Jorge Negretti Depablos

negretti_76@hotmail.com

 

                                                                                                            "Siempre ha habido iglesias para ocultar la muerte de Dios, o 

para ocultar que Dios estaba en todas partes: lo que es lo mismo."

Jean Baudrillard.

 

 

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En la justa medida en que somos Sapiens, somos igualmente Homo Significants. La cultura es la madre de los signos, los símbolos, las imágenes; sus miembros (los que somos) son los gérmenes de su posibilidad y al mismo tiempo sus hijos. Aceptemos momentáneamente la premisa de que esta doble cualidad de generación y pertenencia es la que caracteriza a toda especie que se le pueda adjetivar de "social".

 

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Vivimos en un mundo preñado de significaciones que, por el hecho de constituirse como matriz semiótica, se mantiene siempre en standby, en el sentido de que, si bien produce signos, este "m-u-n-d-o" es en sí mismo un vasto y continuo ejercicio de supervivencia y re-producción semiótica, un meta-signo de carácter significante y, por sobretodo, auto-significante, por tanto autolegitimante. Sólo bajo esa suposición, aunque sea de un modo tácito, es que se nos posibilita hablar acerca del mundo1, un mundo en standby por el mismo hecho de ser un happening. Are we happening? Yes. Todo punto y final es un comienzo, toda sangría inicial es el fin de algo que le precede. Llegamos a un medio social dispuesto de coordenadas, de nudos de comunicación. Frente a éstos, o en el seno mismo de ellos, se gesta ese gran happening que algunos califican como momento dialéctico, refiriéndose a una dialéctica entre mundo y habla, código y mensaje, institución y posibilidad. Dicotomías lícitas a partir de la reificación que, como procedimiento ni planeado ni planteado, es el punto máximo de auto-significación. Dentro de la idea de happening como característica fundamental del movimiento de significación, el tema de las democracias contemporáneas surge como unidad de micro-análisis que merece la pena.

 

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Toda democracia se sustenta en la metafísica del soberano, es el pueblo quien la encarna. El pueblo somos todos en la medida de la participación y a la vez no es nadie en la medida en que pretende fundar lo público y universal, no lo privado y particular. Entonces vale decir en un primer balance que la filosofía democrática, como parte de nuestra cultura occidental, es madre e hija a la vez: somos los gérmenes en su caldo de cultivo pero también el cuerpo que lo aloja, doble relación de generación y pertenencia. El aspecto a resaltar en este paralelismo es la cuestión de sus coordenadas, sobre todo, de sus nudos de comunicación2, pues es sobre éstos que se funda el mito de la política en la actualidad, al menos desde la mitad del siglo pasado3.

 

La posibilidad de tecnificar estos nódulos de comunicación, de convertirlos en satélites de alta referencia colectiva, ha sido la gran materia prima para lo que se suele llamar como era "mass-mediática". Lo interesante de ello es la exacerbación del proceso de socio-semiótico, pero de un modo específico: el signo adquiere autonomía, engulle no sólo a los referentes culturales sino al mismo significado, se convierte en satélite por sí mismo. Esa suerte de anclaje del signo a una realidad queda, bajo este formato, como una versión demasiado pesada de institucionalidad; el signo se aligera, se vuelve Light. En este esquema ya las dicotomías como medio y fin se vuelven igualmente demasiado pesadas, pues para sostenerlas tendríamos que contar con una modalidad o idea de happening muy intensa, es decir, una noción de intercambio humano productivo, lo que implica un molestoso roce interindividual. Lo que deviene en una era telemediática es todo lo contrario: cada vez menos roce, cada vez menos productividad, mientras se incrementa la reproductividad, por lo que entonces parece haber una ecuación clave en el asunto, sea que la velocidad de este happening es inversamente proporcional a su intensidad.

