Kant y la conciliación entre la Facultad de Conocer

y la de Desear por medio del juicio estético

 

Por:

Víctor García Ramírez

Escuela de Filosofía, UCV

 

Resumen: El entendimiento se manifiesta en la “facultad de conocer” y la razón en la “facultad de desear”. Ambas facultades se encuentran de forma independiente, sin relación necesaria alguna, como si un “abismo infranqueable” las separara.

 

 

 

En la Crítica de la Facultad de Juzgar, Kant expone la demanda de una conciliación entre ambas facultades, que se logra por medio del juicio estético. La idea principal de la ponencia es analizar algunos aspectos de la noción de juicio estético en el caso de lo sublime y así mostrar cómo sirve de ejemplo de tal conciliación; pues siguiendo a Kant la experiencia sublime si es matemática remite al entendimiento y si es dinámica a la voluntad, logrando así tender un puente entre ambas facultades.

 

       En la Crítica de la Facultad de Juzgar, Kant analiza el sentimiento de lo sublime como parte del juicio estético. El juicio estético tiene como característica distintiva, frente al juicio moral y al de orden teorético, ser de naturaleza reflexionante mientras que éstos son determinantes. Sin embargo y pese a ésta diferencia conceptual, hay un enlace que lleva al sujeto desde la experiencia estética sublime hasta el reconocimiento dentro de sí de un carácter moral y una capacidad para las actividades del entendimiento. Es más, Kant nos dice que es posible desde una mirada ya no volcada hacia dentro de sí, sino también hacia los otros, captar cierto carácter moral en cualquiera o por lo menos sospechar que lo posea por el hecho de que experimente un placer desinteresado en el contacto con la naturaleza.

 

       El objetivo de estas líneas es desarrollar los conceptos principales implicados en la noción de juicio estético (en el caso de lo sublime) y cómo la adecuación producida por el placer genera el reconocimiento de sí como sujeto moral e intelectivo. En otras palabras, exponer la forma en que se manifiesta por medio experiencia sublime la conciliación entre el entendimiento y la voluntad, que son dos esferas en apariencia separadas. No pretendo explicar a fondo las razones que hacen que a través de la Crítica del Juicio se fundamente para Kant una “unidad” entre el entendimiento y voluntad, simplemente quiero mostrar como lo sublime sirve como ejemplo de dicha unidad buscada.

 

Para ello en una primera parte analizaré algunos aspectos del Prólogo y la Introducción de la Crítica de la Facultad de Juzgar, donde se plantean algunas características del juicio reflexionante y su lugar en la filosofía, mostrando la separación entre el entendimiento y la voluntad. En un segundo apartado, basándome en los parágrafos § 23-29, explicaré el sentimiento de lo sublime en función de las características dadas sobre el juicio reflexionante y el papel que juegan el entendimiento y la imaginación. Por último, expondré las razones que da Kant para decir que la experiencia sublime evoca un sentimiento moral y un impulso al conocer, lo que a mi parecer, manifiesta la conciliación entre el entendimiento y la voluntad.

 

1. La unidad buscada entre el entendimiento y la voluntad. La introducción del juicio estético reflexionante como fundamento de dicha unidad.

 

       El entendimiento se manifiesta en la facultad de conocer que tiene sus principios a priori, al igual que sucede con la razón que se manifiesta en la facultad de desear. En el primer caso se trata de la “esfera” del conocimiento (o los conceptos de la naturaleza) a la que Kant le dedicó la Crítica de la Razón Pura y en el segundo el de la moral (o los conceptos de la libertad) que se desarrolló en la Crítica de la Razón Práctica.[1] Esto plantea una especie de separación entre la instancia que Kant llama sensible (la naturaleza) y la suprasensible (la libertad) las cuales deben ser reconciliadas. En palabras de Kant:

 

“Se ha abierto un abismo infranqueable entre la esfera del concepto de la naturaleza como sensible y la esfera del concepto de libertad como suprasensible, de tal modo que del primero al segundo ningún transito es posible, exactamente como si fueran otros tantos mundos diferentes, sin poder el primero tener influjo alguno sobre el segundo, sin embargo debe éste tener algún influjo sobre aquel, a saber: el concepto de libertad debe realizar en el mundo sensible el fin propuesto por sus leyes, y la naturaleza, por tanto, debe poder pensarse de tal modo que al menos la conformidad a leyes que posee forma, concuerde con la posibilidad de los fines, según leyes de libertad, que se han de realizar en ella. Tiene pues, que haber un fundamento para la unidad de lo suprasensible, que yace a la base de la naturaleza, con lo que el concepto de libertad encierra de práctico.”[2]

