Por:
Nadia L. Orozco
Licenciada en Ciencia Política
Tecnológico de Monterrey, Campus Ciudad de México
Este sistema está apoyado por cuatro principios básicos: la apertura económica, que permite una red de comercio e inversión; el manejo conjunto del orden económico y político de occidente; “las reglas y las instituciones de la economía del mundo occidental [que] deben estar organizadas para apoyar la estabilidad económica interna y la seguridad social”[2]; finalmente, el principio de que los anteriores estén contenidos en las Constituciones a fin de darles un nivel de institucionalidad.
Siguiendo el argumento de Benjamín Barber, “El planeta esta alejándose precipitadamente y uniéndose de manera reluctante a cada momento”[3]. Los dos principios rectores de esta inescapable realidad de Post Guerra Fría son la Globalización y la Tribalización. La primera de ellas tiene como sello principal la homogeneización “un McMundo unido por la tecnología, la ecología, las comunicaciones y el comercio”[4], marcada por las tendencias que Bretton Woods y el periodo inmediato posterior a la guerra mundial establecieron. La segunda de ellas tiende a la decantación de los pueblos en comunidades separadas, profundamente confrontadas por sus diferencias etno-culturales: “una Jihad en el nombre de cientos de creencias estrechamente concebidas en contra de cualquier tipo de interdependencia, de cualquier clase de cooperación y mutualidad cívica”[5].
Lo que resulta rescatable del argumento de Barber es que nos pone en evidencia dos tendencias que crean una serie de tensiones entre grupos e individuos. La Globalización es un proceso en el que no sólo se ha consolidado el libre flujo de capitales y mercancías a lo largo y ancho del planeta[6]; es además un proceso que ha llevado a una desconstrucción del individuo y su rol en el tejido social y lo ha lanzado a un espacio informativo en donde su identidad ha sido puesta en duda, lo que lo ha llevado a adoptar actitudes diversas frente a este fenómeno para intentar dar una respuesta a la pregunta básica: ¿quién soy y qué papel juego dentro de este esquema?
El cambio en las realidades sociales ha ocurrido a una velocidad fantástica en las últimas décadas, no sólo en el plano de la innovación tecnológica y de la información, sino también en las formas en las que las sociedades, de una u otra forma, han ido adaptándose a dichos cambios. Además, dentro de la Globalización:
La inmigración y la etnicidad se constituyen como otredad. Entenderlas como un conjunto de procesos donde elementos globales están localizados, donde mercados internacionales están constituidos, y culturas de todo el mundo son des y reterritorializadas, los coloca en el centro, junto con la internacionalización del capital, como un aspecto fundamental de la Globalización[7].
El rescate de lo autóctono y de lo diferente parece ser uno de los aspectos más relevantes que la Globalización ha traído a la luz a lo largo de las últimas décadas. La necesidad del ser humano por definir el espacio socio-cultural al que pertenece, y que lo diferencia de otros grupos e individuos, se encuentra en el centro de muchos de los conflictos que hemos evidenciado en los últimos tiempos, desde Yugoslavia hasta Timor Oriental.
¿Por qué el resurgimiento del aspecto étnico de la identidad de individuos y grupos ha cobrado tal fuerza a partir de la Post Guerra Fría? A lo largo del presente ensayo explicaremos las líneas generales en virtud de las cuales se forma la identidad y quedará de manifiesto la manera en la cual la Globalización ha alentado el resurgimiento del nacionalismo étnico, en especial en los países de tradición occidental, siguiendo el argumento de que la Globalización pretende crear homogeneidad en un mundo que es de suyo diverso.
La Construcción del Nacionalismo
Siguiendo una teorización constructivista, podemos afirmar que “la gente actúa hacia los objetos, incluyendo otros actores, con base en el significado que éstos tienen para ellos... El significado colectivo constituye la estructura que organiza nuestras acciones.”[8] Esto implica que los sujetos, en tanto entes sociales, construyen sus actuaciones con base en el entorno social en que se encuentren y a partir de esos referentes organizan su entendimiento sobre sí mismos y sobre aquello que los rodea.
