Gustavo Gisbert

gisbert@reacciun.ve

 

“Seré siempre el que esperó a que le abrieran la puerta, junto a un muro sin puerta”.

F. Pessoa.

 

Vivimos tiempos de desamparos, malestar, desilusión, crisis de todo tipo (política, económica, social, del sentido, crisis de la representación, del realismo filosófico, de las ciencias sociales y de la ciencia “dura”, etc.). Muchos apuntan que es el final de las cosas tal y como las concebimos. En el conocimiento y la racionalidad científico-filosófica se menciona la pérdida de la creencia en los metarrelatos1, es decir que los “héroes” del saber y del conocimiento –quienes conceptualizan, describen y prescriben formas de entender al universo y al ser-, ya no trabajan para grandes finalidades épico-políticas; aludiendo así a un quiebre en la concepción histórica de la humanidad. Esto puede ser (y de hecho ha sido) interpretado de diversidad de maneras, algunas de ellas nihilistas otras más esperanzadas2. Pero casi todas en general aluden a un gran punto: la cuestión de la incertidumbre humana. ¿Qué implica esta discusión acerca de la incertidumbre del hombre en el conocimiento? ¿En qué dimensión entra la ética en este juego?

 

El Efecto Oasis

Uno de los asuntos más curiosos de la existencia humana, así como de su desarrollo –tanto de lo social, lo espiritual, moral, religioso, como de lo científico o filosófico- es la pregunta de si estamos orientados a una finalidad. Como si en las metáforas de “camino”, “vía” o “autopista” por medio de las cuales comprendemos la vida y el vivir, estuviera determinado el asunto de que vamos hacia algún sitio, nos hacemos camino con una orientación. Pareciera que nos espera algo después del caminar, del esfuerzo, del trabajo; y lo esperado da sentido a lo que hacemos.

 

¿Qué tanto implican los caminos el sentido del ser?. Para responderlo, desenvolvamos el gesto de “las finalidades”. Podríamos hacerlo examinando las trazas que determinan los caminos, por medio de las huellas transitadas –por otros, o por nosotros-. Frente a esta pregunta se puede argumentar que para comprender al ser, debemos hacerlo en su existencia, en sus relaciones.

 

Estas huellas nos hablan de tradiciones; y nos introducen en lo valorado. Por ejemplo, la implantada política de “Democracia” en nuestra coyuntura nos hace partícipes en una dinámica de relaciones en la que se esperan la ascensión social, el éxito, el confort, como valoraciones comunes: hacia allá se ha orientado cierto tipo del “debe ser”. Sin embargo también se configuran otras orientaciones. Los anteriores valores parecieran conducir al individualismo, el aislamiento, la fragmentación, la despolitización, el “sálvese quien pueda y como pueda”. Como consecuencia, también se espera garantizar una valoración a la solidaridad, la cooperación, la ‘toma de conciencia‘ frente a los mecanismos de poder, los derechos humanos, en resumen, finalidades que nos guíen hacia un reconocimiento de legitimidad a los otros (quién sabe si por miedo a acabar como el mito de narciso, o como una forma de consagrar nuevas instituciones y nuevos negocios bajo el escudo de los “valores humanos”). Pareciera ser que en estas orientaciones y en otras más, el gesto de “las finalidades” de las valoraciones determina y -a su vez- está determinado por el contexto de sentido social e histórico de la humanidad. Los campos abiertos de sentido en las prácticas de relaciones van consagrando nuevas relaciones, que determinan ciertos quehaceres.

 

Y es en estos ‘caminos‘, precisamente, que se vislumbran a lo lejos esos espejismos bellísimos: los oasis, aquellas manchas en el horizonte de la autopista que desciframos como lagunas de un resplandor que seduce. Son las finalidades. Ellas dan sentido al caminar –buscar la tierra prometida-, y gracias a ellas consideramos que no perdemos el tiempo en lo que hacemos. Estos espejismos también son proyecciones de lo que se desea “debe ser”. ¿Son proyecciones conjuntas, caminos compartidos? ¿Son sendas personales, en los que se busca la realización individual? ¿Pueden ser ambas cosas, o ninguna de ellas? Quedan abiertas las apuestas.

