Lo Sublime en Longino y Burke

Por:

Víctor García Ramírez

 

Sin duda alguna, las nociones de lo bello y lo sublime son las más  fundamentales de toda teoría estética. En el caso de lo bello, tenemos a partir de Platón una de las más profundas y matizadas reflexiones, que influyeron todo el pensamiento estético de la antigüedad y medioevo. Pero la noción de lo sublime fue menos abordada, y aunque sin duda alguna hay consideraciones importantes en el medioevo como las de San Agustín, no era un tema que fuese relevante.[1] No será hasta Kant que la noción de lo sublime adquiera un papel protagónico en la discusión estética, debido principalmente a su contribución de dividir este sentimiento estético siguiendo las categorías de su pensamiento teorético. Incluso hoy día, Jean-Marie Schaeffer destaca que la influencia de Kant en este sentido fue tan profunda que la corriente del vanguardismo tiene sus orígenes precisamente en las paginas de la “Analítica de lo Sublime” de la Critica de la facultad de Juzgar.

 

Kant trabajo la noción de lo sublime mucho antes de la formulación de toda su teoría Crítica. Elaboró un pequeño ensayo lleva por título Observaciones sobre el sentimiento de lo Bello y lo sublime (1764) del que los especialistas destacan su relación con el empirismo inglés.[2] Y en particular con el pensador Edmund Burke, quien en 1757 publicara Indagación sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y de lo bello, desplegando muchas de las características que Kant considerará en la “Analítica de lo sublime” como necesarios pero insuficientes para entender lo sublime.[3]

 

Y si nos remontamos más atrás del empirismo inglés, la deuda de las ideas de Kant en torno a lo sublime nos conducen al pensador neo-platónico conocido como Cayo Casio Longino, o también como Pseudo-Longino o simplemente Longino (213-273 d.c.) Los fragmentos de su tratado “De lo elevado” o “De lo sublime” -como se traduce con más frecuencia-, dan cuenta de importantes reflexiones sobre la literatura y la naturaleza, cuyos nutridos aportes y distinciones se han mantenido vigentes -inclusive luego de la sistematización de las nociones estéticas que se llevan a cabo en la modernidad.[4] A este respecto, Angel Cappelletti enfatiza la relevancia para el desarrollo del pensamiento de Kant de este tratado de Longino:

 

El gran cambio respecto a lo sublime se suele atribuir a Kant. Este, sin embargo, más que destruir y suplantar las tesis del Pseudo-Longino, las corrige, desarrolla y complementa en sus Beobachtungen über das Gefühl des Schönes und Erhabenen.[5]

 

En base a lo expuesto, aquí nos dedicaremos a revisar la noción de lo sublime en Longino y Burke, para entender como estos pensadores constituyen una referencia que no debe ser olvidada ni tomada a la ligera a la hora de entender las contribuciones que hizo Kant. Lo haremos cronológicamente, por lo que iniciaremos con el tratado de Lo sublime de Longino, luego pasaremos a la Indagación sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y de lo bello de Burke. Así, obtendremos una visión panorámica que nos adentre y nos permita distinguir, en otro lugar, cuáles son los matices que aporta Kant en la Critica de la facultad de Juzgar  a la noción de lo sublime. Se trata de rescatar de alguna manera la importancia que para Kant y para el pensamiento estético en general implican los pensamientos de Longino y Burke.

 

I. Longino

 

En primer lugar, hay que aclarar que Longino al escribir De lo sublime, no tenía como propósito elaborar un tratado de estética filosófica.[6] Y no podía ser ese su propósito porque la estética sólo logró desarrollarse como una disciplina independiente ya entrada la modernidad.[7] Es más, no fue sino hasta Baumgarten en el siglo XVIII, que se acuño el término “estética” para distinguir el tipo de pensamiento relativo a la sensibilidad.[8] Por lo tanto, se suele conseguir en el texto de Longino que las reflexiones que podemos llamar “estéticas” están entretejidas –en un modo algunas veces intrincado- con especulaciones de orden político y moral. Esto nos conduce a realizar un trabajo casi artesanal al momento de separar las hebras estéticas del elaborado tejido que conforman sus reflexiones.