La construcción de las identidades de una persona está fincada en “la forma en que nosotros, más o menos concientemente, nos ubicamos en nuestro mundo social [y de esta forma]… alineamos nuestros sentimientos subjetivos con los espacios objetivos que ocupamos en el mundo social y cultural.”[9] La identidad, y su construcción, son un proceso que tiene lugar en cada etapa de la vida de un individuo quien, a través de su interacción con el mundo y con otros individuos, va dándole un sentido al yo, al mismo tiempo que le otorga un significado a los otros y a la realidad que le rodea.
El proceso de construcción-reconstrucción de la identidad encuentra su base en el lenguaje. Sólo a través de éste el mundo exterior, y el interior, tienen algún sentido; ‘comunicar’, es decir, ‘poner en común’, implica que la gama de situaciones, cosas e individuos que rodean a una persona pueden ser puestos en términos que sean comprensibles para otros individuos en condiciones suficientemente similares para crear significados comunes e identidades colectivas.
Las identidades así entendidas, y teniendo como base al lenguaje, pueden ser de todo tipo: culturales, de género, de clase, regionales, religiosas o de afiliación a un estilo de vida. Todas ellas ocurren a distintos niveles y funcionan de manera complementaria para integrar el todo que es el individuo dentro de los roles sociales que adopta en distintas situaciones sociales. El acceso a distintos medios de información, inherentes a nuestra época globalizada, otorga a los individuos múltiples vías a través de las cuales construyen sus identidades, diversificando las opciones que éstos tienen de acceder a espacios sociales que les permiten tomar múltiples roles.
Pese a que la Globalización y el mundo post guerra fría han lanzado a las sociedades hacia un caos aparente en donde las identidades y las realidades sociales que las acompañan cambian y se mueven –se transnacionalizan– constantemente, “en muchas situaciones el Estado Nación y el nacionalismo continúan proveyendo un pivote alrededor del cual los individuos y las colectividades organizan su sentido de afiliación cultural y sentimientos de pertenencia.”[10] Podemos asimismo asegurar que no sólo el Estado Nación sino el nacionalismo de aquellos grupos que no tienen un Estado, se encuentra como centro de gravedad de la identidad de individuos en todas partes del mundo.
A continuación se proporciona al lector un marco conceptual general que le servirá para entender la diferencia que existe entre el nacionalismo cívico, ligado a nuestra concepción tradicional del Estado y la consecuente tendencia homogeneizante de la Globalización, y el nacionalismo étnico. A través del marco conceptual y de los ejemplos proporcionados, el lector podrá apreciar que la diferencia entre ambos conceptos es el eje fundamental para entender las implicaciones que presenta la Globalización sobre la construcción de identidades colectivas, siendo su consecuencia más importante el nacionalismo étnico.
El nacionalismo parece haber sido el motor de la historia en los siglos XIX y XX. Las escisiones de grandes imperios, como el Otomano, los movimientos independentistas en las antiguas colonias imperiales transoceánicas, la gran movilización en las dos guerras mundiales y finalmente la partición de la Unión Soviética en más de 20 estados nuevos parecen dejar claro que “la forma general del sistema internacional actual es en gran medida derivada del nacionalismo y de los efectos de movimientos nacionalistas.”[11]
Asimismo, el nacionalismo cívico fue uno de los signos más sobresalientes de la Modernidad, que junto con la aparición de los estados nacionales son el producto más acabado del movimiento Ilustrado. Recordaremos que el antecedente a la formación de los Estados fue el Estado Moderno Absolutista –que a través de la consolidación de un territorio bajo cánones lingüísticos, religiosos y políticos homogéneos– lograron agrupar a una gran cantidad de personas bajo un sólo signo nacional. Esta forma de organización se perfeccionó y evolucionó hasta que se consolidó el sistema de estados que hoy conocemos tras la Paz de Westfalia de 1648.
Es importante hacer notar que la característica fundamental del nacionalismo cívico es que busca la homogeneización de grandes grupos de gente que no siempre es homogénea en su cultura, lengua, religión o costumbres. Así, el nacionalismo cívico puede definirse en su forma más acabada como la “conciencia de unidad que se le da al pueblo a través de la atribución de los mismos derechos democráticos a todos los individuos, los cuales adquieren así la capacidad de participar en la determinación de la política del Estado.”[12]
El vínculo más importante se encuentra entre la identidad cívica y los derechos que otorga el Estado. Este criterio de homogeneización funciona a un nivel político y sirvió para movilizar a grandes concentraciones de personas que protagonizaron las revoluciones burguesas de los siglos XVIII y XIX. La construcción de este tipo de identidad cívica está estrechamente relacionada con el deseo de cambiar al Estado y su naturaleza, y los términos en los que éste se relaciona con sus ciudadanos. Estos términos se han expresado, y continúan expresándose, en las Constituciones de los Estados, que a manera de contrato estructuran estas relaciones y permiten la interacción entre los individuos y su Estado.
