Ciencia ficción:
narrativa que se extravía en su referente
Por
Gabriel Payares Farías
“Todo lo que un hombre sea capaz de imaginar,
otros serán capaces de realizarlo.”
Atribuido a Julio Verne
Una breve introducción al género
Las primeras apariciones de la ciencia ficción en la producción literaria se dan alrededor de los años 1800 en Europa, particularmente en Francia e Inglaterra. Imbuida en el auge positivista de la época, que apostaba todo al desarrollo científico-tecnológico, la ciencia ficción podría considerarse una consecuencia literaria del impacto de la revolución industrial en el imaginario del hombre moderno; de hecho, sus huellas iniciales suelen rastrearse a partir de los Viajes extraordinarios de Julio Verne, compilados y publicados a partir de 1863, o más aún, del Frankenstein: el moderno prometeo de Mary Shelley, publicado en 1818 y considerado por muchos críticos del género, entre ellos Isaac Asimov, como “la primera historia de ciencia ficción auténtica” (15). Aunque nacido bajo un floreciente imaginario positivista, este género sobrevivirá al desengaño que constituyó para el siglo XX la promesa decimonónica de un mundo mejor alcanzado a través del progreso tecnológico; una promesa que se vio desmentida por las atrocidades de dos guerras mundiales y dos bombas atómicas. De hecho, es durante el período de la post-guerra cuando el género cobra una mayor vitalidad, bajo la batuta de escritores como Robert Heinlein, Isaac Asimov, Arthur C. Clarke -clásicos ejemplos de la ciencia ficción dura, o racionalista-, y los mucho posteriores Ray Bradbury, Phillip K. Dick, y Harlan Ellison -ejemplos de una ciencia ficción blanda, más literaria y menos cientificista-. Este mismo período estigmatizó al género con el miedo característico de la época y una profunda decepción ante la promesa moderna, al constatar los usos perversos que el hombre ha podido dar a la tecnología salvadora de los positivistas. La ciencia ficción, así, constituye una referencia importante a la hora de considerar el imaginario ficcional moderno; marcha de la mano de un desarrollo científico y tecnológico que avanza a pasos colosales.
Ciencia vs. ficción
Estos dos términos, ciencia y ficción, parecieran encontrarse en abierta oposición. La ciencia constituye comúnmente un discurso ideado para discernir entre lo real y lo imaginario, cuyo objetivo es proveer de respuestas ciertas o probables a nuestras interrogantes universales; mientras que la ficción pareciera dar pasos por otro camino, a pesar de que busque también complacer nuestras necesidades cognoscitivas. Pues lo hace a través de la creación imaginativa, la representación, y de una especulación carente, en principio, de rigurosidad científica alguna; la ficción carece de la intención cientificista de querer decir la verdad, de ser recibida como tal, y de ser tomada como comprobación factual de lo verdadero. Así, resulta verosímil oponer ciencia a ficción, de la misma forma en que solemos oponer términos como verdad y mentira. No obstante, la conjugación de ambos elementos de la ecuación, ciencia y ficción, parecen resultar altamente productivos desde un punto de vista literario: a partir de ellos se construye este tipo de relatos, que precisamente aprovechan el discurso científico para el desarrollo sus ficciones. Pues esto es, en principio, lo que rige a la ciencia ficción como género narrativo.
Isaac Asimov, por ejemplo, definía la ciencia ficción como “una rama de la literatura que trata sobre las respuestas humanas a los cambios en el nivel de la ciencia y la tecnología” (Sobre la ciencia ficción 18); es decir, entonces, que la variación ficcional propuesta en el discurso científico, es la que sirve al relato -valga la metáfora- de plataforma de lanzamiento. De manera similar, el crítico David Pringle, en su libro de reseñas titulado ciencia ficción: las mejores 100 novelas, plantea que “la ciencia ficción, a diferencia de otros tipos de ficción fantástica, intenta siempre asentarse en el universo real, ofreciendo al lector relatos fantásticos que pueden explicarse en términos científicos” (14). De donde se desprende que la presencia (obligatoria) del discurso científico en la ciencia ficción, resulta un elemento que aporta verosimilitud al relato -que lo hace creíble-, y que por ende, constituye un elemento esencial de la construcción del género.