 

       Tal “fundamento de la unidad” no produce conocimiento ni teórico (porque sería parte de la esfera del entendimiento) ni práctico (porque sería parte de la voluntad) pero permite el paso del uno al otro. Kant postula la existencia un término medio entre las facultades del entendimiento y la razón que es el Juicio que sirve como fundamento de la unidad y el cual también debe tener elementos a priori, pero no se trata de un “juicio lógico por conceptos” ya que esto derivaría en un juicio determinante que da como resultado otro concepto.[3] Se trata de un juicio que de cuenta del sentimiento de placer y dolor que caracteriza la experiencia estética, un juicio que Kant llamará reflexionante.

 

       Un juicio determinante es aquel que “subsume lo particular en lo universal”, los juicios del entendimiento y los de la voluntad son de este tipo. Por ejemplo, los juicios en el marco de la física (entendimiento) o de la moral (voluntad) son de casos particulares que manifiestan una regla general, si digo: “la manzana cae al suelo” es manifestación de la norma de la naturaleza de que todos los objetos caen por efecto de la gravedad o si digo: “no es bueno que robes a ese niño” allí se manifiesta una norma universal que es no debes robar. En el caso de la estética no son posibles los juicios determinantes, porque lo único que tenemos es el caso particular pero no una regla universal necesaria.

 

       Para poder establecer dicha conexión de lo particular a lo universal debe el Juicio tener un principio a priori. El principio no puede tomarse de la experiencia porque justamente va a unificar las experiencias, así que no puede haber una de ellas que se tome como legisladora de las demás. El principio a priori no es otro que la “finalidad” en los objetos que se deriva del juicio reflexionante sobre ellos.[4] La finalidad tiene algunas características: no puede conocerse pues no es determinable, está ligada a la aparición del objeto y esa aparición empírica (su representación) se vincula con el sentimiento de placer o dolor que tengamos al captarla lo que hace que sea una representación estética: 

 

“...(la finalidad) va unida a la representación del objeto, es lo subjetivo del mismo, que no puede llegar a ser elemento alguno de conocimiento... y la representación del objeto está inmediatamente unida con el sentimiento de placer y esta representación misma es una representación estética de la finalidad”[5]

 

       Ese principio a priori hace posible una crítica estética. Y esa crítica por partir de un juicio reflexionante, simplemente espera una aprobación universal. La universalidad se presupone porque pese a que una experiencia estética es absolutamente subjetiva, las disposiciones que la permiten son universales. Esas disposiciones son las facultades de cualquier conocimiento que se da a través de la experiencia: la imaginación y el entendimiento. Es decir, cuando la finalidad de la representación del objeto concuerda, se ajusta a nuestra imaginación y entendimiento se da el placer, condición necesaria para el juicio estético.[6]

 

       Así, el Juicio estético viene a presentarse como el enlace entre las dos esferas separadas. Y tiene además ciertas características que van a ser objeto de desarrollo en los primeros parágrafos de Critica del Juicio. Kant analiza la noción de lo bello para determinar algunas características del juicio del gusto además de su indeterminación. No me detendré en el análisis de lo bello en cuanto tal, sólo me referiré a compararlo con lo sublime en cuatro aspectos (o como los llama Kant: “momentos”) constitutivos del juicio estético. Dichos momentos, a saber, son: cualidad, cantidad, relación de los fines y la modalidad de la satisfacción en los objetos.

 

       Cuando se refiere a cualidad, se trata de determinar si existe algún tipo de interés vinculado con el juicio del gusto. Ni en el caso de lo bello como en el de lo sublime hay ningún interés pues el sujeto no busca ninguna sensación especifica. No tiene relevancia que el objeto que genera el placer nos otorgue un conocimiento, brinde cierto tipo de satisfacción buscada, exista o se vincule con ciertas ideas morales. En este punto, de la falta de interés, Kant va a afianzar la diferencia que tiene la satisfacción en el juicio del gusto con la satisfacción que existe en lo agradable y lo bueno; pues en estos dos últimos si hay un interés relacionado. Sólo se trata de que el sujeto sienta placer o dolor, sin ningún tipo de predisposición que busque un objetivo lógico o sensible.  “Lo bello tiene de común con lo sublime que ambos placen por sí mismos” [7] no se busca lograr nada  especifico.