El ejemplo de nacionalismo cívico del que podemos echar mano, y que ilustra muy bien su naturaleza, es el nacionalismo estadounidense. Se trata de un grupo de individuos que se identifican dentro de ciertos límites territoriales bajo una forma de gobierno que garantiza su acceso a los derechos fundamentales: la vida, la libertad, la propiedad privada y la seguridad jurídica. Este nacionalismo tiene en la base cuestiones claramente individuales, no existe ninguna forma en la cual los individuos puedan identificarse como un colectivo frente al Estado porque en la teoría y en la Constitución estadounidenses todos son iguales ante la ley y dan vida al pacto social que ha fundado esas relaciones.[13]
Un punto discutible en cuanto al nacionalismo estadounidense, es el de los grupos minoritarios que lo conforman. A pesar de que la Constitución reconoce a individuos y no a colectividades culturales diferenciadas, podemos decir que existen mecanismos dentro del esquema político estadounidense que permiten que la gente se organice en grupos y funcione como grupo de presión frente al estado (por ejemplo: el lobbyng judío, las ONG’s o los grupos en Florida de disidentes cubanos)[14]. Sin embargo, los términos en los que estas agrupaciones inciden en el sistema político no afectan, al menos hasta el momento, la manera en la que los estadounidenses se entienden a sí mismos dentro del mundo.
Como vemos, el nacionalismo cívico se finca en un contrato social: la Constitución. En ella se recogen los términos bajo los cuales las sociedades habrán de funcionar y la forma en la que los individuos construirán sus identidades políticas dentro del Estado. El nacionalismo cívico es típico de estados occidentales en donde el desarrollo de las instituciones permitió dar cabida a este tipo de contratos, o de estados de nueva fundación que a partir prácticamente de la nada establecieron estas instituciones (clara y únicamente el caso de Estados Unidos).
Uno de los aspectos más interesantes del nacionalismo post guerra fría es el carácter étnico del mismo, debido a que “está basado no sólo en significados compartidos sino también en generaciones de matrimonios y descendientes aunados a vínculos residenciales en lugares particulares”[15]. Es una identidad que se construye a lo largo de muchísimos años y que da a los individuos un conjunto de valores, prácticas e instituciones que les permiten distinguirse de otros grupos. Es, además, la identidad primordial: se encuentra en el seno de la base social (la familia) y encuentra causes para su reproducción aún en sociedades más o menos modernas (como es el caso del País Vasco en España).
Al utilizar el adjetivo ‘étnico’, se hace referencia, de manera general, a una identidad colectiva que puede o no estar politizada –en el sentido de buscar algún tipo de espacio de poder dentro del orden establecido en el lugar en donde existe–. Se trata más bien de una conciencia colectiva que puede tener o no una manifestación violenta, contenciosa o de confrontación. Se trata, finalmente, de lo que un grupo cree sobre sí mismo; una identidad étnica, así entendida, no se regatea ni se negocia, independientemente de su estatus –como grupo terrorista, levantamiento armado, minoría cultural, etcétera–, sino que constituye la realidad para el grupo en cuestión.