 

Intentaré explicar mejor la metáfora del efecto Oasis en nuestro terreno, mediante tres ejemplos típicos en la psicología. Existe un cliché muy reconocido en la práctica psicológica, que es la orientación “incuestionable” de ayudar al otro. En este tipo de valoración el psicólogo confía en que sus acciones se orientan a proteger, beneficiar, enaltecer, dignificar a la persona que recurra a sus servicios. Es una orientación hacia el “bien”. ¿Cómo puede cuestionarse “el bien”?. Sin embargo, a lo largo de la historia de nuestras huellas, se ha demostrado que en ese empeño por “hacer el bien” se ofrece más bien un salvoconducto a la violencia, y muchas veces se terminan legitimando formas de dominación que subvierten órdenes, manipulan, controlan, imponen parámetros forzosos, que delimitan lo normal y lo anormal, imponen necesidades que no corresponden, dentro del dogmatismo de la valoración propia del significado “bueno”. Todos los psicólogos que buscan “ayudar” a otro(s), precisamente colocan a ese(os) otro(s) en situación de minusvalía, para que puedan ser ayudados. Sobra decir que ellos están por encima, desde una instancia “supra” donde tienen acceso a solventar o sobrellevar las minusvalías. Recuerdan un poco a la imagen de los antropólogos de principios de siglo, que llegaban a comunidades indígenas completamente desconocidas, denominándolas primitivas, atrasadas -por el hecho de tener distintas costumbres que las de ellos- “pobrecitos, menos mal que estamos aquí para civilizarlos, llegó la ayuda”. Pero la ilusión o ficción de la finalidad (el bien llegará) salta todos estos obstáculos que se interponen en el camino, y las relaciones de poder se justifican y legitiman de acuerdo a ese precioso objetivo.

 

El segundo ejemplo es el del psicólogo orientado hacia el “progreso científico”. Este es más hermoso aún. La ciencia ha de ser el cúmulo de conocimiento que nos realizará en nuestra trama de relaciones para llegar hacia nuestra finalidad epistemológica: la de explicar y comprender al universo. Una vez logrado esto podrá vivirse en la “era positiva” y seremos los habitantes de la armonía universal. Pero obviamente, para llevarnos hasta allá el Moisés del saber requiere eliminar, exorcizar del conocimiento todas las irregularidades, las tentaciones, desigualdades y males posibles. Claro, este es otro tipo de valoración hacia el bien, pero desde el conocimiento. El que se halla acercado nuestras bibliotecas y “ojeado” las revistas de investigación experimental, sabrá lo interesante, asombroso y relevante de las investigaciones allí encontradas. Probablemente, si acumulamos suficientes datos como esos, no sólo llenaremos muchos estantes, sino que accederemos a “la verdad” del universo. Mientras esperan ésta llegada, ellos seguirán acumulando todos los datos necesarios para cumplir con la ficción de su finalidad, sin importar cómo (claro que legitimados por la estadística y la ciencia). Algunos de estos personajes, sin embargo, han entendido que quedarían sin empleo si esto llegara a suceder: por tanto se las han ingeniado para lograr que la llegada de dicha finalidad ni se asome, creando las más recónditas investigaciones, o cambiando de paradigmas constantemente.

