Lógica y Retórica:
Nota a pie de página sobre una milenaria confrontación.
Por:
Carlos Villarino
El desprecio a la retórica, el olvido de la teoría de la argumentación han conducido a la negación de la razón práctica. Los problemas de acción han sido reducidos a problemas de conocimiento (...) o simplemente han sido considerados como irrelevantes para la razón.
Chaïm Perelman
A continuación se presenta una serie de argumentos a favor de la tesis de que no se puede aplicar en forma mecánica el instrumental lógico a cualquier tipo de enunciados, sin tener en consideración el universo discursivo en el cual están inscritos. Se pretende que tales argumentos sean, a la vez, convincentes en un sentido que podríamos llamar cognoscitivo y, persuasivos en un sentido que podríamos calificar de ético. Es decir, se espera que los argumentos esgrimidos a continuación puedan convencer al lector de que es necesario un análisis retórico de los enunciados que no pertenecen a los géneros de discurso lógico o cognoscitivos, tales como, los discursos publicitarios, políticos o periodísticos, entre otros, así como también movilizarlo a asumir una actitud de cautela ante sentencias lapidarias resultantes de la aplicación inapropiada del instrumental lógico más allá de las fronteras en las que es lícito.
El caso:
Eslogan publicitario:
El jabón de la marca X es el mejor jabón del mundo. Jennifer López lo usa.
El Proponente:
· “El argumento comete la falacia de la apelación inapropiada a la autoridad o argumentación ad verecundiam”.
El Oponente:
· “No es lícito calificar de falacia el argumento debido a que a) no están explicitadas las premisas intermedias y b) el universo de significado o topos discursivo en el cual está inscrito el enunciado no corresponde al orden de la enunciación cognoscitiva sino al orden de la enunciación retórica”.
El Auditorio:
· Estudiantes de filosofía y un profesor.
El contexto:
· Clase de Praxis de la Escuela de Filosofía de la Universidad Central de Venezuela.
En primer lugar, es necesario entender cuáles son las razones alegadas por El Proponente a favor de su tesis. Una falacia desde un punto de vista lógico es un error de razonamiento, es un intento fallido por establecer la verdad de una conclusión con base en una serie de premisas que no la implican. En este sentido, un argumento es falaz cuando aun siendo todas las premisas verdaderas la conclusión puede ser falsa, debido a que la segunda no se deduce necesariamente de las primeras[1]. El grupo de falacias a las que presuntamente pertenece el enunciado en cuestión es el de las falacias de atinencia. Las falacias de atinencia se producen cuando un argumento reposa sobre premisas que no son pertinentes o adecuadas para establecer la verdad de la conclusión contenida en él. Aquellos razonamientos en los cuales se apela como garantía a una autoridad inapropiada en la materia en disputa, se consideran falacias por apelación inapropiada a la autoridad. Algunos lógicos consideran que este tipo de falacias abundan dentro del ambiente publicitario, debido a que con frecuencia se apela a figuras reconocidas en la farándula o el deporte para vender determinados productos. El Proponente se apoya en la autoridad del lógico para sostener su tesis de que el enunciado en cuestión es falaz y por tanto falso.
El Proponente procede de la siguiente manera:
· “...veamos, el enunciador del argumento pretende afirmar con pretensión de verdad que el jabón de la marca X es el mejor del mundo con base en que una persona Y lo usa, pero evidentemente Y no es una figura de autoridad apropiada para determinar que X es el mejor jabón del mundo. Luego, lógicamente, no se infiere que la conclusión sea verdadera si la premisa que la sostiene no guarda con ella ninguna relación”.
Hasta aquí parece que la tesis del El Proponente reposa sobre argumentos incuestionables, por tanto parecería insensato cualquier intento por continuar la discusión. Sin embargo, El Oponente no parece satisfecho con la forma de razonamiento usada por El Proponente. El Oponente se aventura a manifestar sus dudas de la manera siguiente:
· “¿El Proponente no estará haciendo un uso demasiado restringido del término argumentación, tal que, deja sin considerar una variada serie de usos discursivos, que aún conteniendo proposiciones, no pretenden establecer el estatus de verdad de las mismas?
