María A. Rodríguez

 

maxu412@hotmail.com

 

" Nuestro siglo sigue siendo prisionero del siglo pasado".

Milan Kundera.

 

Uno de los fenómenos que tiene mayor relevancia dentro de la historia de Hispanoamérica, y particularmente en la de Venezuela, es el caudillismo; considerado como el predominio de un hombre que se apoya en una clientela personal.

 

La figura del caudillo ocupa un lugar central en la Venezuela del siglo XIX. Es un hombre que, gracias a sus hechos de guerra y a su capacidad para establecer relaciones con los hombres a los que manda, ha adquirido un prestigio elemental y efectivo sobre una masa de potenciales seguidores. El número y la lealtad que le brindan convierten al caudillo en un hombre capaz de realizar hechos de guerra: combatir, alzarse, derrotar. Hablamos de caudillos desde 1830 a 1908, y por ende de su derivación directa del sistema político, configurando así al caudillismo como forma preponderante de liderazgo.

 

En la interpretación de este fenómeno se suele hacer hincapié en un "determinismo" que presentaría al caudillo como una derivación racial. También se le ha visto como una forma "tropical" (con toda su connotación despectiva), y una calamidad que se debe a la ignorancia e inmadurez de un pueblo. Dentro un marco materialista, se le ha enlazado con una motivación económica muy concreta relacionada con un sistema de producción basado en el latifundio.

 

Sin embargo, fuera de cualquier sentimiento parcializado, el caudillismo es un fenómeno que no sólo se ha dado en América sino que podría relacionarse con el fenómeno sociológico universal de la jefatura desde los primeros grupos hasta los más avanzados.

 

Dada la gran variedad de caudillos del siglo XIX, es prácticamente imposible encontrar un denominador común entre ellos. No obstante, el caudillo suele responder a un perfil determinado. Por la naturaleza de su poder, los caudillos establecen una confusión entre el patriotismo de la nación y el suyo. Una vez en el poder, todo debe emanar de su voluntad, él lo ejerce arbitrariamente, su alcance es ilimitado y los intereses colectivos pasaban a un segundo plano.

 

Para alcanzar sus objetivos, el caudillo manifiesta su deseo de respetar el sistema, corrompido por sus adversarios: se levanta en armas en nombre de la libertad, porque la legalidad ya ha sido violada. Es por ello que uno de sus primeros pasos es restablecer la integridad de las instituciones y garantizar la seguridad de los derechos del hombre. En su mayoría los caudillos fueron localistas y/o de facción, permitiendo dividir la oposición en los sectores contrarios al gobierno. Dadas las características de su llegada al poder, el caudillo suele recurrir a medidas represivas y violentas para mantenerlo, incluso más que para conseguirlo.

 

El caudillo solía responder a la necesidad específica de la población a cambio de la fidelidad de ésta a su régimen. Se siente omnipotente. Es en esencia centralizador, frecuentemente pacta con sus adversarios para conquistar el poder, pero una vez que lo detenta les da la última estocada para así evitar nuevos levantamientos. Se produce de esta manera un claro divorcio entre la teoría y la práctica constitucional. La fuerza vence a la ley.

 

Ahora analicemos un poco el aspecto psicológico del deseo de poder. Karen Horney nos dice:

"La búsqueda de afecto es uno de los medios más frecuentes aplicados en nuestra cultura para asegurarse contra la angustia. Otro recurso es el afán de poderío, fama y posesión [...] Conquistar cariño significa obtener seguridad mediante un contacto más estrecho con los otros, mientras que el anhelo de poderío, fama y posesión implica el fortalecimiento a través de cierta pérdida de contacto y de cierto reaseguramiento de la propia posesión”1.

 

Ciertamente, el caudillo se ve reflejado en esta descripción que hace la autora, la cual más adelante nos dice:

"El afán neurótico de poderío, nace de la angustia, el odio o los sentimientos de inferioridad. Para expresarlo categóricamente: el afán normal de poderío nace de la fuerza; el neurótico de la debilidad”2.

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Para el estudio del caudillismo nos encontramos con dos problemas: el carácter del individuo que crea una nueva "doctrina", entendiendo los rasgos personales que explican su orientación; y por otro lado las características del grupo al que se dirige. Ambos aspectos están íntimamente relacionados. Tal como dice Fromm3 , si la misma idea influye sobre ambos poseerá un carácter similar en importantes aspectos, el líder puede lograr expresar más ampliamente ciertas ideas para las que sus seguidores están psicológicamente preparados.