La identidad étnica se transforma en nacionalismo cuando el grupo que lo proclama ha logrado politizar esa identidad[16]. “Las identidades sólo pueden ser una fuente de poder si se han politizado, y el que no sean politizadas se relaciona en una forma directa con estructuras de poder externas.”[17] El proceso de politización de una identidad puede deberse a que la estructura de poder en la que el grupo está inmerso le ha dejado un campo de acción que, por limitado que sea, le permite organizarse y desarrollarse; politizar una identidad implica entenderla en el contexto de una amplia estructura de poder.[18]
Para el caso de los países recién formados tras la caída de la Unión Soviética, resalta el hecho de que éstos no contaban con las instituciones democráticas y liberales necesarias para asentar la democracia; de ahí que el nacionalismo jugara un papel importante en su formación. En esos casos:
Al enfatizar las divisiones étnicas, este tipo de nacionalismo debilita, aun cuando pretende consolidar, el Estado. El cuerpo político, que está típicamente mezclado, se divide en vez de formar un tejido más fuerte. Más aún, el estado y su simbolismo –tan importante al generar las fuerzas emocionales del patriotismo y la solidaridad bajo el nacionalismo cívico–, se ven subordinados a la ‘calidad única’ étnica, considerada la antecesora de la nacionalidad.[19]
Esto propició en Europa Oriental un surgimiento de partidos nacionalistas con tendencias étnicas que, en muchos casos, reaccionaron de manera violenta hacia otras etnias, en parte por la frustración que las falsas expectativas de la democracia y el libre mercado originaron en esos países. “En ausencia de los particulares prerrequisitos económicos, sociales y culturales de la ideología liberal, un estado de derecho fuerte permaneció en mucho sólo en la teoría, mientras que el elemento étnico dominó. El estado se convirtió en un instrumento para preservar la herencia étnica y ayudar a exterminar los elementos contradictorios.”[20]
Como podemos apreciar, el nacionalismo étnico se contrapone al nacionalismo cívico debido a un elemento fundamental: el individuo. Se trata en este caso de ideologías enfrentadas cuyos elementos centrales, la comunidad y el individuo, parecen irreconciliables. En el caso de los países de Europa Oriental el elemento comunitario, alentado por la ideología comunista que es per se de tipo comunitarista, se vio reforzado hasta el momento más grave del shock post guerra fría. Estos países recurrieron al nacionalismo étnico en ausencia de otro tipo de ideologías.
Las dos vías para la formación de la identidad nacional pueden evidenciarse de forma contundente en todo el mundo. El surgimiento de sentimientos nacionalistas de corte étnico es patente inclusive en países que se consolidaron como Estados dentro de un marco cívico. Los ejemplos más importantes los hallamos en Europa Occidental en donde movimientos étnicos en muchos países –desde el Reino Unido hasta Alemania, Bélgica o España–, han hecho su aparición y han cuestionado de diversas formas la estructura original de los Estados. El reclamo de estos nacionalistas va desde la petición de una mayor autonomía (Escocia en el caso del Reino Unido o la revuelta indígena en México), hasta la separación definitiva del Estado (el caso de una facción dentro del País Vasco en España).
La Globalización es claramente un proceso que se lleva a cabo en múltiples niveles, y que afecta las vidas de los individuos de maneras diversas, ya sea, como ha argumentado Barber, creando una serie de estándares bajo los cuales es necesario entender, ordenar y recrear a la sociedad, o bien creando tensión entre grupos debido a distintos aspectos que forman su cultura o visión del mundo.
La etnicidad, como se ha argumentado a lo largo de este ensayo, se construye a partir de las relaciones que las personas establecen a lo largo de sus vidas con otros individuos. La Globalización y sus instituciones, especialmente las instituciones económicas y financieras que le dan estructura, han pretendido organizar las realidades sociales de estos individuos de manera que se apeguen a una visión de mundo de tipo democrático liberal, y parte del supuesto de que las divergencias ideológicas que pudieran permanecer vivas convergen en el punto en donde es universalmente aceptado que todos los hombres y mujeres somos iguales. Esta idea choca con los deseos de diferenciación y reconocimiento de grupos e individuos que de forma contundente luchan por permanecer como únicos y originales, y colisiona definitivamente con la concepción tradicional del nacionalismo cívico como ‘pegamento’ de las realidades sociales a las que da cobijo el Estado Nación.
Se hace evidente pues, que “el componente cívico se refiere a las instituciones del estado moderno, el cual, como hemos notado, se encuentra cimentado en la soberanía del pueblo. Estas instituciones forman un marco cívico, democrático y típicamente inclusivo para sus ciudadanos.”[21] Este elemento, conforme se consolidan las instituciones y las prácticas que le dan contenido y conforme se ve globalizado y reproducido una y otra vez, genera tensiones dentro de los grupos que ante todo buscan elementos de identificación más cercanos, referentes más familiares y que le otorguen al individuo un lugar dentro de su colectivo social.