· “¿Cuáles serían los tópicos pertinentes para el análisis de un eslogan publicitario?
· “¿Cuáles son las premisas implícitas intermedias contenidas en la premisa explícita «la persona Y lo usa» y la conclusión «el jabón de la marca X es el mejor del mundo»?
En adelante, asumiremos como propias las objeciones del Oponente y trataremos de razonar las mismas, de forma tal, que el Auditorio pueda juzgar si estas objeciones están o no lo suficientemente fundadas.
Un argumento es, como se ha dicho, un grupo de proposiciones de las cuales una hace las veces de conclusión, que se apoya, a su vez, en las otras que sirven como premisas. Generalmente las oraciones declarativas contienen la proposición afirmada, sin embargo, es posible que se presenten como interrogaciones, órdenes o frases nominales. El esquema básico del argumento sería el siguiente:
· Premisa --------------> Conclusión
Para establecer la conexión entre la premisa y la conclusión es necesario que el argumento contenga implícita o explícitamente una ley de paso que establezca la forma en que premisas y conclusiones están conectadas. Evidentemente esta ley de paso es ella misma una premisa. La forma en la que se establece esta ley de paso entre las premisas y la conclusión es variada según la forma lógica que presente el enunciado.
Esta idea de ley de paso o regla general fue sugerida por Toulmin en 1958, como parte de un esquema general de interpretación no formal de argumentos. El esquema general, incluye además una garantía para la ley de paso, y una reserva a la garantía, que limitaría el grado de apoyo de las premisas a la conclusión. Evidentemente, que estas garantías y reservas, son a su vez proposiciones, pero a diferencia del tratamiento que se les da desde el punto de vista meramente formal, cada una desempeña una función diferente en el razonamiento.
El esquema general quedaría así:
· Premisa ---------------------------------------------------------------------------------------------------> Conclusión
(la persona Y lo usa) (X es el mejor jabón del mundo)
↓ ↓
Ley de paso (regla general) Reserva
(No explicitada pero existente) (Probablemente inexistente)
↓
Garantía
(No explicitada pero existente)
La función principal de la ley de paso es la de transferir a la conclusión la aceptación que se le atribuye a la premisa: “A menudo implícita, la ley de paso permite al argumentador apoyar lo que dice en un principio, en una convención admitida en su comunidad de habla. Estos principios reciben el nombre también de lugares comunes o topoi (sing.: topos)”[2].
La diferencia fundamental entre el análisis formal y el análisis discursivo o retórico, no reside en el grado de rigurosidad sino en la forma que conciben el proceso de argumentación. Para el lógico, la argumentación es una operación del pensamiento que puede ser analizada con relativa independencia del marco situacional y de las convenciones admitidas o compartidas por una determinada comunidad de habla. Por otro lado, el lógico considera que la mayor parte de los enunciados del habla o de las frases de las lengua son susceptibles de ser reconvertidas en oraciones declarativas contentivas de proposiciones, así como también, que la pretensión fundamental del enunciador es la de afirmar la verdad de la conclusión y la validez del razonamiento.
El análisis discursivo, en un sentido amplio, no niega que tales operaciones del pensamiento estén presentes en el proceso de argumentación, pero distingue diferentes ámbitos de pertinencia enunciativa, según el modo de relación establecido entre las partes integrantes del proceso, a saber: El Proponente, El Oponente y El Auditorio. Este modo de relación está expresado en el topos o universo de significados compartidos y/o cuestionados entre los miembros de la tríada.
Esta alternativa, no es del todo novedosa, a pesar de que sólo a mediados del siglo XX fue rescatada por Toulmin en el contexto filosófico angloamericano y por Perelman en el contexto de la Filosofía Continental. Perelman, en el Tratado de la Argumentación. La Nueva Retórica, señala que Aristóteles diferencia en su Organon dos formas de razonamientos diferentes: a) los analíticos y b) los dialécticos. Al estudio de los segundos le dedicó sus obras: Tópicos, La Retórica, Las Refutaciones Sofísticas. Al parecer debemos a Aristóteles los primeros y más importantes avances sobre la noción de topoi.
