La Música Latina y la Mundialización
Por:
Vicente Ulive-Schnell
Doctorando en Filosofía,
Universidad de París VIII, Francia
Actualmente, la mundialización es una realidad de la cual no podemos escapar, así como una característica fundamental para la comprensión de nuestros tiempos. No obstante, a pesar de que la “mundialización” sea un factor central para las reflexiones en torno a nuestro presente y posible futuro, nosotros creemos que esta mundialización puede tomar diferentes formas y modalidades. De esta manera, nuestro propósito será el análisis del fenómeno de la música latina y su explosión durante los últimos años, para intentar lanzar algunas líneas de reflexión que nos permitan interrogar el actual modelo de mundialización y así pensar algunas alternativas.
Empecemos por la
definición de cinco elementos centrales para la comprensión misma de la palabra
“mundialización”[1].
En primer lugar,
podemos constatar que la mundialización es un fenómeno económico
de envergadura. En este sentido, los polos
económicos de los
distintos países se desplazan hacia
los capitales internacionales, apoyados en los “mergers” (fusiones) entre
empresas y la centralización de la producción alrededor de conglomerados que
presentan cada vez más campos de acción: una compañía disquera se convierte en
una empresa que produce películas, juegos de video, programas de computación y
hasta teléfonos celulares. Ello conduce a la segunda característica: la
estrategia económica, construida sobre la lógica de mercado y un principio
de producción basado en el capital intelectual. Los valores de una empresa no
son estimados sobre los activos reales que ella posee (fábricas, mano de obra,
capacidad de producción, etc.) como la antigua I.B.M., sino sobre la base de un
potencial virtual de explotación, como en el caso de Microsoft (cabe destacar
que ésta última cotiza sus acciones mucho más caras que la I.B.M., aunque posea
un capital real mucho menor)[2].
En ese sentido, llegamos a la tercera característica: la aceleración de la
investigación tecnológica. Esta toma un lugar primordial, tanto en la lógica
de mercado como en la estrategia económica. Existe una búsqueda, cada vez más
acelerada, de tecnologías de punta e innovaciones que permiten a los
conglomerados mantenerse competitivos. El cuarto factor es evidentemente
político, asistimos a una disolución de los Estados-Naciones a favor de una
regulación mercantil de las sociedades que deja más espacio de acción a los
capitales internacionales en los diferentes países. Finalmente, podríamos
nombrar el puesto cada vez más importante otorgado a un modelo de consumo.
Este se erige como el nuevo estilo de vida al cual los diferentes actores
sociales deben adaptarse, motorizando una dinámica social particular
basada en dicho principio.
Según los expertos, el modelo de mundialización caracterizado por los cinco elementos antes mencionados implica o implicará una uniformización de la cultura, es decir, un intercambio cultural (puesto que desaparecen los Estados-Naciones) que nos conducirá a un modelo cultural mundial, respetando, por supuesto, las diferentes cadencias de cada país. Dicho de otra manera, aunque no haya demasiadas manifestaciones distintas, cada región o país adoptará una expresión de la cultura globalizada: el hip-hop/rap se extiende por todo el globo pero toma una sazón particular relativa a cada país (hip-hop norteamericano, hip-hop latinoamericano, hip-hop francés, árabe, etc.).
Ahora bien, sin querer cerrar la discusión o presentar una evaluación categórica sobre la mundialización y la cultura, quisiéramos proponer un análisis sobre la forma en la cual la música latina ha sido integrada al nuevo sistema cultural mundializado.