Esta tensión entre individuos y colectivos, dentro del caos de la Globalización, da lugar a un resurgimiento del nacionalismo étnico. “El componente étnico, el cual es con frecuencia excluyente, se refiere a los contenidos de la identidad nacional desarrollada a través de valores compartidos, instituciones, símbolos, tradiciones, cultura, lenguaje o religión.”[22]
Este resurgimiento ha sido alentado por la Globalización y sus procesos de cambio abrupto, que ofrecen al individuo una multiplicidad de opciones para formar su identidad. La aparición de sectas religiosas, estilos de vida alternativos, organizaciones no gubernamentales con objetivos globales, movimientos sociales en torno a causas variadas, y hasta la variedad de marcas para un sólo producto que el individuo encuentra en un supermercado, le obligan a buscar un reencuentro con sus raíces en un intento interminable por entender quién es.
Finalmente, la implicación más importante que se ha puesto en evidencia en los últimos años es que la Globalización pone en entredicho el paradigma más fundamental de la Modernidad: la igualdad racional de todos los hombres. De tal suerte, la base sobre la que debemos construir las relaciones del individuo con el otro, y de colectividades diversas y constantemente contrastadas en el gran escaparate informativo de la Globalización, se encuentra no en la lucha por la igualdad –misma que es incuestionable, por otra parte, en virtud del reconocimiento universal de los Derechos Humanos–, sino que debe partir de ese piso y cimentarse en aquello que nos hace diferentes bajo nuevos paradigmas de tolerancia y respeto hacia los otros.
In-Conclusiones
Bajo este esquema podemos extraer algunas ideas interesantes, mismas que sin ser concluyentes, requieren de un análisis más profundo que escapa a los alcances del presente ensayo pero que pueden servir de base para futuro desarrollo, y que pueden ayudar a replantear nuestra compresión del mundo y de las realidades sociales que en él habitan:
1. La Globalización es una fuerza centrífuga: expone a los individuos a todo tipo de opciones para definir sus identidades, muchas de ellas provenientes de lugares remotos.
2. Estas identidades, al volverse más homogéneas, hacen que el individuo busque en su entorno social rasgos de ‘originalidad’ que le distingan de otros, lo que es un punto de partida para sentimientos de nacionalismo étnico.
3. La Globalización y sus instituciones erosionan la soberanía del Estado al crear instancias supranacionales (como en el caso de la Unión Europea), lo que debilita la estructura de poder y deja un margen para que las identidades nacionales locales se politicen y busquen avanzar hacia un nacionalismo étnico que reclama autonomía, reconocimiento y, en casos extremos, independencia.
4. La Globalización es una fuerza definitivamente homogeneizante: marca una serie de estándares para lo que conocemos como nacionalismo cívico, de tal suerte que los individuos pierden sus referentes de autonomía e identidad nacional y buscan reencontrarlos a través del nacionalismo étnico.
5. El nacionalismo étnico es la respuesta más lógica en la búsqueda de una identidad colectiva: nos remite a lo más cercano y más familiar y también a lo que nos hace únicos y diferentes del resto del mundo [un mundo que está más cercano que nunca, gracias a la Globalización de las tecnologías de comunicación].
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[1] IKENBERRY; 1996:79.
[2] Op. Cit. 86.
[3] BARBER, 1992:1.
[4] Ibíd.
[5] Ibíd.
[6] Aunque valdría decir que el proceso se ha centrado en particular en el norte.
[7] SASSEN, 2001.
[8] WENT; 1992:396-397.
[9] KENNEDY, 2001:5.
[10] Op. Cit. 1-2.
[11] KELLAS, 1998: 189.
[12] LEVI; 1998:1027.
[13] NODIA, 1996:105
[14] El argumento de J. Madison es que no es posible evitar que la gente forme facciones; lo que es posible es evitar que una sola facción monopolice el poder político. MADISON, J., A. Hamilton y J. Jay (2001): El Federalista. México, FCE.
[15] Op. Cit. 2.
[16] Ver el Cuadro I. La idea original de este esquema de construcción de la identidad pertenece al Dr. Steven Majstorovic, profesor investigador de la University of Wisconsin-Eau Claire.
[17] O’BYRNE, 2001:139.
[18] Op. Cit. 140.
[19] NODIA, Op. Cit. 106.
[20] Op. Cit. 109.
[21] Op. Cit. 87
[22] Op. Cit. 87.