Ana Lolimar Moreno

lolimarmf@cantv.net

 

¿Por qué el ateísmo hoy? – «El padre» en Dios está refutado a fondo... Asimismo su «voluntad libre»: no oye, - y si oyese, no sabría, a pesar de todo, prestar ayuda. Lo peor es: Parece incapaz de expresarse con claridad: ¿Es que es oscuro?

F. Nietzsche.

 

Como producto de la humanidad, la ciencia parece sufrir de los ataques de incertidumbre de sus practicantes; la certeza es una cualidad que ha sido anhelada por hombres y mujeres a través de los tiempos, aun más en el plano científico, donde la carrera por el conocimiento “verdadero” dictaminó una serie de cánones que debían ser rígidamente seguidos para garantizar la validez de lo que se aseveraba.

 

Ante el terror que representaba equivocarse en la búsqueda del conocimiento, la apelación a la certeza se imponía cada vez más en aquel medio que se comenzaba a llamar “ciencia”, pero sus practicantes decidieron vencer el pánico que les producía el sólo imaginarse que lo que les permitía comprender el mundo en el cual vivían podría impregnarse de la incertidumbre, de las susceptibilidades y sobre todo de los errores inherentes a la especie humana. Este pánico está muy bien ilustrado por Bernstein, cuando habla de la Ansiedad Cartesiana como un constructo que se basa en la metáfora de la fundamentación y de la convicción, en la búsqueda de una estructura firme y permanente para la ciencia1. Según este autor, el llamado de Descartes es a evitar que nuestro conocimiento descanse sobre opiniones, prejuicios y tradiciones infundadas, por lo tanto, el mismo debe estar respaldado por la autoridad de la razón para evitar así caer en la oscuridad, o que la maldad de un demonio poderoso nos envuelva y nos lleve al caos moral o intelectual2. De esta manera, la única que nos puede “salvar” de este trágico destino es la fundamentación a través de la razón, pero ¡cuidado! La razón, también como producto de la especie humana, está llena de incertidumbre, por lo cual se hace necesario tomar una postura que garantice que nuestro conocimiento sea verdadero, sólido, correcto, válido o como se le quiera llamar, pero que esté libre de esa oscuridad que representan las convicciones sin fundamento; la objetividad, como se ha dado en llamar una serie de acuerdos, surge como el resguardo de la certidumbre y validez del conocimiento científico.

 

Bernstein define el objetivismo como la “convicción básica de que hay o debe haber una matriz permanente, ahistórica a la cual se puede apelar para determinar la naturaleza de la racionalidad, el conocimiento, la verdad, la realidad, etc.”3. Debido a esto, el autor asegura que el objetivista mantiene una estrecha relación con la fundamentación (principal arma contra la ansiedad cartesiana), ya que en el centro de la visión objetivista está la creencia de que hay o debe haber algo fijo y permanente al cual podemos recurrir, que es seguro y estable. Dentro de esta concepción se maneja entonces la necesidad que tiene el objetivista de separar lo que es el objeto (afuera) del sujeto (adentro), por lo tanto el conocimiento generado o descubierto nos debe ser ajeno para que así pueda representar correctamente una realidad objetiva4. Respecto a este punto Rorty nos habla de la objetividad como un relato que pretende que la comunidad se distancie de sí misma vinculándose a un agente externo no humano5; se busca a toda costa la verdad con el pretexto de un ansiado alejamiento que permita fundamentarla por su correspondencia con la realidad, para así llegar a la generalización y donde también son importantes los procedimientos de justificación y verificabilidad, lo que en ciencia se ha conocido como el método científico: su aplicación nos garantiza el máximo grado de confianza, traducido en términos de certeza y validez del conocimiento que se pretende llamar científico. Para este filósofo norteamericano, la tradición que se instauró fue que la ciencia se dedicase al descubrimiento del lenguaje en que la naturaleza escribe sus páginas, esto es, el lenguaje que reflejara el verdadero sentido de las cosas, siendo el método científico el único que nos permite acceder a la naturaleza y verla en sus propios términos6. En Consecuencias del Pragmatismo, Rorty señala: “... [es] la idea de método científico como la búsqueda de ‘una concepción Absoluta de la Realidad’, de la realidad concebida en términos de representaciones que no son simplemente nuestras representaciones, sino las Suyas, según Su Propia Imagen” (la de la naturaleza)7.

