Jenny Nava

jcnd76@hotmail.com

 

I

Para quien hoy inscribe, el texto que deviene no es otra cosa que lugar de encuentro, espacio que posibilita la mirada o tropiezo de inscripciones que la preceden; por ello la originalidad de lo dicho no pasa de ser una ilusión, se sabe, por más que intente no serlo, copista. Las ideas no son suyas, le han sido heredadas —a lo mejor sin testamento— se las debe a otros, y éstos a otros. Cuando ella llegó ya estaban ahí, y si no ¿cómo establecerlo? Reconoce no saber escribir, en especial encontrar cuanto hay de propio en lo escrito, pues resulta atrapada, o quizás oculta, en las palabras que le han sido legadas. En lo posible traeré ante mis ojos y los suyos, nombres de quienes lo dijeron antes, mas permítaseme ahora la violencia de transgredir en algo lo legado.

 

II

Hablar de lo humano requiere algo más que serlo, no basta una mirada sutil o un vocabulario común, ésta es una concesión que le hago al literato y al poeta. Uno de ellos nos ha relatado el drama de una familia rusa, describiendo su conformación, las tensiones y distensiones que tuvieron lugar entre sus miembros, los rasgos físicos y de “personalidad” de cada uno; sus acciones, pensamientos y alucinaciones. Nos envió entre líneas un trocito de vida y con ello de sentimientos, aromas y colores que anunciaban dichas, conflictos y quizás injusticias. Nos expuso cuán silenciosa puede ser una víctima.

 

Entre una variedad de personajes destacan un padre libertino, ruin, torpe aunque inteligente y sus tres hijos, cada uno de ellos protagonista del relato en momentos diferentes. Dos abogados, uno el fiscal y el otro el defensor. Se presume que uno de los hijos ha asesinado al padre. En el juicio, aparece ante el lector un dispositivo igualmente útil para dos finalidades: acusar y defender. Un “arma de dos filos” que uno de los personajes llama “psicología” y que en un ejercicio de transgresión nombraré de otra forma: lenguaje.

 

Con este término (lenguaje) no pretendo aludir una entidad que media entre un Yo y una Realidad funcionando como vehículo de expresión de significados contenidos en el Yo, o como medio de representación de hechos que nos permitan asir la Realidad1; en un proceder quizás irreverente, optaré por eludir algunas convenciones –aunque necesariamente me acercaré a otras- para situarme en un resquicio (o intersticio) conceptual donde entenderemos por lenguaje el conjunto de marcas y sonidos que producen, usan, organizan, y reorganizan los seres humanos, de manera más o menos conocida, sin que por ello se cierren posibilidades de uso a los términos o palabras2. De esta forma diremos, de la mano con Rorty3, que nuestro lenguaje es un imprevisto, un accidente que no obedece a una idea o petición de principio —o de final— sino que, por el contrario, es el resultado de infinitas combinaciones —algunas casuales, otras causales- de marcas y sonidos diferentes, que hallaron un asidero quizá momentáneo, y que nos permiten predicar algo sobre referentes.

 

Ese conjunto de marcas y sonidos que convenimos en llamar lenguaje, viene a ser el requisito mínimo de las relaciones sociales, siendo allí donde adquiere parámetros que regulan su aparición y tienen lugar familias de juegos. Juegos que vienen a ser junturas, lugares de coincidencia -bien para comunicar, bien para combatir- de dos o más cosas, que en nuestro caso son enunciados que pueden adoptar formas diferentes (prescriptivas, interrogativas, valorativas u otras). Esa juntura puede asumir formas variadas, y por eso las agrupamos bajo el renglón de “juegos de lenguaje”. Con esto decimos que si bien lo común en ellos es su diferencia, guardan entre sí parecidos de familia, y obedecen por lo menos a dos reglas mínimas: los jugadores están en presencia y no se matan entre sí, pues al hacerlo clausurarían el juego4.

 

En el lenguaje hablado es posible identificar tres instancias: destinador, aquel que emite el enunciado; destinatario, conocido o no, quien lo recibe, y el referente, sobre lo que versa el enunciado. Pero, ¿qué sucede cuando los enunciados narran un acontecimiento que es imposible de repetir, pero que se requiere reconstruir a fin de establecer la inocencia o culpabilidad de un sujeto? ¿Qué hacer cuando el referente forma parte de un pasado que no puede recuperarse ni olvidarse? Tenemos entre manos un crimen perfecto y dos víctimas, ambas imposibilitadas de mostrar el daño que les fue impuesto. El cuerpo de una de ellas descansa exangüe, incapaz de decir de quién fue la mano que lo asesinó; el de la otra reposa en una celda esperando el desenlace de un juicio donde se le acusa por la muerte del padre. No hay testigos de su inocencia; el único que podría serlo es su hermano Ivan, quien hace algunas horas se ha entrevistado con el diablo.