Hasta aquí hemos expuesto dos elementos clave para el ensamblaje del género de la ciencia ficción. Primero, que plantea relatos verosímiles, parecidos a la realidad, y segundo, que utiliza para ello el discurso científico que le es contemporáneo. Un tercer elemento que valdría la pena destacar, es que la suma de esos dos factores, la verosimilitud y el uso del discurso científico, investirá al género con su popular aura profética, su capacidad para proyectar posibilidades futuras que suelen, con bastante frecuencia, ocurrir en el mundo real. Pero de esto hablaremos luego.
El relato de ciencia ficción se diferencia del relato fantástico en que el primero construye sus mundos posibles a partir del mundo real, o al menos de un discurso en principio muy cercano a lo real, como lo es el de la ciencia; mientras que el relato fantástico propone una separación inicial de la realidad, y plantea así un mundo dotado de un grado final de autonomía, de independencia para con la realidad. Piénsese, a manera de ejemplo, en El Señor de los Anillos de J. R. R. Tolkien: el autor plantea un mundo que no se halla ubicado en ninguna zona geográfica existente, y cuyas normas obedecen al mundo mismo, no a las que consideramos “reales” (como la cosmogonía, las propiedades mágicas, las razas de seres vivos, etc). Por su parte, el D.R.A.E., define lo fantástico como “quimérico, fingido, que no tiene realidad, y consiste sólo en la imaginación” (951) por lo que existe, entonces, una diferenciación ad principium entre ambos géneros.
Lo paradójico, entonces, es que la ciencia ficción se plantee la construcción de sus relatos a partir de la explotación, precisamente, del discurso que es tradicionalmente considerado el más verosímil de todos: el científico. Como ya dijimos antes, la ciencia ficción impone un cambio en este discurso científico, a partir del cual logrará entretejer toda una posibilidad de mundo: uno en donde esa remodelación del discurso científico no sea tal. Un mundo en donde puedan darse interacciones novedosas entre el hombre y la tecnología, que de otra manera serían imposibles de considerar. Pensemos a modo de ejemplo, en las historias de robots de Asimov, que plantean experiencias imposibles para su momento de escritura, pero sustanciales y experimentables dentro del mundo ficcional por él propuesto. Ese mundo ficcional, de hecho, se construye a partir de la inclusión de los robots en la realidad tecnológica existente, de la inclusión de un plus tecnológico a la visión que tenemos del mundo real, y su explotación como recurso narrativo. La ciencia ficción, parece estirar las posibilidades de su referente más allá de lo que es considerado factible para el momento de la escritura; sobrepasa nuestra realidad (científica) inmediata, sin alejarse del todo de ella. De hecho, esta extrapolación de la realidad científica resulta muy semejante a lo descrito sobre el proceso de la ficcionalización por Wolfgang Iser, en su artículo La ficcionalización: dimensión antropológica de las ficciones literarias. Iser propone que
En las ficciones literarias los mundos que existen se ven sobrepasados y, aunque todavía son individualmente reconocibles, su disposición contextual les hace perder familiaridad (…) las ficciones literarias incorporan una realidad identificable y la someten a una remodelación imprevisible. (44)
