del tiempo suficiente para dedicarse a su autorrealización y al desarrollo pleno de sus productividad. B) La supresión de la división del trabajo y en consecuencia, la supresión de toda forma de trabajo asalariado. No más salario, no más espacialideotización en la fábrica, dónde la participación del obrero en la facturación de los bienes se limita a una parte ínfima, impidiéndole identificarse con el resultado final. De esta forma, como el hombre ya no tendrá que trabajar para ganarse la subsistencia, sólo habrá espacio para el trabajo libre conciente. C) La abolición de la propiedad privada de tal forma que el hombre ya no tenga que traducir todas las relaciones humanas a relaciones de posesión y, finalmente pueda reconciliarse con el objeto perdido y constantemente ansiado en la sociedad capitalista. Al no haber propiedad privada, la propiedad vuelve a su estado originario, la propiedad es de todos, es de la especie humana autorrealizada. D) La supresión de la propiedad privada y de la división del trabajo traerá consigo la eliminación de la sociedad de clases y con ella la desaparición del Estado tal cual como lo conocemos. Para que esta última condición se cumpla, se deben resolver algunas cuestiones preparatorias: D1) la liquidación del ejército y su sustitución por un pueblo armado; D2) la elegibilidad y revocabilidad de todos los funcionarios; D3) la equiparación de todos los sueldos a la altura del obrero mejor calificado y D4) la desaparición del parlamento por corporaciones representativas[9]

 

Como en la sociedad capitalista el trabajo pierde su carácter concreto y se convierte en una abstracción, se universaliza, no en el sentido en el que Marx quisiera que se universalizara el trabajo libre conciente, sino que se convierte en una idea que deshumaniza al hombre, la labor revolucionaria será como dice el verso de Günter Grass: “Siempre me he negado / a dejar que una idea sin sombra / hiera mi cuerpo que arroja su sombra”[10].  Siempre negarse a que ideas sin sombra hieran nuestros cuerpos, que debido a su volumen, sí proyectan una sombra, sí se proyectan sobre el mundo. Para ello es necesario que la conciencia salga de su receptáculo interior y se proyecte sobre el mundo para cambiarlo y a su vez es necesario que el mundo comience a cambiar para que la conciencia pueda salir y autorealizarse libremente.      

 

 

III.- La cuestión sobre las esencias y las profecías.

 

Dice un viejo adagio: Cuidado con lo que deseas porque se puede hacer realidad. Debido a que el espacio se torna escaso no nos es posible desarrollar ampliamente algunas ironías de la historia, tanto desde los orígenes más remotos hasta nuestra inmediata actualidad. Toda actualidad es ser, lo que es, es porque existe en acto. Nos limitaremos a ejemplificar brevemente, cómo las dos primeras condiciones de la liberación del hombre (automatización y eliminación del trabajo asalariado) se están produciendo actualmente con tal fuerza, que inevitablemente advendrá la supresión de toda propiedad privada (para el trabajador) y cómo de hecho el Estado está desapareciendo cada vez más y, pese a todo, el hombre no es por ello más feliz, más conciente y mucho menos más autorrealizado.

 

Plantea Jeremy Rifkin su libro El Fin del Trabajo, que la combinación de las tecnologías de la información y de la ingeniería genética está llevando a la humanidad al borde de una de las revoluciones más importantes en toda su historia. Existen nuevas formas de producción que prescinden cada vez más del trabajo, pero del trabajo humano, la era de la automatización está entrando una etapa de completa autonomía respecto del trabajador. Rifkin nos ofrece docenas de ejemplos, especialmente en las ciencias de la vida y en las tecnologías derivadas de esas ciencias. Actualmente existe un nuevo campo llamado Pharming que transforma a los animales en fábricas químicas clonadas, alterando los genes de estos animales para que produzcan productos farmacéuticos y sustancias químicas en su leche. ¡Genial! Dicen todos, pero la cuestión es la siguiente: Un rebaño de 12 cabras clonadas y a medida, puede producir en su leche productos farmacéuticos y sustancias químicas muy superiores a los que puede producir una fábrica de miles de millones de dólares con miles de obreros. El aspecto genial de estas nuevas tecnologías es que podemos producir cada vez mayor número de alimentos y sustancias médicas por menos de una fracción de los que costaba hacerlo hace cincuenta años y en menos tiempo, la mala noticia es que 2.5 millones de personas en el planeta viven todavía en la primera revolución industrial (la revolución neolítica), es decir, la agricultura.