No obstante, hay diferencias entre la vieja retórica y el análisis retórico o discursivo actual, ya que éste último toma como objeto de indagación el discurso no demostrativo, que no se limita a inferencias “formalmente correctas” o mecanizadas según axiomas universalmente aceptados, sino que asume un sustrato dialéctico-persuasivo en toda interacción discursiva, inclusive al interior de comunidades científicas o filosóficas especializadas[3].
"...el fin de una argumentación no es deducir las consecuencias de ciertas premisas sino producir o acrecentar la adhesión de un auditorio a la tesis que se presentan a su asentimiento (...) Si se quiere definir al auditorio de una manera útil para el desarrollo de una teoría de la argumentación, es preciso concebirlo como el conjunto de aquellos sobre los cuales el orador quiere influir con su argumentación."[4]
El análisis retórico de la argumentación privilegia el componente pragmático por encima del componente lógico, ya que, en el contexto de las interacciones discursivas los enunciados propuestos por los agentes argumentativos, adquieren valoraciones distintas, en función de modos de uso y las situaciones en las cuales se usa.
Uno de los errores del Proponente en esta discusión es atribuir al enunciador del argumento una pretensión epistemológica, lo cual refleja un desconocimiento de la dimensión pragmática subyacente a la presentación de un anuncio publicitario. Resulta dudoso pensar que la díada Comerciante/Publicista tenga como pretensión llevar al auditorio a la aceptación de la verdad o falsedad de una tesis cualquiera, parece más ajustado a las “funciones naturales” del publicista querer influir al auditorio en la dirección de que compren los productos ofertados. El Proponente confunde al publicista con un científico o un filósofo, por tal motivo asigna el enunciado a un género de discurso equivocado, lee en la secuencia de enunciados un paralogismo cuando en realidad lo que tiene en frente es una proferencia protréptica o una enunciación protréptica. Por enunciación protréptica entendemos acá aquella secuencia de enunciados que pretenden inducir en el auditorio o en el destinatario una determinada actitud, es decir, aquellos enunciados que procuran que el receptor potencial asuma y ejecute un cierto tipo de comportamiento inoculando en él una creencia apropiada para ese fin[5].
La efectividad de la argumentación publicitaria depende de un conjunto de condiciones de posibilidad, una de las cuales son los sobreentendidos o lugares comunes contenidos en el topos de la enunciación. Un enunciado presenta una estructura de capas, en el estrato profundo se encuentran las implicaciones lógicas, en otro nivel las sintáctico-gramaticales y en otro todavía, los tópicos retóricos o discursivos definidos por el contexto de enunciación, el género de discurso y la comunidad de habla a la que pertenecen los litigantes[6].
Entendemos el género de discurso en el sentido en que lo entiende Todorov, como una cadena de enunciados signados por una determinada práctica social[7]. Parece obvio que el tipo de enunciados esgrimidos en un juicio penal es enteramente distinto en cuanto su finalidad, que los enunciados usados en una declaración de amor. El primer grupo está regido por la égida del género jurídico, mientras que el segundo por un régimen que podríamos llamar de la seducción.
Supongamos que un hombre le dice al Proponente:
· Mientras más te veo, más me convenzo de que tú eres la mujer más hermosa del mundo. Es más, eres la mujer más hermosa del mundo[8].
¿Tendría sentido que el Proponente respondiera al amante, que su argumento es falaz porque él no es una fuente calificada para sostener la conclusión de que ella es la mujer más hermosa del mundo? Muy probablemente El Proponente entraría en el juego discursivo con independencia de cualquier impertinente análisis lógico.
"Un género de discurso fija una finalidad a los eslabonamientos de las oraciones. Por ejemplo, persuadir, convencer, hacer reír, hacer llorar, etc. Puede ser oportuno eslabonar de manera no pertinente para lograr éste o aquel efecto. La teleología comienza con los géneros de discurso, no con las frases u oraciones" [9].
El Proponente comete tres confusiones de atribución importantes:
· Atribuye al enunciador pretensiones que no se corresponden con la dinámica natural del ejercicio de su profesión como publicista.