 

Leyes de correspondencia, mecanismos de verificación, generalización... estos son algunos de los preceptos de lo que se ha conocido como ciencia, donde la rigurosidad en su aplicación está en estrecha vinculación con el sentido de la objetividad: el distanciamiento y la fundamentación; esto es a fin de cuentas lo que separa, delimita o distingue al conocimiento científico del que no lo es, una práctica científica de una pseudocientífica. Detrás de todo esto se encuentra un desesperado escape de aquellos rastros humanos que contaminan la pureza del conocimiento verdadero, de esa ansiedad que no nos permite llegar a la certidumbre, ya que si no nos aseguramos de lo que estamos conociendo, simplemente no podemos conocer: he ahí la raíz del miedo.

 

Tiene razón Nietzsche en afirmar que desde Descartes “los filósofos cometen un atentado contra el viejo concepto de alma –es decir: un atentado contra el supuesto fundamental de la doctrina cristiana. La filosofía moderna [...] es, de una manera oculta o declarada, anticristiana8. Ciertamente, el alma y muchos preceptos religiosos no tienen fundamento, por lo tanto no se puede apelar a ellos como explicación y menos de un conocimiento al que se ha de considerar científico; esto se une a la vez con la tradición fisicalista de la ciencia, enfatizada por lo que se ha conocido “El círculo de Viena”, que dicta que todo tiene que ser comprobable, manipulable y medible para que pueda ser verdadero. La religión tiene algo que la concepción más “pura” de la ciencia rechaza categóricamente: las creencias metafísicas; el alma, el espíritu, etc., “cosas” de las que no podemos comprobar que existen, pero que en la religión se dan por sentadas a través de actos de fe.

 

Si retomamos la definición del objetivismo propuesta por Berstein, este autor nos habla de convicción, lo que en un primer momento se podría entender como la plena certeza de que lo que se está defendiendo es de ese modo y no de otro, pero también convicción alude a creencia, se está seguro porque se cree en ello, y esto último es un acto de fe. Se puede decir que en los predios de la ciencia se da por sentado, a través de la creencia, el valor de la objetividad tanto como se da por sentado el valor de la vida eterna o de la resurrección en la religión. El “ser religioso” es tanto como el “ser científico”9; si te alejas de los preceptos fundamentales estas manchado, ya sea de pecado en el primer caso o de incertidumbre en el segundo, pero siempre tienes la posibilidad de enmendarte si admites tus errores, te arrepientes y te corriges a partir de ellos. En cambio, si te quedas en el mal camino, no tendrás salvación, estarás perdido y merecerás penar por rechazar lo que el buen camino te ha ofrecido.

 

        Aunque la ciencia padezca de un cierto tipo de metafísica, nos resulta más atractivo pensar y actuar bajo una perspectiva de la comprobación de lo conocido por medio de su accesibilidad física; Nietzsche nos dice lo siguiente con respecto a la física como ciencia:

 

“... en la medida en que la física se apoya sobre la fe en los sentidos se le considera como algo más, y durante largo tiempo tendrá que ser considerada como algo más, a saber como un tipo de explicación. Tiene a su favor los ojos y los dedos, tiene a su favor la apariencia visible y palpable: esto ejerce un influjo fascinante, persuasivo, convincente sobre una época cuyo gusto básico es plebeyo, - semejante época se guía instintivamente, en efecto por el canon de verdad del sensualismo eternamente popular. ¿Qué es claro, «qué está aclarado»? Sólo aquello que se deja ver y tocar, - hasta ese punto hay que llevar cualquier problema”10.