 

En función de lo anterior, podemos empezar diciendo que el objetivo explicito del tratado De lo sublime era dar consejos a los escritores, oradores y futuros políticos de la época. Tales consejos versaban sobre cómo conmover los ánimos de lo oyentes para llevarlos -por medio de la retórica y la literatura- a un determinado estado “elevado” o “sublime”, y de esta forma, no sólo lograr persuadirlos sino arrastrarlos definitivamente.[9]

 

Lo importante para Longino, era explicar la naturaleza de las cinco fuentes del estilo sublime que él reconoce. Es decir, determinar si éstas podían ser objeto de una técnica, o si eran un don de la naturaleza que algunos tenían y otros no. Esta disyuntiva bifurca la estructura de la obra: por un lado, los capítulos del IX al XV atienden los elementos que dependen de las disposiciones naturales de los sujetos para sentir y fomentar lo sublime (las primeras dos fuentes); y por el otro, los capítulos del XVI al XLIII que exponen los recursos que pueden ser aprendidos mediante una techne (las últimas tres fuentes).

 

Como ha de sospecharse, nuestro autor se inclina a dar más peso a los aspectos de la segunda parte del tratado, en otras palabras, a lo que puede ser aprendido y enseñado, lo cual cree es más urgente y útil.[10] Y dicha creencia, motivada por su pesimista perspectiva sobre la literatura y en general en torno a la sociedad de su época, a la que ve en estado de declive.[11] Ángel Cappelletti nos revela este punto de vista claramente, al decir de Longino que:

 

…atribuye la decadencia de las letras a la corrupción moral que afecta a los cimientos de la sociedad. La codicia, que a todos atormenta, y la búsqueda del placer, que a todos esclaviza, son las verdaderas causas de la mediocridad poética, ya que ambas pasiones, bajas y mezquinas, hacen innoble el alma de quien las cobija.[12] (…) En consecuencia, los hombres no aspiran ya a lo grandioso y lo sublime sino que paulatinamente envilecen sus vidas y degradan sus almas.[13]

 

De esta forma, tenemos que Longino establece claramente un primer aspecto que se mantendrá vigente en el tratamiento de lo sublime tanto en Burke como en Kant. Se trata de la relación de este sentimiento estético con la moral. Nuestro autor, resalta la importancia de un buen talante moral para tener un estilo tan preciado como el Homero o Platón, los cuales son dignos de imitación.[14] Por supuesto, que en los autores de la modernidad dicha relación estará mucho más mediada que en el caso de nuestro pensador antiguo. Sin embargo, lo que siempre será una constante es el reconocimiento en la vida moral de cierto efecto, de un ligero o agudo eco que provocan las imágenes sublimes.

 

Un segundo rasgo importante que hace mención Longino es la universalidad del sentimiento sublime:

 

Es realmente sublime aquello que tolera un análisis profundo, aquello contra lo cual resulta difícil (desagradable), más aún, imposible revelarse y que deja en la memoria una huella poderosa y difícil de borrar. En una palabra, ten por bellas y verdaderamente sublimes aquellas cosas que agradan siempre y a todo el mundo.[15]

 

Puede apreciarse en el texto que tal universalidad esta basada en un cierto carácter “poderoso” de lo sublime. Al decir que no es posible revelársele, que deja marcas en el recuerdo, y que aunque podamos someterla a profundas reflexiones la impresión no se desvanece; Longino nos indica implícitamente que tal rasgo de poder implica una fuerza que nos resiste. Y esta idea de una fuerza latente, viene acompañada de una sumisión, un padecimiento ante el que asentimos todos, una complacencia ante esa fuerza que por someternos “agrada” a todos.[16] No aclara de qué tipo de fuerza se trata, pero esto da pie a desarrollos en Burke y Kant que veremos luego.