· Atribuye al enunciado a un género de discurso inatinente.
· Utiliza estrategias inadecuadas de interpretación para el enunciado en cuestión.
Nos sentimos tentados a decir que El Proponente comete varias falacias en su tesis, ya que El Proponente se encuentra en el contexto de una clase de Filosofía y presenta su argumento con pretensiones de verdad, el género de discurso en el que se encuentra inscrito su argumento es cognoscitivo y el tópico del debate versa sobre la validez o no del enunciado publicitario. Sin embargo, declinamos hacer esto por coherencia discursiva, diremos simplemente que El Proponente sufre de miopía hermenéutica.
Por otro lado, como sabemos, el carácter de premisa o conclusión de una proposición depende de su lugar relativo dentro de una cadena de razonamientos o argumentaciones. De hecho, todo mensaje publicitario, aún cuando no esté explicitado lingüísticamente, lleva implícita la tesis siguiente:
· “Compre y disfrute de este producto (o servicio) ya que es el más indicado para usted y es el mejor de su clase”.
En este sentido, la conclusión inicial El jabón de la marca X es el mejor jabón del mundo, funciona a su vez como garantía para el efecto perlocutivo que se espera inducir en el auditorio potencial. Todo el que se enfrenta a un anuncio publicitario sabe de antemano cuál es la tesis práctica de fondo (“compre el producto”) pero no todo tipo de auditorio es susceptible de ser persuadido por el argumento, ya que, dependerá una vez más de si los tópicos en cuestión son atinentes al fin del género publicitario en cuestión.
"La pertinencia de las imágenes y las sensaciones respecto al carácter del producto no se basa en ninguna lógica. La argumentación no tiene una coherencia canónica demostrativa, tan sólo debe seducir, ser «suasiva»..." [10]
El Proponente en tanto que asume como propia la estrategia de análisis del lógico, le da la espalda al fenómeno en juego verdaderamente importante en el discurso publicitario (no sólo en este sino en todo discurso no cognoscitivo), es decir, le da la espalda a la máquina retórica o Tejné Rhetoriké que hace el trabajo por debajo de la aparente impropiedad lógica del argumento en cuestión. Esta máquina retórica no la inventaron —por supuesto— los modernos publicistas, es tan antigua como la lógica misma.
Para que la máquina retórica funcione apropiadamente, es decir, sea eficaz en la consecución de su objetivo, el orador (lo que hemos venido llamando hasta ahora el enunciador) debe usar adecuadamente los tres componentes esenciales de la tejné rhetoriké. Para que el discurso del publicista sea suasivo, debe encontrar qué decir (invenire quid dicas), ordenar lo que ha encontrado (inventa disponere) y finalmente agregar los ornamentos de palabras y figuras pertinentes al fin buscado (ornare verbis). Estos tres momentos cuya sucesión es variable, son ampliamente conocidos bajo los nombres latinos de inventio, dispositio y elocutio. Si bien la retórica clásica ya no existe, ni en su formulación aristotélica original ni en sus múltiples derivaciones tras diez siglos de Edad Media, todavía se puede encontrar en ésta elementos explicativos útiles a lo hora de entender el moderno ejercicio retórico.
El publicista usa (al igual que el retórico clásico y medieval) pruebas intra y extra técnicas al momento de disuadir al auditorio de comprar el producto. Las pruebas extra-técnicas (pisteis atejnoi) son artículos de uso corriente entre el Orador y el Auditorio, ellas sólo se pueden mostrar o usar como puntos de partida, lugares a partir del cual el Orador hará su trabajo. Entre los artículos más frecuentes de estas pruebas extra-técnicas encontramos los prejuicios, los rumores, los testimonios de personalidades importantes (Jennifer López, por ejemplo) y otros tipos discursivos. Ahora bien, no basta con mostrar esos artículos de uso corriente para alcanzar el objetivo, hay que articular estas pruebas extra-técnicas con las pisteis etejnoi, con las pruebas intrínsecamente retóricas. Para ello el publicista se vale de una antigua forma de silogismo: el entimema.