Es precisamente lo que hemos manejado hasta ahora como “cambio” o “alteración”, lo que Iser denomina “remodelación imprevisible”. De allí que no resulte demasiado atrevido afirmar que la ciencia ficción se ocupa de la ficcionalización del discurso científico que le es contemporáneo, a través de la construcción de un relato literario; el discurso científico se ve sobrepasado, y la ciencia ficción lo incorpora a una realidad identificable pero ficcional, tal y como lo describe Iser en su texto. De allí que suela asociarse la ciencia ficción a la ficción futurista -a pesar de que no son obligatoriamente sinónimos-, pues es frecuente que la ciencia ficción se adelante a nuestras posibilidades técnicas, marcando quizás la pauta a seguir para la realización tecnológica de nuestros sueños. Es decir, sus mundos posibles marcan el camino, o al menos un posible camino, hacia esas realidades tecnológicas deseadas. ¿No lo hizo así Julio Verne con sus ficciones en torno al viaje en globo, o al viaje a la luna, o la expedición al centro de la tierra? Sin embargo, y atendiendo de nuevo a Asimov,
Suponer que este aspecto predictivo de la ciencia ficción, esta anticipación de detalles, es lo verdaderamente notable de la ciencia ficción sólo sirve sin embargo para trivializar su campo. Lo importante, y aún crucial de la ciencia ficción es aquello mismo que le dio origen: la percepción del cambio a través de la tecnología. (Sobre la ciencia ficción 15-6)
Dicho cambio a través de la tecnología, plasmado en un relato de ciencia ficción, habrá de someterse siempre a las leyes de lo probable, de lo verosímil, y de algo igualmente importante para el género: las leyes de lo vigente. La vigencia es una noción de suma importancia para el discurso científico, que se encuentra en constante desarrollo, recreación y reactualización; algo fácilmente evidenciable atendiendo a la velocidad con que la discusión registrada en las revistas científicas aumenta cada día más su volumen. Pues bien: de manera similar, las ficciones descritas por la ciencia ficción deben someterse a un proceso similar de reactualización, y, en consecuencia, de arcaización. A medida que el discurso tecnológico ficcionalizado pasa del terreno de la ciencia ficción al campo de lo real, de lo posible, o incluso, al imaginario de lo cotidiano, obliga al género a una reactualización de sí mismo, que tendrá como resultado la exclusión de ciertas obras del canon científico-ficcional, una vez que las ficciones en ellas propuestas resulten “arcaicas”, es decir, resulten factualmente comprobables. Esto es, que mientras lo propuesto por la ciencia ficción se lleva a cabo en el plano real, por un lado se refuerza su carácter premonitorio, y por el otro se resta vigencia a la ficción conquistada dentro del imaginario del género. Se trata de la fantasía cumplida. La que ya no nos interesa.
Esta des-ficcionalización, proceso aparentemente inverso al descrito por Iser, y al descrito para la construcción del género, arcaíza las ficciones, yendo a la inversa, deconstruyendo la ciencia ficción. Más aún, y volviendo al ensayo de Iser, “la ficcionalización comienza dónde el conocimiento termina (…) No es necesario inventar lo que se puede conocer, y por eso las ficciones siempre contribuyen a salvar lo impenetrable (…) Sólo se puede transgredir realidades que, si no, resultan inaccesibles” (61-2). De modo que cuando las ficciones propuestas por una obra de ciencia ficción dejan ya de ser ideas inaccesibles, éstas pierden vigencia, se arcaízan, y la obra que las contiene pierde igualmente su espacio dentro del género. Sus ficciones científicas dejan de llenar un vacío en el imaginario del hombre: es la realidad quién se ocupa ahora de ello. Una vez que un sueño ya se ha cumplido, ha dejado también de serlo.
Existe entonces en la ciencia ficción un doble proceso, que se opone en principio a sí mismo: mientras el progreso tecnológico le aporta al género nuevas herramientas de trabajo y nuevos sueños que proponerse, extrae de él, al mismo tiempo, aquellas ficciones que ha logrado convertir en realidad. El discurso científico real, así, constituye el principio y el fin de la ciencia ficción.