 

En el tratado se menciona el uso de otros elementos que caracterizan lo sublime, de los cuales debe hacerse uso con maestría para no caer en errores de estilo. Entre estos insiste en valorar como importantes: lo grande, “los rasgos culminantes y sobresalientes”, el espanto, la oposición interna y externa, y la complejidad. Muestra como ejemplo unos preciosos versos de Safo titulados Oda a Anactaria, que resulta oportuno reproducir aquí:

 

Igual a los dioses me parece ese hombre, que ante ti se sienta,

y de cerca escucha tu voz dulce, tu risa deliciosa,

que golpea y altera el corazón en mi pecho.

Pues, siempre que te veo, la voz rápidamente me abandona;

la lengua se me quiebra; de pronto un sutil fuego corre bajo mi piel;

la vista se me apaga, me zumban los oídos; me corre un sudor frío,

un temblor me invade toda entera,

verdea mi color más que la hierba;

desfallezco y, (sin aliento), parezco como muerta.

Mas se ha de arriesgar todo.[17]

 

Para Longino, esta oda muestra los elementos con los que caracteriza lo sublime. En su interpretación del poema, acentúa el valor que tiene la elección de los instantes más extremos de las contrariedades físicas y espirituales, la manera en la que se sopesan todos los momentos de vulnerabilidad con el de dominio de sí.[18] Por nuestra parte, notamos que el punto más elevado aguarda en el último verso, cuando llama no sólo a soportar y resistir, sino a apostar y “arriesgar todo”. Así, lo sublime mora en la valía que se exige Safo en la última frase, con el fin de resistir ante la gravedad que la belleza de Anactoria ejerce en ella. A partir de aquí, y haciendo uso de una metáfora usual en los antiguos, Longino insta a emular a los grandes poetas como Safo; diciendo que aunque imitarlos sea como la lucha injusta entre los Dioses y el hombre, entre Zeus y Homero, en la que siempre vence el Dios, “se trata de un combate hermoso y digno de ser ganado, en que incluso el ser vencido por los antepasados no es una deshonra”.[19]

El tratado De lo sublime, contiene además una serie de recomendaciones sobre la formulación de metáforas para evitar versos desafortunados y desmedidos que equivoquen lo elevado y lo profundo con lo “hinchado” o “ampuloso” -como allí se denomina.[20] En general, una serie de consejos estilísticos que buscan lograr lo sublime.

Por ultimo, vale la pena subrayar que nunca se indica explícitamente lo infinito como característica de lo sublime, un aspecto muy importante en Burke y Kant. Pero siguiendo a Cappelletti no hay porque ceder este punto a los autores modernos, ya que para él, en Longino puede contemplarse lo infinito como “una especie de grande”, a la que si hace mención.[21]

 

II. Edmund Burke

Frecuentemente los historiadores de las ideas estéticas, resaltan la importante influencia que tuvo Burke sobre las formulaciones kantianas.[22] Este pensador británico con su ensayo Indagación sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y de lo bello, se convirtió en una referencia obligada en el área estética para sus contemporáneos, e inclusive hoy día sigue siendo relevante su aporte para conceptualizar las nociones de lo bello y lo sublime. Su pensamiento se enmarca dentro de la tradición de estética psicológica inglesa del siglo XVIII, junto con Addison, Home y Hume, quienes se enfocan en la relación de la experiencia de los sentidos con el juicio de gusto, y que influyeron a Kant no sólo en ésta sino también en otras áreas.