 

El último es el ejemplo del psicólogo que, al contrario de los anteriores, se asume en las reglas cotidianas del mercado, y orienta su praxis hacia los negocios, la economía “el business”. Este tipo de valoración guía hacia un principio de división social del trabajo (es un trabajo necesario, como todos los demás, y alguien tiene que hacerlo), y hacia el principio de “el mínimo de esfuerzo posible, para obtener la mayor ganancia esperada”, ya no para el otro, como en el primer ejemplo, sino para el bien propio, para el propio éxito. Aquí entran los best-sellers de moda, la aplicación de las últimas innovaciones -nuevecitas de paquete-. Son los más actualizados a la práctica social del mercado, y son los únicos que entienden la premisa “no hay ética si no hay negocio”, es decir, tienen la convicción de que no fue Marx y el comunismo, sino los economistas liberales –Adam Smith y sus seguidores- los que se vieron en la necesidad de pensar en una especie de “mano invisible” que orienta al estado y a los pueblos hacia un bien común, que fundamenta el intercambio de valores.

 

Estas tres ficciones determinan en numerosas ocasiones el accionar psicológico; en cualquiera de sus manifestaciones, no hacen sino consolidar la metáfora de la que hablábamos: la del espejismo, el efecto Oasis.

 

Ahora bien, dado el malestar que ocasiona avanzar en el camino/autopista y no llegar nunca al espejismo hermoso del horizonte –cada vez que pareciera estar cerca se esfuma-, la incertidumbre penetra en lo más profundo de la angustia humana: la pérdida del sentido. Discutir que no existe una jerarquización de valores para los caminos es, para quien está acostumbrado a valorar un camino, un disparate, una ofensa. Más aún, decir que la finalidad es una ficción o un espejismo que tiene un sentido, que es para lograr que caminemos juntos organizadamente (y no cada quien por su cuenta) es un atentado contra la seguridad de lo establecido, contra el ordenamiento político y social. Sin embargo, el debate no es reciente: el cuestionamiento de la suposición de verdad que legitima cualquier orientación ha marcado la historia humana. Claro que se pueden enmarcar dentro de lo que Kuhn denomina en las ciencias “períodos revolucionarios”, y nunca en lo absoluto al interior de una “matriz disciplinar” (paradigma) en períodos “de ciencia normal”. En palabras de Nietzsche, para resumir:

 

“¿Qué es, pués, la verdad? Un ejercicio móvil de metáforas, metonimias, antropomorfismos... que tras un prolongado uso parecen firmes, canónicas y obligatorias para la gente; las verdades son ilusiones que hemos olvidado que son ilusiones”3 .

 

Ética Cinética

He hecho mención a varias palabras que resultan difíciles de discriminar, debido a su asombroso parecido contextual, como lo son: “moral”, “finalidad”, “orientación”. Al hablar de ellas resulta inevitable agregar otra, como lo es “ética”. ¿Qué significan ellas? ¿Son indivisibles a nuestras prácticas cotidianas? ¿Generan todas metarrelatos de los cuales es mejor desconfiar?

 

Etica y moral son términos semejantes que incluso tienen una etimología común: ambas se refieren a “las costumbres”. Sin embargo, ética ha sido históricamente el tratamiento filosófico de <lo relativo a las costumbres>, una noción que adquiere matices epistemológicos y reflexivos, basados en las acciones del obrar humano, social e individual, que se inmiscuye por tanto en lo valorado históricamente; la moral ha sido constituida como unas ciertas normas de convivencia, de conciencia social, que muchos tienden a asociar con lo religioso, una “institucionalización histórica del alma simbólica”4, un asunto de creencia y de fe, una especie de determinación ontológica frente al destino. Sin embargo, el asunto no parece estar nada claro, y existen diversidad de posiciones al respecto. La confusión de lo ético-moral (incluso hay autores que no distinguen entre una y otra palabra) se hace más complicada en el debate postmoderno (si es que puede hablarse de tal), que cuestiona las nociones de epistemología y ontología tradicionales, que advierte la complejidad de diferenciar entre episteme y praxis. Desde esta perspectiva, descubrir –epistemológicamente- una “intencionalidad” que nos orienta, de acuerdo a un presupuesto ontológico de “la finalidad” es una tautología tan burda como decir: “Inteligencia es: lo que mide mi test de inteligencia”. Es decir: se define un “ente”, y sólo entonces ese “ente” impone el significado de él mismo. Los otros términos anteriormente mencionados también son términos borrosos, difíciles de distinguir. Existe entonces la necesidad de retomar y repensar estos conceptos.