En primer lugar, debemos precisar ciertos conceptos. Por música latina vamos a entender las expresiones musicales que explotaron desde los años sesenta hasta los años ochenta bajo el nombre de Salsa. Este concepto suscita todavía una fuerte polémica, especialmente cuando intentamos definirlo. “Salsa”, como término musical, no presenta límites palpables. Estamos enfrentados a dos tesis opuestas. La primera supone que la palabra “Salsa” fue inventada en los años sesenta en los Estados Unidos para agrupar un conjunto de ritmos difíciles de distinguir entre ellos, más que todo de origen cubano (Son, Danzón, Guajira, Mambo, etc.). Los músicos y escritores que sostienen este punto de vista no vacilan en explicar que la Salsa no es más que una maniobra política para aislar la producción musical de la Isla de Cuba después de la revolución castrista intentando apropiarse de esta manera de los ritmos autóctonos cubanos. Salsa : una mezcla informe de ritmos y colores musicales.
Por
otro lado, encontramos la tesis filológica. Según éste punto de vista, la
palabra “Salsa” aparece por primera vez en un programa de radio venezolano en
1966 (hora de la salsa, el sabor y el bembé) al igual que el primer disco data
de la misma fecha (Federico y su combo, “llegó la salsa”). Se supone entonces
que la palabra fue utilizada un poco más adelante para definir el “sonido de
Nueva York” expuesto por una plétora de músicos latinos que se agruparían más
tarde en torno al sello Fania Records. El
salsólogo Cesar Miguel Rondón, por ejemplo, describe un modelo definido en
la construcción musical de los años 60-70 y sostiene que debe separase la
Salsa
como movimiento específico newyorkino de cualquier otra cosa.
En lo que a nosotros respecta, más que tomar una postura por encima de la otra, quisiéramos centrarnos en una característica particular de la “Salsa” (poco importa cómo se entienda el concepto) para así pasar a nuestro análisis. Podemos afirmar entonces, que la Salsa como expresión musical siempre estuvo caracterizada por el espíritu subversivo que la definía. Si nos centramos en la explosión salsera de los años sesenta, por ejemplo, sería bastante ingenuo negar el aspecto de exclusión que reflejaba esta música. Estamos hablando de un movimiento periférico, marcado por un circuito de bares que presentaba a los distintos grupos (circuito cuchifrito), donde el público, totalmente latino, seguía a los grupos en su experimentación musical. Por “experimentación musical” queremos decir que la formación central de las bandas era muy diversa: sección percusiva variada, preeminencia del piano, diferentes selecciones rítmicas según el caso, etc. Es por ello que el verdadero “boom” de la Salsa será dado por la fundación de la disquera Fania Records, proyecto musical que buscaba reunir los diferentes talentos dispersos en las tarimas de la Gran Manzana. Por supuesto que el primer disco del sello es “Cañonazos”, de Johnny Pacheco, quien adopta una formación cubana de conjunto (siguiendo el estilo de La Sonora Matancera), sustituyendo su flauta por los timbales y sus dos violinistas por dos trompetistas. Luego viene la firma de los artistas que todos conocemos: Pete ‘El Conde’ Rodríguez, Bobby Valentín, Larry Harlow, Ismael Riviera, Ismael Miranda, etc. Cabe señalar que en esta época el intercambio musical entre los Estados Unidos y Cuba estaba prácticamente agotado, debido a las tensiones políticas entre ambos países. Ello conduce al agotamiento de las fórmulas anteriormente empleadas, especialmente el sonido cubano de la orquesta de Larry Harlow e Ismael Miranda, y el final de la época del “Mambo”, que ya había cansado al público de la Gran Manzana. El nuevo público, los Nuyoricans (puertorriqueños basados a Nueva York) pedía un sonido diferente con el cual pudiese identificarse.