Burke reconoce explícitamente a Longino como un antecedente valioso. Resalta su observación sobre el efecto elevación, de “grandeza interior” que producen las imágenes sublimes en quienes las oyen o leen, y la universalidad que ello implica al suponer que: “…es lo que todo hombre tiene que haber sentido en semejantes ocasiones”.[23]

Aun así, la obra de Burke representa una evolución con respecto a la de Longino. En primera instancia, debido a que mientras el neo-platónico no distinguía entre un sentimiento de lo sublime y un estilo sublime; para el británico “lo sublime” es mucho más que un asunto de lenguaje retórico. Aquí, se trata de una sensación estética, es decir, de la manera en que ciertos objetos de la realidad afectan nuestra sensibilidad y la forma en que la misma responde. Pero más allá de esto, lo que sin duda convierte a la Indagación en un texto tan importante, es que por primera vez se dibuja una clara distinción entre lo sublime y lo bello.[24]

 

       El gran acierto de Burke consiste en atribuir fuentes diversas a las sensaciones de lo bello y de lo sublime. A partir de allí, deriva los efectos de cada uno de estos sentimientos estéticos. En otras palabras, separa el ámbito objeto-sujeto, tanto para el caso de lo bello como para el de lo sublime. Es más, para nuestros fines, podemos intentar entender la estructura de su escrito en función de tal separación. Notamos que su obra se divide en cinco partes, a las que les precede una pequeña disertación sobre el gusto. La primera parte puede asumirse como una introducción de las nociones de placer y dolor en relación con lo bello, lo sublime y el sentimiento de simpatía. La segunda y tercera parte, estarían dedicadas al ámbito de los objetos que suscitan lo sublime y lo bello, respectivamente. La cuarta a los efectos que dan lugar en el sujeto ante estos objetos. La quinta parte, explora la relación entre la literatura y los efectos estéticos de las palabras en general.[25] Siendo consecuentes con esto, concentraremos nuestro análisis en la segunda y cuarta parte de la Indagación.

Burke señala que en cuanto a los objetos que despiertan la idea de lo sublime, éstos deben cumplir con ciertas propiedades; que pueden estar presentes, bien sea por separado o las unas junto a las otras, en adecuada mixtura.[26] Tales son: las grandes magnitudes -y la eternidad y/o infinidad que representan-, la idea de poderes muy amplios y fuertes, los abismos, la soledad, el vacío, el silencio, la oscuridad, o una luz muy intensa que amenace con anular nuestros sentidos. Una luz como a la que se refiere Borges al interrogarse: “¿En qué hondonada esconderé mi alma para que no vea tu ausencia que como un sol terrible, sin ocaso, brilla definitiva y despiadada?”.[27]

Y lo que guardan en común estas características de los objetos es que causan terror en el sujeto. “Lo terrible” es el efecto psicológico que por excelencia sirve de eje a la primera definición de sublime que enuncia Burke. En sus propias palabras:

 

Todo lo que resulta adecuado para excitar las ideas de dolor y peligro, es decir, todo lo que es de algún modo terrible, o se relaciona con objetos terribles, o actúa de manera análoga al terror, es una fuente de lo sublime; esto es, produce la emoción más fuerte que la mente es capaz de sentir.[28]

Pero este terror debe entenderse como un terror placentero.[29] Para aclarar esto, hay que diferenciar la “idea de dolor y peligro” del verdadero dolor y peligro. Notemos, por ejemplo, lo que quiere decir Burke en la siguiente frase: “Lo que hace de ordinario que el dolor sea más doloroso, si es que esto puede decirse, es que se considera como un emisario del rey de los terrores”.[30] Enfocando nuestra atención en la primera parte de la oración, puede distinguirse fácilmente dos niveles de dolor: el que efectivamente se padece y la idea que se tiene de él. En el primer nivel, ese dolor no generaría ningún placer; pero en el segundo, donde sólo nos merodea la idea de dolor y no llegamos a sufrirlo, si es posible despertar un terror placentero.