 

Sin embargo, con el advenimiento de la postmodernidad, la modernidad, al contrario de lo que muchos piensan, no ha dejado de existir. De allí que siguen y seguirán existiendo pluralidad de senderos, caminos y “verdades” para superar la incertidumbre; y al mismo tiempo se plantea la posibilidad de escapar de la incertidumbre como problema, es decir, ir más allá de la dicotomía objetivismo-relativismo. En resumen, podríamos decir que lo que ocurre parece ser la pérdida de la utopía de orientarnos a un fin pre-determinado o que nos determina per sé, más no del sendero. En el tratamiento de la problemática, Bernstein5 deja claro cómo el asunto del conocimiento y la racionalidad científico-filosófica es más un juego hermenéutico de orientaciones práctico-morales. Es decir, que las “verdades” y el saber científico son vistos más como una “apertura” que como “conformidad”, por el simple –pero no sencillo- hecho de que los habitamos, proyectamos en ellos tradiciones, cultura, valores, individualidades. Dichas orientaciones pertenecen a prácticas sociales “semántico-históricas”, lo que indica que la red de significaciones se establece en medio de tradiciones culturales (costumbres) y la participación de quien interpreta el conocimiento. El asunto así planteado configura la necesidad de hacer posible un caminar de un ser que puede comprender el espejismo, y no establecer posiciones definitivas, teniendo la posibilidad de una ética cinética, en la comunicación con los vecinos caminantes. Por ello la comunicación entre los caminos “no debería” ser muy difícil, ya que si no, no habría posibilidad de discutir sobre caminos inconmensurables entre sí. La noción de Arendt de “igualdad en la diferencia”6 es muy útil para comprender este asunto: respeto a las diferencias y a la diversidad, la pluralidad, pero tomando en cuenta que todos compartimos un mundo común y unas condiciones humanas básicas. Ahora, si el hombre debe orientarse con su comunidad respecto a sus tradiciones, o si debe -y puede- oponerse a las mismas, es un asunto que se resolverá de acuerdo a lo que convenga (y sobre todo del poder que tenga) cada quien. Tan simple como eso.

 

Para concluir, creo que la incertidumbre que genera la pérdida de sentido por la desconfianza al metarrelato, -la utopista perdida-, advierte una concepción que nos envuelve en la siguiente pregunta ¿Es posible en nuestra ciencia configurar y prescribir verdades aún a sabiendas de que son “ilusiones objetivadas”? o en palabras de Nietzsche: “Será posible seguir soñando aún cuando se sabe que se sueña?”7

 

¿Será que hemos perdido la utopía?. O será que podemos decir con Pessoa: “Puedo morir ahora y aún espero a que me abran la puerta, tras este muro sin puerta”.

Gustavo Gisbert

gisbert@reacciun.ve

Referencias y comentarios

1 Lyotard, J. (1989). La condición posmoderna. Madrid: Cátedra.

2 Según esta clasificación nuestra, en el primer renglón podríamos encontrar posturas como las de Vátimo o Feyerabend (sin violentar las diferencias entre ellas). En posiciones un poco más "esperanzadas" se encontrarían autores como Habermas, Gergen e incluso Rorty.

3 Nietzsche (1979) citado en Gergen, K. (1996). Realidades y Relaciones: Aproximaciones a la Construcción Social. Barcelona: Paidós. p. 62.

4 Luckmann (1989). “Religión y condición social de la conciencia moderna” en Razón, ética y política. Madrid: Anthropos, p. 87-108.

5 Bernstein, R. (1988). Beyond Objectivism and Relativism: Science, Hermeneutics and Praxis. Philadelphia: University of Pennsylvania Press.

6 Arendt, H. (1998). La Condición Humana. Barcelona: Paidós.

7 Nietzsche, F. (1983). La Gaya Ciencia. México: Editores Mexicanos Unidos.