El giro subversivo: La Salsa Nuyorican
Asistimos
entonces, a la aparición de la Salsa Nuyorican o Nuyoriqueña. El actor principal
de este movimiento es sin duda Willie
Colón, quien se convertirá en el artista más exitoso de Fania Records
gracias a su imagen de Bad Boy Gangster. La calidad musical de su
orquesta es innegable, ya que a lo largo de su discografía Wille Colón logró
integrar una plétora de ejecutantes prodigiosos: Yomo Toro, Milton Cardona,
Lewis Kahn, Héctor Lavoe, Rubén Blades, etc. En este sentido, podemos subrayar
la aproximación de Colón y sus colegas como una de las expresiones auténticas de
un grupo étnico en particular, la de los inmigrantes puertorriqueños. No sólo a
nivel de letra, donde la intervención del poeta Tite Curet Alonso se vuelve
fundamental, sino a nivel de sonido, donde la utilización de trombones
reventados y la fusión musical de diferentes ritmos hace gala de un compositor
en constante evolución. Willie Colón experimentará a lo largo de su carrera con
corrientes tan distintas como la Bomba, la Plena, el Boogaloo, los ritmos
brasileños e incluso el Rock and Roll.
Durante esta época se produce también el enriquecimiento de las letras en las canciones de Salsa, que intentan sobrepasar los límites establecidos por la herencia cubana de letras bailables para convertirse en voces que ventilaban ciertas problemáticas sociales. Ya hemos mencionado a Tite Curet Alonso, cuyos versos fueron interpretados por los mayores exponentes del género (Maelo, Lavoe y Blades, entre otros) y de quien sólo conseguimos un paralelo en la música cubana de la época en Sindo Garay o Nicolás Guillén, valga decir, la nueva trova, inoculada por el bloqueo cultural. Sin embargo, en Nueva York las canciones de Curet Alonso despertaban fuertes polémicas de la parte de los críticos, quienes acusaban a la Salsa de ser un género de mal gusto, chabacano y vulgar. La oposición se centraba directamente sobre las letras subversivas de Curet Alonso, donde se aludía a un Cristo negro (El Nazareno), se presentaban odas al alcohol y la marijuana (Pasé la noche fumando) y se recordaban historias de explotación durante la época de la esclavitud (Plantación adentro).
Presenciamos entonces un
intento de desestabilización de la Salsa, un movimiento
anti-salsero que buscaba descalificar y marginar el género musical. Sin embargo,
en los años setenta surge la radicalización de la corriente salsera al ligarla
indisociablemente con el quehacer político en la llamada “Salsa conciencia” de
Rubén Blades y Willie Colón. En esta aproximación, se llama a una recuperación
crítica de la Historia de la América Latina dándole una lectura teleológica al
pasado e invocando la unidad continental. Paradójicamente, el disco “Siembra”
romperá todos los records de venta (más de 70 millones de discos vendidos hasta
el año 2000) y dará paso a la obra multifacética de Blades, que se extiende
hasta la actualidad.
Amparados en el “boom” de ventas innegable que había producido la Salsa, los años ochenta presentarán una expansión y difusión del movimiento por toda la América Latina. Sin embargo, asistimos también a un cambio en la lógica de producción musical: menos búsqueda de ritmos y expresiones, menos fusión-experimentación, la aparición de campañas publicitarias gigantescas para promocionar los discos y el desplazamiento de la producción musical de las manos de los artistas a las manos de los productores. Este modelo no hará sino afianzarse y profundizarse, por lo cual al llegar a los años noventa, el giro económico que había dado la Salsa no le permitirá mantenerse dentro de la lógica contestataria que, a fin de cuentas, había sido su proposición inicial y su razón de ser.
Cuando el mundo se introduce en un sistema global regido por un modelo de consumo sin discriminación alguna del objeto a consumir, la conservación de las características constitutivas de los valores de cada sociedad se vuelve cada vez más difícil de mantener. Cada elemento que forma parte de la realidad se transforma en un ícono susceptible de ser mercadeado, vendido e intercambiado. El valor preeminente parece ser el potencial de venta o de marketing de los objetos, ya sean valores concretos (carros, computadoras, etc.) o bienes culturales (expresiones locales, etc.), ahora reificados e introducidos en el sistema con el impulso de la publicidad. Asistimos entonces, a un giro icónico de la realidad, donde cada intercambio se fundamenta en la cosificación de un elemento que debe ser evaluado en base a su potencial económico.