 

Para Burke esto se explica porque “el verdadero terror” esta conectado con el hecho de que podemos evidentemente salir dañados. Por lo que, al reconocer que tenemos frente únicamente la “idea de terror” y no uno real, podemos distanciarnos y sentir placer. Se conectan así, diversos elementos que dan pie a una segunda y más completa definición de lo sublime:

 

Las pasiones que pertenecen a la autoconservación están en conexión con el dolor y el peligro; son dolorosas simplemente cuando sus causas nos afectan inmediatamente; son deliciosas, cuando tenemos una idea de dolor y peligro, sin hallarnos realmente en tales circunstancias. (…) Todo lo que excita este deleite lo llamo sublime. Las pasiones que pertenecen a la autoconservación son las más fuertes de todas.[31]

 

Se puede apreciar que en esta definición se haya tácitamente una concepción de “naturaleza humana” que en el fondo sostiene la universalidad del sentimiento sublime para Burke y que seguirá funcionando en Kant. En la medida en que todos somos seres sensibles, y podemos apreciar nuestro propio sentir, sabemos que hay circunstancias que nos hacen bien y otras que no. En términos de Burke, las circunstancias activan o no, nuestras “pasiones de autoconservación”. Tales pasiones están en honda relación con lo sublime, por lo tanto, este sentimiento estético esta conectado con la forma en la que estamos constituidos, funcionando como una especie de alerta de nuestra propia preservación.

 

En cuanto a lo bello, basta con que señalemos que se considera como tal, todo aquello que genera un sentimiento de placer fundado en el apego o amor que produce, y no ya en la idea de terror como en el caso de lo sublime.[32] Las propiedades en los objetos que se consideran bellos deben ser completamente aprehensibles por los sentidos: tamaños relativamente pequeños, luz suficiente para apreciar los colores, texturas lisas, delicadeza, fragilidad, entre otras.[33]

 

Burke expone una serie de diferencias entre lo bello y lo sublime, y busca indagar la “causa eficiente” de ambas pasiones. Esto lo conduce a nuevas disquisiciones en torno a los rasgos ya explorados, y a emparentar los sentimientos de admiración y amor, con lo sublime y lo bello respectivamente. De lo que elocuentemente concluye diciendo: “nos sometemos a lo que admiramos, pero amamos lo que se nos somete”.[34] Una diferencia de reacciones que difícilmente pueden ser conciliadas.

 

Sin embargo, tal separación de lo bello y lo sublime puede algunas veces desdibujarse. Esto se explica porque es válido tomar lo sublime como una especie de belleza de los grandes objetos o gestos; pero la relación contraria –tomar lo bello en algunos casos como sublime- no es lícita. Lo mismo seguirá valiendo para Kant.[35] Particularmente porque el poder, las grandes fuerzas y la violencia que ellas implican; no serian nunca cualidades adecuadas para lo bello. Burke hace ahínco en la idea de que el terror que generan los grandes poderes encuentra sus mejores ejemplos en los textos bíblicos.[36] También Homero, Platón, Milton y los poetas paganos son citados como maestros creadores de imágenes sublimes, pero las Escrituras ocupan el primer lugar para nuestro pensador inglés, cuando se trata de la manera en que se exhibe el poder. Como muestra de este pensamiento, traemos unas líneas de los Salmos en los que también se puede apreciar la coexistencia de lo bello con lo sublime:

 

Al borde de los canales que pasan por Babilonia,

nos sentábamos llorando al recordar Sión.

En los sauces, que allí crecen, habíamos colgado nuestras arpas.

Fue entonces cuando nuestros vencedores nos pedían canciones

y nuestros opresores un canto de alegría

“Cántennos, nos decían, un canto de Sión”

¿Cómo íbamos nosotros a cantar canciones del señor en un suelo extranjero?

Si me olvido de ti, Jerusalén, que mi mano se olvide de servirme.

Que mi lengua se pegue al paladar si de ti no me acuerdo,

o si Jerusalén no es para mí mi mayor alegría.