 

De este modo, el problema referido a la identificación de la masa con su líder se ubica en el centro del análisis psicológico. Para Neumann , lo que mantiene unida a la masa y esta a su vez con el líder son una serie de pulsiones inhibidas para alcanzar sus metas; de manera tal que existe una conexión lógica entre alienación y comportamiento de masas:

" Puesto que la identificación de las masas con un líder es una alienación del integrante individual, la identificación es siempre una regresión, y en dos sentidos. Por un lado la historia del hombre es la historia de su emergencia en la horda primitiva y de su progresiva individualización; así, la identificación con un líder en una masa es un tipo de regresión histórica. Esta identificación es también un sustituto del vínculo con un objeto de la libido, y por esto es una regresión psicológica, un deterioro del ego, quizás hasta la pérdida del ego”4.

 

Es por ello que el caudillo es seguido incondicionalmente por sus hombres, creyendo la masa que es " invencible" o que es un ser que puede luchar contra todo, dando fuerzas e incentivos a todo el grupo.

 

El caudillismo está caracterizado precisamente por esa búsqueda irracional del jefe, de la cabeza que pueda llevar a una entrega incondicional. El yo individual pasa a segundo plano, mientras que el colectivo cobra importancia.

 

Este hecho es el que caracteriza al caudillismo como un fenómeno de masas, debido a que la individualidad del sujeto es suplantada por la conciencia del grupo o sociedad al que pertenece. Acerca de ello, Freud nos dice: “La convivencia humana sólo se vuelve posible cuando se aglutina una mayoría más fuerte que los individuos aislados, y cohesionada frente a éstos”5.

 

En el caudillismo esta mayoría de individuos está encabezada por un ser que ha magnificado su yo, dándose así una relación entre un grupo donde las individualidades se han hecho a un lado y un ser cuya individualidad refleja la de la masa.

 

Todo fenómeno de masas posee una explicación y particularmente el caudillismo la tiene, existe un conjunto de individuos que puede ser que no tengan mayores elementos en común, pero que responden a algunas necesidades comunes que los llevan a unirse para solventarlas. De manera que el interés común suplanta a las necesidades particulares, de la misma forma que el yo individual se convierte en yo colectivo. Éste, a su vez, estará plenamente identificado con la individualidad del caudillo que los lideriza y que ha prometido satisfacer las necesidades que esta masa posee.

 

De este modo nos encontramos con una Venezuela que responde a esta caracterización: por un lado, hombres fuertes que buscan el poder y la gloria personal, por el otro, un pueblo desesperado en busca de una solución instantánea que le permita vencer todas sus dificultades; el caudillo busca adeptos, el pueblo un milagro que lo salve del hoyo en que se encuentra. Así, el pueblo encuentra este "salvador" en el caudillo y se aferra a él ciegamente sin percatarse de su propias cualidades, tal como nos dice Neumann6: el yo individual se pierde ante un yo colectivo.

 

Ahora, vale preguntarnos si en verdad hemos salido de ese sentimiento, o seguimos esperando soluciones mágicas por parte de nuestros líderes políticos. Desglosemos un poco más la idea.

 

El sistema de liderazgo actual está basado en partidos políticos, teóricamente el individuo no se identifica con un individuo sino con la ideología que los mueve, existiendo así un representante de estos intereses; dentro de ello está el concepto de democracia. Pero, ¿qué ocurre cuando estos partidos responden a un líder absoluto, que mueve los destinos de los integrantes de la tolda?

 

En Hispanoamérica, y en particular en Venezuela, los partidos políticos se han regido por líderes que acaparan el sentimiento popular y que han transformado la ideología del partido en SU propia ideología. Convirtiendo así al poder en absoluto, con una inmensa esfera de acción e irresponsable ante las necesidades comunes. ¿Existen diferencias tajantes entre el líder de hoy y el caudillo de ayer? Augusto Mijares nos responde al respecto lo siguiente:

"... el liderismo se va convirtiendo en un caudillaje que llamaríamos corporativo, así como el caudillismo fue una especie de liderazgo geográfico... El liderismo naciente puede empalmar con los peores hábitos del viejo caudillismo y hacernos regresar a una estructura personalista total, un despotismo que, como el de los caudillos, abarque desde el poder supremo irresponsable, hasta el atropello minúsculo y cotidiano de todos los ciudadanos que no se sometan a los secretos de la 'orga-nización’ liderezca”7.