En ese sentido, no queremos condenar la mundialización, todo lo contrario. Quisiéramos establecer ciertas diferencias para afirmar que la cultura no puede ser equiparada a un valor de cambio cualquiera, dicho de otra manera, que la cultura no debe ser vendida como si se tratase de la última innovación en telefonía celular, abierta a la competencia en el mercado. Es por ello que creemos que la Salsa presenta un ejemplo digno de discusión, donde podremos ver la pérdida que sobreviene a los productos culturales cuando se sumergen sin discriminación alguna en la lógica del mercado.
Siguiendo esta línea de
discusión, hay varios puntos que podemos resaltar
en lo que respecta a la música Salsa. Primero, tenemos por supuesto la evidente
fusión de las empresas disqueras productoras de discos y su nuevo estatuto
transnacional. Ello implica que las decisiones de producción musical se
desplazan, cada vez más, hacia los dirigentes y los administradores, es decir,
aquellos que poseen el capital económico. Ahora bien, con todo el respeto que le
tenemos a ese tipo de personas, debemos decir que las nuevas relaciones
establecidas con los grupos musicales se basan en cuestiones de
inversión-ganancia, a pesar de que algunos productores y dirigentes tengan un
gusto musical muy refinado. De allí que veamos la existencia de algunos
productores que “poseen”
diferentes grupos, a veces grupos de estilos musicales totalmente opuestos.
No es de extrañar entonces, que muchos grupos prefieran editar sus discos con
disqueras independientes, sellos pequeños que no pueden garantizar sino una
pequeña cantidad de discos y una distribución muy reducida, contando a veces con
escasa o ninguna publicidad para promocionar al grupo. Constatamos también la
concentración de producción musical de las disqueras en un puñado de
productores, compositores y músicos de sesión quienes uniformizan el producto y
garantizan el éxito comercial: todo parece tomar el mismo sonido, la misma
cadencia, la misma fórmula.
En
el ámbito salsero actual, esta relación ha tomado un giro casi caricaturesco.
Vemos la aparición de grupos de Salsa “pop”: tres, cuatro o cinco jóvenes que
lanzan algunos versos esterilizados por encima de un “sampling” hecho por
teclado y computadora y reforzado, en el mejor de los casos, con algunos músicos
de sesión al momento de grabar. Evidentmente, una Big Band de Salsa al
estilo de La Perfecta de Eddie
Palmieri o la Orquesta Harlow sería demasiado caro para producir, mucho más
si se quiere contratar músicos de envergadura y se les exige que produzcan, que
creen, en vez de atenerse a leer la partitura en el estudio. Es por ello que la
Salsa, al momento de exportarse con el “boom” Buena Vista (la película de
Wim Wenders, que despertó la curiosidad de los Europeos por nuestra música),
sufría una gran pérdida de sentido originario. Podemos subrayar cuatro elementos
característicos de la Salsa de los años noventa: (A) Economía en la
contratación de músicos y compositores, con una preferencia por los menos
‘conflictivos’. Esto decreta una uniformización de sonido, con poca inclinación
hacia la exploración y la innovación. (B) Importancia central dada a la
imagen de los cantantes, y una publicidad que gira alrededor de lo estético. El
gusto se desplaza desde la calidad musical hacia el potencial de marketing
de los cantantes. (C) Utilización muy reducida del derecho de autor.
Explotación del repertorio existente o compuesto por un músico en particular, en
lugar del respeto a las ideas del artista. La música pertenece cada vez menos a
los artistas. (D)
Esterilización de las letras, de las composiciones y de los colores
musicales, es decir, convergencia cada vez más acentuada sobre una música
aséptica que no refleja ningún conflicto social o político[3].