Acuérdate, señor, de la gente edomita que decía,

el día en que cayo Jerusalén:

“Echen abajo todo, arrásenla hasta los mismos cimientos”

Hija de Babilonia, que serás destruida,

Dichoso el que te hiciere los males que a nosotros nos hiciste

Dichoso aquel que agarre a tus pequeños

y los haga pedazos en las piedras.[37]

 

En los primeros versos la nostalgia es bellamente presentada, pero la misma se va acrecentando hasta invocar situaciones sublimes. Usualmente los rasgos que caracterizan a las divinidades son tan poderosamente infinitos, que ocultan una secreta violencia en su magnificencia. Pero esta violencia es dual, ya que por un lado infunde un temor reverencial y por el otro es objeto de amor al implicar resguardo, soporte, protección. Es así, a través de los dos sentidos que implica la violencia, que lo sublime y lo bello se dejan ver como gestos distintos de un mismo rostro.

 

Aunque se puede deducir fácilmente de sus textos, ni Burke ni Kant elaboraron un desarrollo específico sobre la idea de violencia y su relación con lo sublime. Será Schiller quien de pie a su desarrollo sobre lo sublime a partir de la violencia. Explica la tensión que genera este sentimiento como un intento del espíritu humano para no dejarse violentar por las grandes fuerzas que lo asedian.[38]

 

El papel de la imaginación en lo sublime, es otro aspecto en Burke que como antecedente para la obra de Kant es muy valioso. A medida que un objeto se nos muestra adquiriendo mayor magnitud y poder, se nos comienza a despertar la idea de lo infinito hasta que se va agotando la capacidad para representarlo y “nuestra imaginación finalmente se pierde”. La no posibilidad de poderlo configurar en nuestro espacio mental dará paso al terror, quien es del poder “su compañero inseparable”.[39] Así, esta “pérdida” de la imaginación –que en Kant se denominará “fracaso”- resulta ser uno de los elementos que desencadenan la afección sublime. Como veremos más adelante, Kant desarrollará está idea en otras direcciones para relacionar a partir de lo sublime, a la imaginación con el entendimiento y la razón práctica.

 

Adicionalmente Burke concluye su escrito estableciendo la relación de lo sublime con las artes. Se centra en dar argumentos sobre la superioridad de las palabras frente a la pintura para lograr el efecto de sublimidad. Básicamente, porque las primeras despiertan la simpatía pero dejando cierta oscuridad, y en el caso de la segunda, la imagen directa da una idea “muy clara” al espectador de lo que se quiere mostrar, lo que le resta fuerza al efecto sublime.[40] Nuestro pensador inglés no hará mención en ningún momento a la música. Igualmente las muestras de lo sublime que Kant nos acerca son principalmente literarias. Será Nietzsche, quien posteriormente reivindique a la música como generadora de lo sublime e incluso la considere abismalmente superior al efecto de las palabras.[41] Pero tanto esto, como otros aspectos, deben ser desarrollados en otro lugar.


 

[1]  Cf. Barnaouw, Jeffrey “The morality of the sublime: Kant and Schiller” en Studies in Romanticism, 19:4, (1980:Winter), extracted fron PCI Full Text.

[2] Cf. Larroyo, Francisco en “Estudio introductorio” Kant, la Crítica del Juicio, México, Editorial Porrúa, 6ta Edición, 1997, pp. XII-XIII.

[3] El señalamiento de las limitaciones la concepción de Burke las realiza Kant en el § 29 de la Crítica de la Facultad de Juzgar, específicamente entre A128-A130 del “Comentario general a la exposición de los juicios estéticos reflexionantes”.

[4] Si bien es cierto que se suele atribuir la autoría de este tratado a Longino, hay indicios de que su autor puede ser otro pensador antiguo llamado Dionisio de Halicarnaso. De igual forma, como dice Francisco de P. Samaranch esto es “…un  difícil problema sin solución por ahora y aun quizá insoluble” y en cualquier caso irrelevante para nuestros propósito. De igual forma, si se desea una aproximación a este problema véase Samaranch, F., “Nota preliminar” en Longino, De lo sublime, Buenos Aires, Aguilar, Biblioteca de iniciación filosófica, 1era edición, 1972 (1554), pp. 9-34.