 

        Parece entonces que la distinción más tajante entre ciencia y religión (desde la perspectiva de la primera) es la posibilidad de corroborar y sustentar lo que se está afirmando, es la incansable búsqueda de la verdad a través de hechos visibles y manipulables, y de ahí su arraigo en la tradición: es sumamente atractivo conocer la verdad, donde la objetividad es una actitud que se toma ante el hecho, para poder conocerlo; estos preceptos son irrisorios para la religión: su característica principal es la creencia a ciegas en la razón de lo comprobado, la fe en ello basta para considerarlo verdadero. Pero resulta paradójico que lo que más las distingue, más las une: la convicción, la creencia, en fin, la FE - en que lo que se está haciendo es lo correcto, en que esa es la mejor postura porque proporciona resultados válidos, en los que se puede confiar, que transmiten seguridad, certeza: los que permiten el acceso a la verdad. Según Enerst Renan, citado por Nietzsche, “... la religión es un producto del hombre normal, que el hombre está tanto en lo verdadero cuanto más religioso es y cuanto más seguro está de su destino infinito”11. Si se hace un juego de palabras podríamos decir lo mismo de la objetividad o de la ciencia misma, sin que cambiara el sentido de semejante afirmación.

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        Resulta que un buen día (¿?) algunos “científicos” se percataron que sus aseveraciones no eran tan tajantes, que su tan ansiada objetividad no era más que acuerdos intersubjetivos, (en el fondo mera subjetividad) y lo que es mucho más grave: que su verdad podría no ser verdadera (¡!); lo que le siguió fue el Apocalipsis y ante la necesidad de creer en algo, ante la búsqueda de algún basamento para emitir los mismos juicios de valor pero admitiéndolos como tales, surgió entonces un nuevo icono: El Lenguaje. A través de él podríamos explicar y justificar nuestras creencias, nuestros actos de fe; entonces, la llamada hermenéutica saltó a la palestra12 y se habló ya no sólo de explicar, sino más bien de comprender lo conocido, se habló del otro, de su subjetividad y de la propia; se invitó a “renunciar al concepto de ciencia como convergencia hacia un punto final llamado «correspondencia con la realidad» y a contentarnos con afirmar que para cierto propósito, un vocabulario es mejor que otro”13. Y aunque la creencia sigue estando ahí, por lo menos se admite. Pero, como nos hacer ver Rorty, hay que tener cuidado con idealizar al lenguaje o a la hermenéutica, como se ha hecho con la objetividad y el conocimiento verdadero, porque “la hermenéutica pasará pronto de moda y sin resultados apreciables, si intentamos vender nuevos conceptos por encima de su valor, a saber, el de una jerga más que intenta romper lazos con algunos errores del pasado”14.

 

        Sin embargo, hay algunos que deambulan por ahí perdiendo la Fe y la esperanza a partir de todo este dilema que se ha generado, simplemente no creen en nada ni en nadie, argumentando que algunas dimensiones de la ciencia no parecen tener razón de ser; a esto lo que se le puede añadir es lo que nos dice Rorty: “la ciencia no tiene nada de malo, sino sólo el intento por divinizarla”15.

...cayendo en su propia trampa.

Ana Lolimar Moreno

lolimarmf@cantv.net

Referencias y comentarios

1 Bernstein, R. (1988). Beyond Objectivism and Relativism: Science, Hermeneutics and Praxis. Philadelphia: University of Pennsylvania Press.

2 Bernstein, R. Op. cit.

3 Bernstein, R. Op. cit. p. 7. Subrayado propio.

4 Bernstein, R. Op. cit.

5 Rorty, R. (1996). Objetividad, relativismo y verdad. Barcelona: Paidós.

6 Rorty, R. (1995) Consecuencias del pragmatismo. Madrid: Tecnos.

7 Rorty, R. (1995) Op. cit. p. 277

8 Nietzsche, F. (1997). Más allá del bien y del mal. Caracas: Alianza. p. 85. Subrayado original.

9 Es de resaltar que la noción de ser científico que se está trabajando tiene que ver con la ciencia como tendencia dogmática y canónica, es decir, en su sentido más conocido convencionalmente.

10 Nietzsche, F. Op. cit. p. 37. Subrayado original.

11 Nietzsche, F. Op. cit. p. 82.

12 Con esta afirmación no se pretende presentar al lenguaje como único aporte de la hermenéutica, ni desconocer el interés de la tradición anterior en él; se toma este aspecto sólo como punto de referencia importante para la discusión que se pretende plantear a partir de este escrito.

13 Rorty, R. (1995) Ob. cit. p. 276. Comillas originales. 14 Rorty, R. (1995). Op. cit. 295

15 Rorty, R. (1996). Op. cit.