 

       En cuanto a la “cantidad”,  que es el segundo momento, el objetivo de Kant es marcar énfasis en que la satisfacción que genera tanto lo bello como lo sublime, tiene pretensión ser válida para todos, de representar un carácter universal.[8] Esta es la ratificación de lo dicho en la introducción de que dado a compartimos las mismas disposiciones para captar una representación y a partir de ella sentir placer o dolor exigimos que en todos sea igual.

 

       En cuanto a la relación de los fines, el fin no puede darse ni de forma subjetiva ni de forma objetiva. No puede ser lo subjetivo, porque implicaría algún interés, ni tampoco una representación objetiva porque implicaría un concepto o conocimiento previo. Entonces, la finalidad no va más allá del objeto que se nos representa, sólo queda en el momento de la representación: “No puede ningún fin subjetivo estar a la base del juicio del gusto. Pero tampoco puede determinar el juicio del gusto representación alguna de un fin objetivo…”.[9] Es en palabras de Kant una finalidad sin fin.

 

       En el cuarto momento, se explica la modalidad de la satisfacción de la experiencia estética. El modo en que se produce la satisfacción en la experiencia, esta basada en una condición de necesidad que no es objetiva o teórica (como la llama Kant), en el sentido de que no se conoce que es lo que va a suceder, ni tampoco práctica en el sentido que implica un acto de voluntad subjetivo. “La necesidad pensada en un juicio estético, puede llamarse solamente ejemplar, es decir, una necesidad de la aprobación por todos de un juicio, considerado como un ejemplo de regla universal que no se puede dar”.[10]

 

       Estos cuatro momentos, describen características del juicio estético puro. Se aplican tanto a lo bello como a lo sublime. La diferencia es que lo sublime obedece una nueva subdivisión en: sublime matemático y sublime dinámico.

 

2. La imaginación y el entendimiento en la experiencia estética sublime.

 

       Kant tanto en la “Critica del Juicio” como en un escrito anterior llamado “Observaciones sobre lo bello y lo sublime” expone una gran cantidad de diferencias que posee lo sublime frente a lo bello. Muchas de esas diferencias se refieren al objeto que las suscita: lo bello suele tener formas limitadas y manifestarse en objetos pequeños, lo sublime se manifiesta en formas ilimitadas y objetos muy grandes o enormes; lo bello puede ser muy adornado y lo sublime siempre muy sencillo; lo bello se presenta siempre de manera amable, lo sublime puede estar asociado al terror.

 

No obstante, la diferencia que considero más relevante para desarrollar aquí no es la relacionada con el objeto en la experiencia estética sino con el sujeto. Esa diferencia es la siguiente: “Para lo bello de la naturaleza tenemos que buscar una base fuera de nosotros; para lo sublime, empero, sólo en nosotros y en el modo de pensar que pone la sublimidad en la representación de aquélla.”  Lo más importante en el caso de lo sublime ocurre dentro de nosotros. Kant describe la experiencia estética sublime como una sensación poderosa donde las facultades que están a la base de la experiencia (la imaginación y el entendimiento) no logran ajustarse de manera del todo precisa. Quizá el término más adecuado es el que usa el autor, que “movimiento” del espíritu  por  medio de lo sublime mientras que en el caso de lo bello el espíritu está en reposo. Yo diría que ese movimiento es como un desliz imprevisto, o un suave resbalarse que desequilibra nuestras facultades.

 

Lo sublime atiende dos subdivisiones: una llamada matemática o estática y otra llamada dinámica. Esta división es muy relevante porque va a permitir explicar cómo es posible la unidad a través del juicio del entendimiento y la voluntad. Kant señala que la división se debe a que la experiencia sublime:

 

“(...) será referida por la imaginación a la facultad de conocer, o a la facultad de desear; pero, en ambas relaciones, la finalidad de la representación dada será juzgada sólo en consideración de esas facultades, y como entonces la primera es añadida al objeto como una disposición matemática, la segunda como una disposición dinámica de la imaginación de aquí que aquél (el carácter de movimiento del espíritu) sea representado como sublime en esa pensada doble manera”[11]

 