[5] Cappelletti, Angel, La estética griega, Mérida, Ediciones FAHE, 2000 (1991), p. 247-8. El texto de Kant cuyo título aparece en alemán no es otro que el ensayo Observaciones sobre el sentimiento de  lo bello y lo sublime, al cual nos referimos anteriormente.

[6] En realidad, el tratado De lo sublime esta enmacardo como una pieza importante dentro la retórica y crítica literaria antigua y no como una obra de estética filosófica. Específicamente por su significativa referencia a los clásicos de la época en función de su estilo que podía ser bajo, moderado o elevado lo cual implicaba ciertas reglas del ambiente y situaciones de los personajes. La obra de Longino constituye una reivindicación al estilo elevado, dando un lugar privilegiado a la tragedia y cierta poesía para lograr este efecto.

[7] La idea de que los antiguos aunque reflexionaban sobre el arte, la belleza y lo sublime no podían haber desarrollado una “estética” como una disciplina con una fundamentación y lógica propia es señala por García M., M., en “La estética de Kant”…, cit. pp. 17-23.

[8] Bayer, Raymond, Historia de la estética, México, Fondo de Cultura Económica, 1998 (1961), p. 7.

[9] Sobre un efecto superior a la persuasión logrado por lo sublime Longino dice: “Las cosas sublimes no llevan a los oyentes a la persuasión, sino al éxtasis. Siempre en todas partes lo admirable, unido al pasmo o la sorpresa, aventaja a lo que tiene por fin persuadir o agradar” en  Longino, De lo sublime…, cit., p. 39 (Cáp. I)

[10] En realidad esta afirmación debe ser vista con cierto matiz, pues si bien es cierto que Longino dedica más parte de su reflexión a la segunda parte, dice que será en otra obra que trabaje el problema del pathos ante lo sublime (cáp. IX). Además, una fracción del texto se da por perdida y existen fuertes indicios para los especialistas que en esos fragmentos perdidos se encuentre un desarrollo más amplio de la primera parte, ya que sólo se tiene el texto que se refiere a la segunda fuente de lo sublime pero no a la primera. En torno a esta discusión, véase: Samaranch,  “Nota preliminar”…, cit., pp. 18-22.

[11] La conclusión del tratado apunta específicamente a este punto, la decadencia de la literatura como manifestación de la decadencia moral de su época. Cf. Ibid., p. 154-158. (Cáp., XLIV)

[12] Cappelleti, La estética griega…, cit., p. 245.

[13] Ibid., p. 246. Si adicionalmente, se desea conocer sobre el contexto de discusión, la influencia de Filón de Alejandría en la formación del punto de vista de Longino -en cuanto a la relación entre ética y estética en su pensamiento- y otros aspectos relacionados con pensadores de la época, véase Ibid., pp. 195-273.

[14] A lo largo del tratado abundan las referencias principalmente a la Iliada, de las cuales realiza preciados análisis, en las que resalta, entre otros aspectos, el hermoso retrato que hace Homero de las batallas y la relación de los hombres y los dioses. Igualmente ocurre con  Platón, Hesiodo y Safo, de los cuales hace importantes menciones.

[15] Longino, De lo sublime…, cit., p. 56. (Cáp VII).

[16] Permítase hacer una aclaración respecto al uso del término “agradable” que aquí se hace. Si comparamos este fragmento con el citado en la nota 10, veremos que allí lo “agradable” se considera en una especie de rango menor que lo sublime, mientras que en esta cita “agradable” se refiere a una complacencia que esta al mismo nivel, ya que permite identificar lo sublime. No es lugar aquí para desarrollar estas distinciones que son poco claras incluso en el mismo texto de Longino, por lo tanto, concédase un manejo flexible de este término. Como veremos luego, serán pensadores posteriores quienes establezcan diferencias más claras entre lo agradable, lo bello y lo sublime.