 

Si tomamos en cuenta que el autor escribió este libro en 1952, es fácil advertir que no se equivoca al recalcar que nuestro sistema de liderazgo político en este momento se encuentra viciado y que, a riesgo de parecer especulativo, el sistema caudillista —paternalista sigue estando presente en nuestra sociedad.

El pueblo aun busca su "salvador", el gobernante, su bien personal, sin embargo, no existe una verdadera estructura democrática (con todo lo que esa palabra implica) de fondo, que permita una evolución y una estabilidad dentro del sistema. Mijares nos dice:

"La verdad es que la masa y su jefe aportan a la lucha política una fuerza que no puede ser desdeñada, pero tampoco se le debe considerar como único elemento social digno de tomarse en cuenta, si es que se pretende una obra constructiva nacional más allá de la etapa de agitación popular y conquista del poder, que correspondió antes a los caudillos y ahora corresponde a los líderes”8.

 

Mientras no sean superadas estas barreras seguiremos siendo hijos del caudillismo. Un país moderno debe aprender a "gerenciar" en sus instituciones. Con esto no quiero decir que la estructura caudillista siga estando "pura" en nuestra sociedad, simplemente que la conciencia colectiva posee la misma tendencia que tenía en el siglo pasado, lo que la hace propensa a la búsqueda de la figura salvadora, llámese caudillo, líder o cualquier otra denotación que desee dársele.

Es obvio que en nuestra sociedad se han dado numerosos cambios a todos los niveles, que particularmente en el ámbito político hemos cambiado hacia un sistema democrático basado en una diversidad de instituciones representativas, y en esto diverge con la estructura política del siglo pasado. El venezolano común "ama" la democracia porque conoce las desavenencias que poseen otros sistemas de gobierno, pero ello se ve acentuado por el claro carácter paternalista que ha tenido el Estado desde los inicios de la Democracia.

Es en ese carácter paternalista donde está aún presente la herencia caudillista, ya que el pueblo continúa buscando al "padre benefactor" que cubra sus necesidades, mientras que el líder político aprovecha el huerfanismo de la masa.

La relación líder —masa mantiene caracteres similares a la relación caudillo— masa. Un ejemplo patente de este hecho es el que un líder de la "vieja escuela" como Rafael Caldera, ganó las elecciones de 1993 fuera de su tolda política. El pueblo no votó por un Partido Político como solía hacerse tradicionalmente, sino que votó por el Personaje que representa Caldera dentro de la historia democrática de Venezuela. El pueblo buscaba al "Salvador de la Patria" al escoger como su presidente a este líder, tratando así de que fuera la solución mágica a la agudísima crisis que vivíamos. Gran culpa de la falla en nuestro sistema la tiene el sentimiento paternalista que nos inculcan desde niños, y no sólo en Venezuela, sino en toda Hispanoamérica. Basta ya de esperar milagros del cielo. Lo único que puede verdaderamente hacer progresar el sistema es el trabajo, individual y común, es la participación activa en el proceso de toda población; si no, seguiremos estando presos en la estructura caudillista, aun cuando nos encontramos ya en el siglo XXI.

Referencias y comentarios

1 Horney, K. (1969). La personalidad neurótica de nuestro tiempo. Buenos Aires: Paidós. p. 135.

2 Horney, K. Op. cit., p. 136.

3 Fromm, E. (1966). El miedo a la libertad.Buenos Aires: Paidós.

4 Neumann, F. (1970). Angustia y Política. En Fromm, E. (ed.). La soledad del hombre (p. 191-221). Caracas: Monte Ávila.

5 Freud, S. (1986). El malestar en la cultura. México: Siglo XXI. P.22.

6 Neuman, F. Op. cit.

7 Mijares, A. (1952). Interpretación pesimista de la sociología hispanoamericana. Madrid: Afrodisio Aguado, p. 234.

8 Mijares, A. Op. cit. p. 236.