La imaginación en la experiencia sublime nos inclinará o al entendimiento (facultad de conocer) o a la voluntad (facultad de desear). Cuando se trate de la imposibilidad de aprender por medio de la imaginación el límite en cantidad de una imagen ante nosotros nos encontramos frente a lo sublime matemático. La impotencia de la imaginación frente a un horizonte tan abierto y grande que no podamos representarnos su fin nos produce un dolor, un dolor por sentirnos ínfimos, pequeños. Pero ese dolor se sigue de una complacencia o placer pues la imaginación trata, intenta atrapar esa grandeza y al ver los límites de nuestros sentidos entendemos y descubrimos que en otra forma somos ilimitados pues el entendimiento, la razón es más grande al comprender nuestra limitación. Y es más grande porque podemos captar leyes que van más allá del mundo empírico, de la experiencia sensible, leyes que rigen toda experiencia sensible y por eso nos reconfortamos. Ese “movimiento del espíritu” como ha llamado Kant a la experiencia sublime nos trasporta desde el ardor doloroso de nuestra finitud, desde ese sentirnos accidentes mendigos esperando pasar, hasta la conciencia de la grandeza nuestra conciencia, de que nuestra razón puede lograr cosas, que el mar puede lucir infinito pero que con mi barca lo atravesaré hasta puerto seguro.

 

En el caso de lo sublime dinámico el movimiento del espíritu nos lleva hasta la voluntad. Kant utiliza la palabra “magnitud” para referirnos al caso matemático y “fuerza” en el caso dinámico. La naturaleza puede ser terrible para nosotros, no sabemos en qué lugar aguarda pacientemente dormido algún diminuto bacilo de una peste que nos aniquile antes de poder crear el antídoto. Kant da como ejemplo “las rocas agudamente colgadas, amenazadoras”,  “volcanes en todo su poder”. No es difícil imaginar otros tantos más, pudiéramos hacer una lista de “n” posibilidades, siempre posibles. Pero al igual que en el caso anterior nuestra imaginación se queda recortada ante un poder que luce inmanejable, no parecemos lo suficientemente fuertes. La imaginación ante su impotencia nos remite a la voluntad, y esas amenazadoras fuerzas se revelan ahora con un atractivo, generan un placer, mientras las contemplemos a salvo, un querer enfrentarnos ante ellas, ante una fuerza tan grande nos dan valor, coraje quizá. En palabras de Kant:

 

“Su aspecto (el de la naturaleza) es tanto más atractivo cuanto más temible, con tal de que nos encontremos nosotros en lugar seguro, y llamamos gustosos sublimes esos objetos porque elevan las facultades del alma por encima de su término medio ordinario y nos hacen descubrir en nosotros una facultad de resistencia de una especie totalmente distinta, que nos da valor para poder medirnos con todo poder aparente de la naturaleza...[12] (más adelante) ...el espíritu puede hacerse sensible de la propia sublimidad de su determinación, incluso por encima de la naturaleza”[13]

 

Nuestro ser adquiere fuerza, se eleva. Esa fuerza en la facultad de desear nos revela nuestro carácter moral, que para Kant obedece a una ley fundamentada en la dignidad humana. La experiencia sublime cuyo juicio es indeterminado nos deja pensando, nos lleva a  reconocernos el uno en el otro, como pequeños pero con voluntad que es infinita, podemos desear lo que queramos, podemos desear enfrentarnos ante el dinamismo de la naturaleza.

 

3. La imagen de una “odisea” como ejemplo de la conciliación del entendimiento y la voluntad por medio de la experiencia estética sublime.

 

       Las ondas sonoras llevan con ellas las notas del Así habló Zaratustra de R. Strauss en su momento más intenso, simultáneamente por la vista se capta la imagen de un mono descubriendo el poder del mundo como instrumento. El mono toma un hueso y golpea con él frenéticamente otros huesos en el suelo de un paisaje árido, como celebrando la intuición de que algo grande viene: su evolución. El hueso se eleva alto y la toma sube con él y lo sigue hasta que llega al punto máximo de altura, el final de la pieza musical coincide en ese momento. El fotograma inmediato, en vez de mostrar como empieza a descender el hueso lo reemplaza por una nave espacial cayendo suavemente fuera de nuestra atmósfera, alrededor de la tierra cerca de una de nuestras estaciones espaciales, acompañado por otra hermosa pieza de J. Strauss, El Bello Danubio Azul. Esa es una escena recreada por Stanley Kubrick en un memorable película “2001: Una odisea al espacio”, en la que se retrata hasta donde ha llegado el entendimiento humano. Nada más elemental y rudimentario que un hueso hace miles de años que abrigaba en sí el potencial de ser en acto una nave espacial.