 

III

“En la realidad pueden darse mil facetas que escapan a la observación del novelista más sutil”

Dostoievski.

 

¿A razón de qué entrelazar las líneas de Dostoievski con las de algunos filósofos contemporáneos? Esto, ya fue dicho, obedece a un pre-texto de quien escribe: concibo el texto como lugar de encuentro de formas de vida, palabras... excusas.

 

En La diferencia, Lyotard nos invita a pensar la realidad como un estado del referente que resulta de una serie de pasos para establecerla, definidos y aceptados por la comunidad que los practica; procedimientos que pueden realizarse tantas veces como se desee5. Más tarde nos insinúa una preocupación: ¿qué sucede cuando no poseemos los medios para observar los fenómenos, cuando no contamos con los procedimientos definidos por un protocolo para establecer la realidad del referente? En el caso del asesinato de Fiódor Pavlovich el procedimiento es judicial, el referente no es una entidad totalizante como el Yo, la Realidad o el Universo, pero coincide con ellas en tanto resulta inobservable, aunque por otras razones. Veamos qué sucede cuando el protocolo permite establecer dos realidades igualmente legítimas, pero excluyentes.

 

¿A manos de quién ha muerto el padre? Las contingencias y sus vestigios en el lugar del homicidio señalan a un culpable, pero éste declara una y otra vez: “¡De la muerte de mi padre, no soy culpable!6. Compartiendo así quien otrora fuera querellante el status de víctima de Fiódor Pavlovich, al sufrir como él una sinrazón7, es decir, un perjuicio que se oculta tras la ausencia de medios para probarlo. Dmitri no puede mostrar su inocencia; fallecido Fiódor Pavlovich, no tiene esperanza de que la víctima atestigüe el crimen que le arrebató la vida y con ello su inocencia. Dmitri se encuentra atrapado en una red de evidencias que lo postulan como culpable. Se nos dice que el hijo había amenazado de muerte al padre, llegando inclusive a golpearlo, que escribió una carta borracho donde describía el plan del asesinato y que estuvo aquella noche armado con una mano de almirez en la casa del padre. Sin embargo, la narración deja cabida a la duda: ¿quién embistió contra aquel viejo libertino, dejándole sin vida en su habitación y robándole un dinero celosamente guardado?

 

Aparece la posibilidad de otro culpable: Smerdiákov, pero éste para el momento del juicio se ha suicidado dejando una nota: “destruyo mi vida por mi propia voluntad y deseo, que no se acuse a nadie8, sin aclarar de qué no quiere que se acuse a nadie de su muerte o de la de su posible padre. Seguidamente, leemos en el discurso del fiscal: “Qué le habría costado añadir a la nota: el asesino soy yo y no Karamázov9. Pero, ¿qué certeza tiene el fiscal de que la acusación referida en la nota de Smerdiákov era la de su propia muerte? Nos encontramos así frente a un conflicto que proviene de la posibilidad de establecer dos realidades contrarias acerca de lo que sucedió aquella noche en esa habitación.

 

El abogado defensor hace uso de los mismos instrumentos que el fiscal, pero por una causa contraria: establecer la inocencia del acusado. Cuando el abogado deja de ser destinatario y pasa a ocupar el rol de destinador dirige a sus destinatarios (jurado, fiscal, otros) una interpretación alternativa de los acontecimientos, y extrayendo un fragmento del discurso del fiscal señala: “ El acusado huyendo de noche por el huerto, trepa a la valla y de un golpe dado con la mano de almirez derriba al lacayo... Luego salta inmediatamente otra vez al huerto y durante cinco minutos se ocupa de su víctima... el acusado saltó precisamente para convencerse de si vivía o había muerto el único testigo de su fechoría, con lo cual prueba haber cometido el crimen...”. Y de inmediato, ofrece una lectura distinta considerando los mismos y otros detalles que permiten sospechar la inocencia de Dmitri: “... yo salto para comprobar si vive o no un testigo contra mí y al mismo tiempo dejo en el caminito otro testigo, a saber: la mano de almirez... no es que se me haya olvidado... ni que se me haya caído en un momento de distracción, de confusión: no, hemos arrojado el arma lejos... Uno se pregunta, ¿por qué hemos obrado de este modo? ... porque sentimos una gran pena de haber matado a un hombre...hemos arrojado la mano de almirez con una maldición, la hemos arrojado como arma del asesinato.... Ahora bien, si podíamos experimentar dolor y pena por haber matado a un hombre, solo era, claro está, porque no habíamos matado a nuestro padre... La piedad y la compasión afloran precisamente porque la conciencia hasta aquel momento estaba pura... He aquí, pues, psicología10, pero distinta. Señores jurados, adrede he recurrido yo mismo a la psicología para poner claramente de relieve que de la psicología cabe inferir lo que se quiera. Toda la cuestión está en qué manos se encuentre11.