Creemos
que existen suficientes evidencia para afirmar que hay una gran
desubstancialización de la Salsa como expresión de una voz particular al momento
de mundializarse y exportarse. Parece que el fenómeno mundializante, al
centrarse sobre los aspectos antes mencionados (modelo de consumo, cultura de
mercado, etc.) no puede abarcar los aspectos más interesantes de las culturas
populares al tratar de apropiarse de ellas. La reificación icónica que está al
centro del movimiento mundializador no pudo hacer una traducción completa entre
nuestra música y su valor de cambio. Esta traducción soslayó el carácter
constitutivo de la Salsa, su voz como representación particular de una etnia en
el concierto mundial. Ello produce como consecuencia una migración de la
población que se identificaba con la Salsa hacia otras formas de expresión que
les parecen más acordes a su situación, más representativas de sus inquietudes y
mejor respuesta a su forma de ver la vida. El crecimiento del movimiento Hip-Hop
en América Latina es una de las evidencias de dicha migración: una nueva
tendencia dado el fracaso de la Salsa.
Sin embargo, a riesgo de quedar como unos nostálgicos, no podemos dejar de sentir algún tipo de pérdida al ver un ritmo y una forma de expresión que nos marcó durante más de 20 años reducido a un producto banal de exportación. Es por ello que creemos que la Salsa puede servir a la intelección del fenómeno de mundialización y a la reflexión alrededor de la forma que queremos que ésta tome.
La mundialización es una tendencia global ineluctable. Sería ingenuo tratar de oponerse a un orden que se nos viene encima y que ha aportado muchos aspectos positivos a la vida humana. En este sentido, quisiéramos utilizar el análisis que hemos esquizado sobre la base de la música Salsa para permitirnos pensar qué tipo de mundialización deseamos construir, en vez de condenar de manera lapidaria todo tipo de mundialización.
El fenómeno mundializante es inevitable, sí, pero puede tomar diferentes formas. Si bien aceptamos humildemente la realidad que se nos presenta, ello no significa que hayamos firmado un cheque en blanco a todos los artífices de la mundialización. Lo que queremos decir, a fin de cuentas, es que la cultura no puede ser mundializable, ello significa sellar su acta de defunción. La Salsa no es una víctima de la mundialización, es sólo un ejemplo que debemos utilizar como síntoma de lo que puede pasar. Aunque apoyemos la apertura de las economías y el intercambio, creemos que si los Estados-Naciones no crean sistemas de apoyo y estimulación de sus entidades culturales, el futuro nos traerá la triste realidad de tener que importar todo tipo de expresión cultural. Tendremos las fábricas de discos, para editar los discos de los artistas globalizados, las galerías de arte, para exponer las pinturas foráneas, las editoriales, para producir libros de escritores extranjeros.
Para concluir, creemos que la pregunta debe centrarse sobre la importancia de un debate en estos tiempos pragmáticos de mundialización. En un mundo marcado por la aceleración del tiempo, símbolo de mejoría técnica y económica, y la lógica de mercado, donde todo posee valor de cambio comercial, el principio mismo de un debate debe ser reivindicado, so pena de hipotecar todo tipo de pensamiento. Pensar es una acción que no hace sino perder el tiempo. Esta es la razón por la cual, en esta época, es nuestra responsabilidad mantener abierto el espacio para el debate, la crítica y el pensamiento.
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Blog.
[1] Estas características las tomo de la disertación del profesor Christoph Wulf, de la universidad de Berlín, en las jornadas de Filosofía de la Unesco, 2003.
[2] I.B.M. posee 16.6 billones de dólares en equipos tangibles, mientras que Microsoft sólo posee 930 millones. Sin embargo, los inversionistas prefieren pagar más por las acciones de Microsoft, a pesar de que presente menos activos, la forma tradicional de estimar la riqueza.
[3] En esta sección tengo una gran deuda intelectual hacia la profesora Lil Rodríguez y su libro « Bailando en la casa del trompo ».