Ya no hace falta equiparar el salario de todos los empleados al del mejor obrero, porque el trabajador más barato y mejor capacitado en el mundo no será tan barato como la tecnología en línea que lo reemplazará. La única forma de competir en el mercado mundial globalizado es entrar en la carrera de la información y el conocimiento, pero:

 

...lo probable es que no haya suficientes empleos en el sector del conocimiento en ningún país para absorber a los millones y millones de obreros jóvenes que fueron despedidos de los sectores industriales. La razón de ello es la siguiente: Lo que separa a la revolución industrial del siglo de la biotecnología es que la revolución industrial está basada en el trabajo de masas para producir bienes y servicios. Esa es su firma. El siglo de la biotecnología, la unión de las computadoras y los genes y la revolución de la información y las ciencias de la vida descansa sobre una fuerza laboral pequeña, profesional, de élite acompañada de una tecnología y organización cada vez más sofisticadas e inteligentes. Vamos a crear todo tipo de bienes y servicios nuevos en esta revolución del siglo XXI. Vamos a crear nuevas oportunidades de empleo de todo tipo. Pero nunca habrá una fuerza laboral masiva. Nunca más vamos a ver a miles de obreros saliendo de una fábrica en Microsoft o en Genotech[11] .

En consecuencia va haber cada vez más tiempo libre en el mundo, pero lo que no se sabe todavía es si va a ser para disfrutarlo o para hacer las colas del paro forzoso. Conforme la automatización avanza, el hombre ya no tiene que trabajar para alcanzar sus necesidades básicas de subsistencia: ahora tiene que mendigar, robar o entrar en la red de ilegalismos y delincuencia. ¡Cuidado con lo que deseas!

Esto nos lleva a la cuestión sobre las esencias. Ya desde Santo Tomás, parece claro que sólo en Dios (si existe) la esencia y la existencia son idénticas. En todo lo que no es Dios essentia y exsistentia están irremisiblemente separadas, aquello que existe no necesariamente lo hace de conformidad con su esencia. Aquí la afirmación ontológica nos deja en una profunda perplejidad lógica. Lo que debía ser necesario deviene entonces contingente. No todos parecen estar de acuerdo en que la esencia del hombre sea el trabajo:  

 

El rasgo fundamental del trabajo consiste en ser no voluntario, lo aceptamos por obligación, es duro, es una carga. (...) La elección fundamental, vivir o no vivir, conlleva la carga, es dicha carga, que se manifiesta más concretamente en el trabajo no libre, en la dificultad del trabajo[12].    

 

Un mundo donde el hombre no es de conformidad con lo que podría y debería ser es un mundo donde su productividad está negada. Lo que escinde la existencia del hombre de su esencia, es también lo que hace que el hombre pierda su libertad y su dignidad. A esta pérdida de contenido de la existencia humana se le conoce como enajenación o alienación[13]. Definiremos enajenación, haciendo violencia a letra de marxista, como el vehículo desustancializador del hombre, lo que le arrebata al hombre algo que por definición no podría ser arrancado. Recordemos que, lo esencial es necesario, y todo lo necesario no puede no ser, pero los marxistas nos invitan a pensar precisamente que el hombre puede y está de hecho extrañado de su propio ser.

 

La cuestión de fondo a la que querría apuntar brevemente es la siguiente: ¿Si la esencia del hombre es el trabajo libre consciente, cuál es entonces la esencia del trabajo? ¿Será posible que una y otra estén desde el inicio irresolublemente separadas?

      


 


[1] Marcuse, H. (1971) Razón y revolución. Madrid – Alianza.

[2] Fromm, E. (1962) Marx y su concepto del hombre. Ciudad de México – Fondo de Cultura Económica. 

[3] Schaff, A. (1979) La alineación como fenómeno social. Barcelona – Grijalbo.

[4] Marcuse, H. (1971) Op cit.

[5] Marx, C. (1932) Gesamtausgabe. Citado por Marcuse, H. (1971) Razón y revolución. Madrid – Alianza. Pág. 273..

[6] Marcuse, H. (1971) Razón y revolución. Madrid – Alianza.

 

[7] Marx, C. (1953) Die deutsche Idelogie. Citado por Kolakowski, L. (1992) Tratado sobre la mortalidad de la razón. Caracas – Monte Ávila. Pag. 137. cursivas del original.

[8] Kolakowski, L. (1992) Op cit. Pág. 140. cursivas nuestras.

[9] Schaff, A. (1979) Op cit..

[10] Grass, G. (1999) Poemas. Madrid – Visor Libros. Pág. 69. Fragmento de Diana o los objetos

[11] Rifkin, J. (1998) Conferencia pronunciada en el Edificio MERCOSUR. Montevideo – Radio el Espectador. Pág. 3.

[12] Patočka, J. (1988) Ensayos heréticos sobre la filosofía de la historia. Barcelona – Península. Pág. 51.  

[13] Usaremos aquí ambos términos como sinónimos, aun cuando convendría hacer algunas precisiones.