El entimema tiene dos características importantes: a) Es un silogismo fundado en la verosimilitud y en lo probable. No es en consecuencia un silogismo lógico, porque en la lógica sólo hay relaciones de necesidad formal, no de probabilidad contextual. b) Es un silogismo truncado, presenta una forma elíptica y no de cascada como el silogismo de forma estándar. El entimema, no tiene ni demasiadas partes ni tan diversas como un silogismo lógico[11]. Un entimema tiene precisamente la siguiente forma:
· El jabón de la marca X es el mejor jabón del mundo. Jennifer López lo usa.
No tiene ni demasiadas partes ni están encadenadas necesariamente entre sí. Se podría rescribir este entimema con el siguiente argumento compuesto de proposiciones condicionales si p entonces q, sabemos que esta forma de proposición no afirma ni la verdad de p ni la verdad de q sino la relación existente entre p y q, sabemos también por una sencilla tabla de verdad que el único caso en que una proposición de esta forma es falsa es cuando el antecedente p es verdadero y el consecuente q es falso, ya que la relación dice que si p es verdadero entonces necesariamente q es verdadero. En todos los demás casos esta proposición es verdadera.
Partimos entonces de la constatación de un hecho públicamente admitido como verdadero (pisteis atejnoi):
1. Jennifer López (una personalidad famosa) usa el jabón de la marca X. (premisa)
Elaboramos una cadena de proposiciones condicionales:
2. Si se es una personalidad famosa entonces se es una persona importante.
3. Si se es una persona importante entonces se cuida escrupulosamente la apariencia.
4. Si se cuida escrupulosamente la apariencia entonces se usa los mejores jabones del mundo.
5. Jennifer López es una personalidad famosa y Jennifer López usa el jabón de la marca X.
Concluimos entonces (pisteis etejnoi):
6. El jabón de la marca X es el mejor jabón del mundo. (conclusión)
El paso que va desde la premisa 1 hasta la 6 es lo que permite que el enunciador (en este caso el publicista) inocule en el auditorio o destinatario potencial la creencia contenida en la conclusión, y es condición necesaria (mas no suficiente) para que en consecuencia estos actúen de una determinada forma:“compre el producto”. El argumento toma la forma de una proferencia protréptica.
El Proponente puede insistir, en que por más que juguemos a conferirle al eslogan publicitario una aparente validez formal por vía del entimema, esto no cambia en nada que objetivamente Jennifer López no es una autoridad apropiada para juzgar la calidad del jabón de la marca X y en consecuencia para validar la conclusión del argumento. El Proponente una vez más estará dejando de ver lo importante, es decir, el placer que produce el entimema en el auditorio potencial:
"...hay que explotar esta ignorancia dando al oyente la sensación de que él la superó por sí mismo, por su propia fuerza mental: el entimema no es un silogismo truncado por carencia, degeneración, sino porque hay que dejar al oyente el placer de completar él mismo un esquema dado (criptograma, juegos, palabras cruzadas)"[12].
Si bien el publicista, en tanto que un tipo de Influenciador, responde a móviles de tipo pragmático, éste explota en el auditorio los móviles de tipo hedónico derivados de la sociedad de consumo. Hay diferentes tipos de influenciadores, según sean los fines que se persiguen con tal influencia, podríamos resumirlas a la usanza tradicional en las dos vías de la inventio: convencer (fidem facere) y conmover o persuadir (animos impellere) pero, por una parte, como hemos visto en el caso de las proferencias protrépticas la relación entre convencer y persuadir es íntima y compleja y, por otra, dentro de la gran categoría de persuadir hay una gran variedad de formas de influencia. Claude Bermond ha sugerido una clasificación tentativa de los influenciadores en seis categorías: Seductor, Intimidador, Obligador, Prohibidor, Aconsejador y Desaconsejador. A cada uno de estos tipos de influenciadores corresponden diferentes tipos móviles y cada móvil una estrategia argumentativa diferente[13]. Pero en todos los casos en que el enunciador asuma el rol de influenciador deberá usar adecuadamente los componentes de la máquina retórica, ajustándola en cada caso.