Un género en perpetua transición
Es posible tomar, como ejemplo de este proceso creador y destructor del género, un par de escritores emblemáticos de la ciencia-ficción: Julio Verne, a menudo considerado uno de los fundadores de la ciencia ficción decimonónica, con sus relatos de aventura y de exploración del mundo propuesto; y Ray Bradbury, escritor estadounidense de ciencia ficción “blanda”, célebre por su narración de la colonización del planeta Marte en sus Crónicas Marcianas de 1950. Verne, en sus aventuras cientificistas, construyó una serie de relatos en los que las innovaciones tecnológicas no sólo conformaban una parte indispensable de la maquinaria narrativa, sino que servían de instrumento para la ejecución de la trama. ¿Qué sería de la gesta antiimperial del Capitán Nemo sin el Nautilus, por ejemplo? Esta embarcación submarina, prefiguración de los U-boots alemanes durante la segunda guerra mundial, o de los mucho posteriores submarinos nucleares, constituye un claro ejemplo de una ficción alcanzada por una realidad científica posterior. Lo mismo ocurre con el viaje espacial en De la tierra a la luna de 1865, y con el viaje en globo en La vuelta al mundo en 80 días de 1873. Este carácter premonitorio de sus Relatos extraordinarios, no sólo ha convertido a Verne en una especie de visionario, de Nostradamus literario, sino que también ha ocasionado su exclusión del canon de la ciencia ficción, aún cuando sus obras recogen el imaginario inicial del nacimiento del género: pulsiones expansionistas, aventureras y exploratorias, llevadas a cabo siempre mediante un novedoso concepto tecnológico. Como bien lo proponía Michel Foucault, en un artículo de la revista L’arc, la obra de Verne “se trata de luchar contra la entropía”.
Pero ¿qué sucede hoy en día? Lejos de formar parte del corpus literario de la ciencia ficción clásica, la obra de Verne ha sido reacomodada en otros géneros narrativos: el de aventuras, o incluso literatura juvenil. Es poco frecuente, incluso para el lector asiduo a la ciencia ficción, hallarlo en recopilaciones del género, como sí hallamos al aún vigente Ray Bradbury. Y aunque las similitudes entre ambos no son escasas -la noción de la expansión espacial es afín tanto al uno como al otro, por ejemplo, con la salvedad de que el optimismo de Verne devino con el tiempo en la melancolía de Bradbury, así como el optimismo positivista devino en el miedo de la post-guerra- y sus obras literarias conformaron un pilar importante del imaginario del género, sólo las Crónicas marcianas de Bradbury constituyen aún una obra de importancia para la crítica del mismo. Verne ha sido relegado.
La razón, según lo que hemos visto, posiblemente radique en la vigencia de las ficciones descritas en ambos relatos. La obra de Verne ya ha sido arcaizada por el progreso científico y tecnológico posterior: el viaje a la luna y la exploración submarina, ya perdieron algo de su encanto primitivo. No sólo son ya concebibles técnicamente, imaginables fuera del campo de la ficción, sino que además forman parte de nuestra realidad tecnológica inmediata; no es necesario ficcionalizarlos, como leíamos hace poco en Iser, pues ya son experimentables. Ya han sido aceptados, más que como posibilidades, como verdades. Como parte de una configuración tecnológica del mundo real que habitamos. El posible llegar a la luna. Es posible viajar bajo el agua.
No así sucede con la conquista planetaria propuesta por Bradbury, que aún escapa a nuestras posibilidades técnicas reales. La ficción en torno a la conquista de Marte, es aún necesaria, por lo que Crónicas marcianas aún ostenta un lugar indiscutible dentro del género de la ciencia ficción.
Pero ¿por cuánto tiempo? ¿Cuánto tardará la realidad en hacer obsoletas las crónicas de Bradbury, desterrándolas de la ciencia ficción hacia otros géneros narrativos? ¿Acaso leerán nuestros futuros colonos marcianos a Ray Bradbury como leemos nosotros ahora a Julio Verne?
Es por ello, en conclusión, que la ciencia ficción podría pensarse como un género siempre en transición, cuyo corpus será siempre momentáneo, temporal, en espera de ser desplazado por la realidad hacia otras clasificaciones narrativas, mientras nuevos sueños científico-tecnológicos pasen a ocupar su lugar dentro del género.
Bibliografía
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