 

En esta carretera de velocidades vertiginosas (el aparataje cultural del metropolitano promedio, día a día, minuto a minuto, se torna más y más barroco), la mitificación de los signos juega un papel preponderante, ya que en el signo hecho mito se aloja el momento fundamental del "...agotamiento del contenido por la forma"4. En otras palabras, se apela a una transmutación hiper-veloz del valor, no por medio de, sino como sistema semiótico por sí mismo; en ello la telecomunicación masiva juega un papel decisivo pues es el catalizador biotecnológico de este juego de signos, imágenes y sonidos. Pero decir que estos últimos adquieren progresivamente autonomía es también decir que se perciben como altamente motivados, como potenciales generadores de sentimiento, feeling, pasiones. Es como un teatro de marionetas en donde se hacen cada vez menos perceptibles los hilos que las sostienen, y el efecto de ello es el desencadenante del mito: el espectáculo es un juego de formas que ganan autodeterminación. Ahora bien, la pregunta queda de la siguiente manera: ¿cómo se ubica la entelequia moderna del soberano en este espectáculo? En mi opinión funge como cómplice para la progresiva aceleración de un simulacro político. Creo que repotencia y profundiza una entrega total al reino de las formas y al ocaso de los contenidos. Corren en paralelo una asepsia social de lo semiótico (el signo se muestra como medio y fin al unísono, "medium is message") y una aceleración de "lo político" en detrimento de su intensidad.

 

Sin nostalgias ni proyectos de búsqueda utópicos, acerquémonos a lo que se ha convertido en nuestro nuevo referente, las pantallas; en ellas se puede decodificar una incidencia creciente de debates y no se invita, se prescribe a participar en ellos, es una exigencia secular. Esta participación bajo el modelo democrático consiste, más o menos, en borrar mentalmente los hilos que suspenden las marionetas y entregarse al mito de la política: los personajes entran en escena. Como en el teatro, habrá roles excesivamente estilizados, mitificados, inducidos. Bajo una estructura estatal reservada cual misterio divino, un gabinete gubernamental lleno de gerentes, llenos de datos, una automatización de los cargos in vitro, las democracias se bandean por show bussines, su única salida es entregarse al mercado libre de los signos y así poder fungir de "m-u-n-d-o" en continuo ejercicio de supervivencia y autolegitimación. El personaje técnico, duro, frío, calculador, en oposición al personaje político, afable, candente, espontáneo, constituyen dicotomías caducas en una guerra telemediática, donde la técnica invirtió su capital en hacer política, producirla y reproducirla. Paradoja sin igual: una guerra sin diferencias pero con una arsenal multicolor de balas. Juntos, el electorado, la clase dirigente y los poderes tele-mediáticos encarnizan vívidamente esta guerra de títeres con hilos invisibles.

 

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¿Dónde está el soberano? ¿En el electorado como espíritu absoluto de las voluntades y diferencias del colectivo? ¿En la clase dirigente que actúa como élite inspiradora y defensora de los valores democráticos? ¿En los poderes mass-mediáticos, que según algunos5, han marcado el fin de un yugo Colonialista/Imperialista bajo la palabra emergente de las minorías de todo tipo? Quizás endosarle de manera exclusiva este "compromiso histórico" a cada una de estas entidades por separado sea la interrogante menos coherente y menos útil, prefiero imaginar que forman una cadena de complicidades para cometer un crimen, el crimen de la simulación.

 