Esta confrontación imaginaria (aunque derivada de una confrontación que de hecho aconteció), desigual y no desinteresada que hemos mostrado hasta ahora entre el Proponente y el Oponente, disputa en la cual hemos asumido abiertamente las tesis del Oponente como propias, es un pie de página más en la Gran Confrontación Histórica de los miembros del Trivium o artes de la palabra. A saber, la Gramática, la Dialéctica (que luego se reducirá exclusivamente a la Lógica) y la Retórica. Esta historia se ha escrito y rescrito de múltiples maneras, no es de interés aquí hacer lo que otros han hecho mejor.
Nos limitaremos a recordar que la historia de la retórica ha sido siempre la historia de la marginación. De las tres hermanas del trivium, ésta sólo alcanzó a dominar a las otras dos en los siglos que van del V al VII de la era cristiana, a partir de ese momento la retórica se vio: a) Caer en un descrédito progresivo en los círculos intelectuales de toda Europa y el mundo occidental; b) Un proceso cada vez mayor de desmantelamiento de sus partes constitutivas (inventio, dispositio, elocutio, actio y memoria), proceso en el cual sus hermanas la Lógica y la Gramática, así como disciplinas afines como la Filosofía y la Poesía, tomaban y hacían suyas algún engranaje de la tejné rhetoriké, dejando a ésta tan sólo una parte de la elocutio, transformada así en mero juego de ornamentos[14]; c) Un confinamiento a la enseñanza como mera estrategia didáctica[15].
En un período de exactamente cien años (de 1730 a 1830) la retórica entrará en su fase de agotamiento final y desaparecerá casi completamente hasta mediados del siglo XX. Operaron razones endógenas y exógenas en esta miseria final de la retórica. Por un lado la retórica misma se concentró en la calidad intrínseca del verba abandonando por siglos su aptitud para servir a fines extrínsecos. Por otro lado, el estrangulamiento operado por las otras dos artes de la palabra, especialmente tras la desaparición del mundo medieval, que abrió paso a la creciente reputación del discurso científico y en consecuencia a la depauperación de la retórica[16].
La retórica ha muerto definitivamente, nada de la retórica clásica sobrevive hoy como disciplina, inclusive la nouvelle rétorique de Perelman y Olbrechts-Tyteca pronto devino en una Teoría de la Argumentación con visos retro. Si esto es así, ¿por qué insistimos entonces en que hay que apuntar a un análisis retórico de los géneros de discurso no cognoscitivos como estrategia legítimamente válida para la comprensión y explicación de estos fenómenos discursivo-sociales? Bien, una vez que cayó el Gran Árbol de la Retórica, de su tronco emergió una diáspora de disciplinas que actualmente cubren y amplían el antiguo territorio ocupado por la retórica. Lo que ha vuelto es lo retórico y no la retórica. La creciente preocupación por el lenguaje surgida en la filosofía y las ciencias sociales, en especial el creciente interés por la dimensión antropológica del lenguaje, son una clara señal del retorno de lo retórico en nuestro tiempo.
Ahora bien, con el retorno de lo retórico asistimos también a una reedición de la bimilenaria confrontación entre lo retórico y lo lógico. No pocos intentos hay de asimilar la agonística a una teoría formal del consenso, o de reducir la teoría de los tropos a una lógica diferencial, o de construir una gramática transformacional de la argumentación. Un ejemplo emblemático es el propio Jean Cohen, quién en los sesenta intentó desarrollar una Teoría de las Figuras centrada en las nociones de norma y desvío, la norma vendría dada por la lógica y el desvío por los tropos y las figuras discursivas. El ideal de este tipo de investigaciones es el de reducir todos los fenómenos discursivos a las reglas de la lengua, es decir a la gramática y éstas a su vez reducirlas a las reglas de la lógica. La noción de “grado de logicidad” en su teoría de las figuras, es un intento reduccionista de tratar a los discursos como entidades aisladas del contexto socio-histórico en el cual están inmersos. Evidentemente que hay un sustrato sintáctico-gramatical en toda forma discursiva, no obstante, no es de allí de donde le viene su carácter funcional y pragmático.