 

       La película retrata la odisea de la especie humana. El hombre ante el universo. La imaginación es incapaz de figurase un límite de un horizonte en el espacio, lo cual es un ejemplo de lo sublime matemático y aun así, el hombre va en busca de atravesarlo usando su entendimiento, la imaginación remite a la facultad de conocer y el hombre emprende el viaje. Por otra parte, en la cinta se retrata como un grupo de científicos consiguen un misterioso monolito enterrado en la luna que causa la muerte a quienes se acercan, dejándolos sin capacidad alguna de resolver esa interrogante, el universo siempre será aguardara una amenaza incierta para el hombre. Sin embargo, a los siguientes meses de dicho suceso la intimidación no es suficiente para detener el impulso ante la fuerza de la naturaleza y sacar el valor para arrojarse en busca de la respuesta a ese misterio. Es el movimiento del espíritu que menciona Kant.

 

       Al final de la película el viaje que se emprendió en busca de la respuesta al misterio, da un resultado cuyas imágenes despiertan un sentimiento reflexivo, cuya significado es indeterminado, por lo que voy a ensayar una posible interpretación que me parece adecuada con las ideas desarrolladas en este escrito. La nave espacial se pierde en un túnel donde se perciben muchísimos colores que me representan un viaje en el tiempo al futuro, de pronto parece haber un destino: llega el único tripulante que sobrevivió el viaje a una sala blanca con objetos de mármol, un espejo, un piso en cuadros blancos y negros. Revisa la sala, a través de su traje de astronauta es posible captar su rostro envejecido, el hombre de la técnica ha envejecido y pasa a una habitación y se consigue a otro hombre (que es él mismo) acostado en una cama también envejecido, muriendo, quizá. Para mí esa escena representa el encuentro del hombre instrumental (que es el astronauta) con su contraparte todo lo demás que es el hombre, es la vejez de la especie humana, quizá el momento antes de desaparecer. Ese encuentro significa la conciencia de sí mismo como hacedor, y frente de ellos está aun intacto “el misterioso monolito” que tanto la técnica quiso desentrañar. Parece querer decir, que la especie humana por más lejos que llegue por medio de su entendimiento y su voluntad tendrá siempre sin resolver el misterio. Es decir, el misterio es el juicio que nunca podrá ser determinado, que siempre dará que pensar al hombre que lo llevará desde la posición más amenazada y limitada de recursos al lo inconcebible por la imaginación al espacio abierto, que impulsara su entendimiento y su voluntad.

 

       Quizá, y digo quizá para dejar a un lado las determinaciones filosóficas y dar pie un juicio absolutamente reflexivo, la magnitud y la fuerza la naturaleza que nos amenaza, esa  experiencia sublime, es el aliento que “mueve nuestro espíritu”, que nos lleva a crear. Quizá la vivencia estética es la que nos hila por dentro y fuera, entretejiéndonos, llevándonos a poner piedra sobre piedra, a dar un paso tras el otro, por un lado con nuestro entendimiento para lograr el conocimiento y por el otro para reconocer en cada ser humano éstas disposiciones que nos mueven y que nos hacen exigir la universalidad del gusto, reconocer al otro como un igual, reconocer en mi y en los otros la voluntad, la facultad de desear, una instancia moral.  Quizá sólo las utopías como la de “Odisea al espacio 2001” que busca resolver un misterio es lo que nos impulsa, si entendemos utopía en las palabras de Maria Zambrano que la define como “belleza irrenunciable”. Y aquí digo belleza no en el estricto sentido kantiano, sino en el sentido del arrojo por la vida a la que nos lleva la experiencia sublime.

 


 


[1] Cf. Kant, Critica de la Facultad de Juzgar, Prólogo, México, Editorial Porrúa, sexta edición, 1997, Introducción, p. 190-1 (Traducción de Francisco Larroyo).

[2] Ibid., p. 192 (Introducción)

[3] Cf. Ibid., p. 186. (Prólogo)

[4] Ibid., p. 202. (Introducción)

[5] Ibid., p. 192 (Introducción)

[6] Ibid.,  p. 203 (Introducción)

[7] Ibid., § 22, p. 237.

[8] Ibid., § 6 al 9.

[9] Ibid., § 11, p. 221.

[10] Ibid., § 18, p. 232.

[11] Ibid., § 24, p. 239. Las letras en cursiva son un añadido mío.

[12] Ibid., § 28, p. 248

[13] Ibid., § 28, p. 249.