 

Una petición de justicia desencadena este proceso judicial, donde además de castigar un crimen se condena al alma vil que lo cometió; por ello el esmero en exponer las razones del parricidio, aquellos supuestos que describen a un ser descompuesto, fruto de una familia y una sociedad también decadentes. Se busca lo que había detrás del acto, veremos a uno y otro abogado hacer referencia a las características de la estirpe Karamázov, ambiciosos, desbocados, apasionados y nobles; se mezclarán en el proceso judicial enunciados valorativos, morales y cognoscitivos; en medio de tal confusión, un enunciado es aceptado por todos los allí presentes: el acusado estaba en el huerto, seguidamente dos conclusiones: la del fiscal, “estaba en el huerto por tanto él es quien ha matado12. Y la del defensor, “¿y si no fuera por tanto, aunque él haya estado en el huerto?... Pudo haber irrumpido en la casa, haber recorrido las habitaciones, pudo haber dado un empujón a su padre, pudo, incluso, haberle pegado; pero convencido de que Svietlova no estaba allí, huyó contento de que ella no estuviera y de huir sin haber matado a su padre13. Por último arriba un dictamen: “¡Sí, es culpable!14. Mas queda en los márgenes del texto una duda: ¿se ha hecho justicia? ¿Qué justicia se ha hecho?

 

A partir de acá podemos delinear dos relatos de justicia, uno que mantiene la esperanza de alcanzar la verdad de los hechos y con ello el progreso, el acercarse a ese punto en la historia donde los hombres serán capaces de convivir felices. El otro se contenta con generar nuevas jugadas que le permitan a la víctima dejar de serlo, dándole la posibilidad de mostrar el daño que sufre, de “instituir nuevos destinatarios, nuevos destinadores, nuevas significaciones, nuevos referentes15 y generar nuevos protocolos; formas alternativas de hacer y combinar enunciados que deriven en una nueva ética. Con esta idea retomamos lo dicho al principio, el lenguaje deviene como un conjunto de marcas y sonidos que producen, de manera accidental, los seres humanos, y lo usan de acuerdo a ciertas circunstancias o necesidades con una permanencia (o duración) transitoria. La verdad es una propiedad de los enunciados16 que una vez incorporados en un juego de lenguaje admiten confirmación o invalidación, así como la posibilidad de argumentar a favor o en contra de ellos, mas tal valor no es invariable, atemporal e independiente de quienes lo establecen, sino por el contrario es consecuencia de los procedimientos que se ejecutan para postularlo.

 

En vista de que nada hay que nos haga suponer la supremacía de una forma de hablar sobre otra, la invitación de Lyotard a darle cabida a nuevas proposiciones, y con ello a nuevas significaciones, no implica pérdida de rigor en el establecimiento del valor de verdad de los enunciados, sino posibilitar la aparición de nuevas jugadas, tan legítimas como las viejas, que funcionen como salidas útiles a situaciones aporéticas, tales como aquella en la que un sujeto no cuenta con herramientas que le permitan dar cuenta del agravio que sufre, los testimonios de tal daño no se consideran legítimos y, adicionalmente, el autor del daño es a la vez juez de la víctima.

 

Es de ahí de donde derivo el sentido del título. Ciertamente no inauguro idea alguna, ya otros autores lo han insinuado, si no dicho, antes: la aventura del conocimiento quizás no requiera solamente del rigor de un método que en aras de sistematizar y comunicar simplifique lo estudiado, tal vez también sea necesaria la sutileza del novelista, aun cuando el novelista la reconozca insuficiente.

Jenny Nava

Referencias y comentarios

1 Rorty, R. (1996). Contingencia, ironía y solidaridad. Paidós: Barcelona . Pág.

2 Se sugiere revisar: Méndez, A. (1998). Metáfora. En Léxicos, revista de cultura y ciencia Año 1 N° 1. Caracas.

3 Rorty, R. (1996). OP. cit. Pág. 36.

4 Lyotard, J-F. (1986). La condición posmoderna. Cátedra: Madrid.

5 Lyotard, J-F. (1996). La diferencia. Gedisa: Barcelona. Pág. 16.

6 Dostoievski, F. (1988). Los hermanos Karamázov, Planeta: Barcelona. Pp. 905 y 906.

7 Lyotard, J-F. (1996). Op. cit. Pág. 17.

8 Dostoievski, F. (1988). Op. cit. Pág. 897.

9 Dostoievski, F. (1988). Op. cit. Pág. 897.

10 Se recuerda el acto de violencia que se anunció al inicio: cambiar el término psicología por lenguaje.

11 Dostoievski, F. (1988). Op. cit. Pág. 917.

12 Dostoievski, F. (1988). Op. cit. Pág. 926.

13 Dostoievski, F. (1988). Op. cit. Pág. 927.

14 Dostoievski, F. (1988). Op. cit. Pág. 949.

15 Lyotard, J-F. (1996) Op. cit. Pág. 25.

16 Rorty, R. (1996) Op. cit. p.