"Cada discurso posee su propia organización que no se puede deducir por fuerza invirtiendo la de otro discurso. Afirmar lo contrario equivaldría a considerar las sillas como mesas desviadas"[17].
Este es el grave riesgo que se corre cuando se pretende aplicar irreflexivamente las herramientas de la lógica más allá de sus legítimas fronteras, el riesgo de tomar a las sillas por mesas desviadas. No todo puede ser respondido a través del lenguaje, pero es dudoso que hayamos llegado ni siquiera de cerca a responder todas las cuestiones que el mismo lenguaje nos presenta. Este es uno de los principales problemas de nuestro tiempo y cien años de investigación no son nada.
Carlos Villarino
1. Acero, J. J; Bustos, E. Y Quesada, D. (2001) Introducción a la Filosofía del Lenguaje. Madrid. Cátedra.
2. Barthes, R. (1982) Investigaciones retóricas I. Barcelona. Ediciones EBA.
3. Bremond, C. (1982) El rol del “influenciador”. En Cohen, J. y Todorov, T. (1982) Investigaciones retóricas II. Barcelona. Ediciones EBA.
4. Copi, I. M. y Cohen, C. (2001) Introducción a la Lógica. México D.F. Limusa.
5. Ducrot, O. (1986) El decir y lo dicho. Polifonía de la enunciación. Barcelona. Paidós.
6. Lo Cascio (1998) Gramática de la argumentación. Madrid. Alianza.
7. Lyotard, J. (1996) La diferencia. Barcelona. Gedisa.
8. Perelman, Ch. (1997) El imperio retórico. Retórica y argumentación. Santa Fe de Bogotá. Norma.
9. Plantin, C. (2001) La argumentación. Barcelona. Ariel Practicum.
10. Todorov, T. (1982) Sinécdoques. En Cohen, J. y Todorov, T. (1982) Investigaciones retóricas II. Barcelona. Ediciones EBA.
11. Todorov, T. (1991) Teorías del símbolo. Caracas. Monte Ávila Editores.
12. Todorov, T. (1996) Los géneros de discurso. Caracas. Monte Ávila Editores Latinoamericana.
[1] Copi, I. M. y Cohen, C. (2001) Introducción a la Lógica. México D.F. Limusa.
[2] Plantin, C. (2001) La argumentación. Barcelona. Ariel Practicum. Pág. 43.
[3] Perelman, Ch. (1997) El imperio retórico. Retórica y argumentación. Santa Fe de Bogotá. Norma.
[4] Perelman, Ch. (1997) Op.cit. Pp. 29 y 35.
[5] Acero, J. J; Bustos, E. Y Quesada, D. (2001) Introducción a la Filosofía del Lenguaje. Madrid. Cátedra.
[6] Ducrot, O. (1986) El decir y lo dicho. Polifonía de la enunciación. Barcelona. Paidós.
[7] Todorov, T. (1996) Los géneros de discurso. Caracas. Monte Ávila Editores Latinoamericana.
[8] En la confrontación “real” que dio origen a este ensayo El Proponente era una mujer.
[9] Lyotard, J. (1996) La diferencia. Barcelona. Gedisa. Pág. 104.
[10] Lo Cascio (1998) Gramática de la argumentación. Madrid. Alianza. Pág.345.
[11] Barthes, R. (1982) Investigaciones retóricas I. Barcelona. Ediciones EBA.
[12] Barthes, R. (1982) Op cit. Pág. 51.
[13] Bremond, C. (1982) El rol del “influenciador”. En Cohen, J. y Todorov, T. (1982) Investigaciones retóricas II. Barcelona. Ediciones EBA.
[14] Todorov, T. (1991) Teorías del símbolo. Caracas. Monte Ávila Editores.
[15] Barthes, R. (1982) Op cit.
[16] Todorov, T. (1991) Op cit.
[17] Todorov, T. (1982) Sinécdoques. En Cohen, J. y Todorov, T. (1982) Investigaciones retóricas II. Barcelona. Ediciones EBA. Pág. 46.