Cuando Michel Foucault, en su clásico "Vigilar y castigar", advierte con acuciosidad que es una gran trampa pensar la cronología del sistema penal carcelario como una sucesión de proyectos, fracasos y reformas, lo que evidentemente le interesa es desmontar la complicidad entre estos al punto de concebir proyecto y fracaso como isomorfismos de carácter funcional, engranajes complementarios de una maquinaria que simula un ideal, simula una utopía: la reforma de los hombres y emancipación del Hombre. "El sistema carcelario reúne en una misma figura unos discursos y unas arquitecturas, unos reglamentos coercitivos, y unas proposiciones científicas, unos efectos sociales reales y unas utopías invencibles, unos programas para corregir a los delincuentes y unos mecanismos que solidifican la delincuencia... quizá haya que darle la vuelta al problema y preguntarse de qué sirve el fracaso de la prisión"6. De igual forma, la coartada del soberano no corresponde a un sitio personalizado de poder, más bien representaría una sinergia histriónica que simula un ideal, una utopía: la política. Lo grotesco del asunto es que hasta el momento no se haya sincerado y entregado a un decurso vertiginoso este concepto, que no se haya admitido su flujo de vertiginosas velocidades, que no se acepte de una buena vez que mantener eso de Demos + Kratos7 no sólo es un anacronismo sino un procedimiento totalitario de tradición. Quizás sea grotesco pero funciona, he ahí el punto: la democracia como mito no sólo se hace evidente sino que se muestra como necesaria, hace de parangón para los peligros de la "barbarie". Un arsenal audiovisual tele-transmite la exigencia de participación pero como única salida se gesta, en el bochorno electoral, una pregunta que ya tiene respuesta. Así como lo carcelario administra ilegalismos, la democracia administra soberanismos. Pero aceptarlo sería una tajada muy dura de tragar para el espíritu y el ego del Hombre de Occidente; no estamos preparados para ello, nos hemos de contentar con digerir sanamente el gusto de una papilla Light que ofrece "en vivo y directo" los acontecimientos de un teatro de títeres con hilos invisibles que, como aldea global posibilitada por la explosión de un mercado libre de signos mitificados, hacen de la vida pública un happening de simulación sobre contradicciones socio-culturales harto evidentes: en nombre de la paz se gesta la invasión y el incendio, en nombre del contrario se afirma lo propio, en nombre de la participación se modela y controla a un elector. A la pregunta de cómo se ubica el soberano de cara a esta comedia habría que hacerle una observación: la pregunta está mal formulada, es ya redundante; la idea del soberano es el espectáculo, es lo espectacular, el mito, la forma vacía y rebosada a la vez, desbordada: "Siempre ha habido iglesias para ocultar la muerte de Dios, o para ocultar que Dios estaba en todas partes: lo que es lo mismo"8; de igual manera, en todas partes, en los colegios, en las reformas curriculares universitarias, en las patentes de armamento nuclear, hasta en el monopolio Microsoft, existirá la democracia justamente para vindicarla como coartada de una falsa nostalgia que busca fundar lo universal desde una relación de complicidad entre las partes de la trilogía ya mencionada.

 

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Are we happening? Yes. La Democracia anda en automático y a velocidad de fibra óptica, pero no como ejercicio intelectual sino como sistema de supervivencia sostenido desde su reproducción mitológica, hecho que no debe verse de manera trágica, pues a fin de cuentas nada dice cuáles son las directrices ni las coordenadas que se han de tomar, ni que el intelecto sea el requisito exclusivo de la legitimidad. Fuera de tal juicio elitesco, lo que cabe resaltar y, por qué no, denunciar, es el simulado mantenimiento (nada disimulado) de los mismos presupuestos ideales y originarios bajo la forma más grosera de sincretismo pragmático, que ha hecho de la utopía democrática el más gris de los eufemismos o un teatro de marionetas dispuestas, maravillosamente, de hilos invisibles.

Referencias y comentarios

1 A lo que me refiero es que se licita la posibilidad cuando "acerca del" separa "hablar" y "mundo" como entidades opuestas.

2 Lyotard, J.F. (1989). La condición postmoderna. Informe sobre el saber. Madrid: Cátedra. Capítulo 6.

3 Dos observaciones al respecto: la noción de política es, como toda definición, una provisión, un standby, por el mismo hecho de su decurso semántico-histórico, su happening; de la misma manera, dar fechas es una manera cómoda de cortar este standby y ponerle punto final, así que convengamos el análisis como una carretera de la cual hablamos pero sobre la cual estamos rodando en este preciso momento.

4 Barthes, R. (1997). Mitologías. México: Siglo XXI. p. 17.

5 Vattimo, G. (1990). La sociedad transparente. Buenos Aires: Paidós.

6 Foucault, M. (1998). Vigilar y Castigar. El nacimiento de la prisión. México: Siglo XXI. p. 276-277.

7 Pueblo + Autoridad.

8 Baudrillard, J. (1993). El intercambio simbólico y la muerte. Caracas: Monte Ávila. p. 27.