[17] Safo de Lesbos, Oda a Anactoria, en Longino, De lo sublime…, cit. p. 72, (Cáp. X). Según explica Samaranch en una nota 110 del texto, este poema sólo se conserva gracias a esta cita que hace Longino.

[18] Ibidem.

[19] Ibid., p. 83. (Cáp. XIII)

[20] Sobre las faltas que se comenten en lo sublime se dedica específicamente en los capítulos III al VIII. Aunque en toda la obra se pueden conseguir diversos ejemplos de los posibles errores. Cf. Ibid.

[21] Cappelleti, La estética griega…, cit., p. 247.

[22] En este sentido véase Bayer, Historia de la estética, México, FCE, 1998, pp. 212 y 255. También el análisis introductorio que hace Menegue Gras Balaguer, “Estudio preliminar” en Burke, Indagación sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y de lo bello, Madrid, Tecnos, 1987, pp. XI-XXII.

[23] Ibid., p. 38.

[24] Balaguer, “Estudio preliminar”… cit., p. XVIII.

[25] Con razón suficiente, se nos puede objetar la validez de la lectura que proponemos, pues la obra de Burke no se estructura exactamente así. Particularmente en cuanto a los rasgos sobre la relación sujeto-objeto que no están no tan claramente separados como lo planteamos, sino que muchas veces  están mezclados en los diversos pasajes de la obra. Sin embargo, pedimos al lector ensayar nuestro punto de vista ya que por el momento sólo nos interesa un acercamiento panorámico al texto, y a partir de allí destacar ciertos aspectos.

[26] Todos estos rasgos y sus combinaciones (por ejemplo, los efectos de sucesión, mezcla de silencios y  sonidos tenues, ciertos colores, entre otros), son analizados detalladamente en toda la segunda parte. Inclusive, cada aspecto contiene por lo menos un parágrafo de desarrollo. Cf. Burke, Indagación sobre el origen…, cit., pp. 42-66.

[27] Borges, “Ausencia” en el “Fervor de Buenos Aires” en Obras Completas, Buenos Aires, Emecé Editores, 1974, p. 41.

[28] Burke, Indagación sobre el origen…, cit., p. 29. Las cursivas pertenecen al original.

[29] En realidad Burke prefiere llamar “deleite” a esta sensación y dejar el término “placer” para el caso de las emociones positivas como la de lo bello y no usarlo en las privativas como la de lo sublime. Cf., Ibid., p. 99. Sin embargo, consideramos innecesario mantener esta distinción porque el “deleite” sigue tratándose de un “placer” y en varias oportunidades el mismo Burke no la mantiene coherentemente.

[30] Ibidem.

[31] Ibid., p. 38-9.

[32] Cf. Ibid., p. 67.

[33] Estas características y otras similares son desarrolladas en la tercera parte. Cf., Ibid., pp. 67-94.

[34] Ibid., p. 84.

[35] Cf., Balaguer, “Estudio preliminar”… cit., p. XXI.

[36] Cf., Burke, Indagación sobre…, cit., p. 51.

[37] Salmo 137 (138), titulado “Jerusalén, no te olvidaré”, Antiguo Testamento.

[38] Cf., Schiller, “De lo sublime” en Escritos sobre estética, Madrid, Tecnos, 1991, pp. 218-20.

[39] Burke, Indagación filosófica sobre…, cit., p. 52.

[40] Cf. Ibid…, cit., p. 129.

[41] Literalmente Nietzsche dice: “En las más altas manifestaciones musicales sentimos muchas veces la grosería de cualquier imagen, y de cualquier efecto alegado analógicamente”. Más adelante da como ejemplo el último tiempo de novena sinfonía de Beethoven en conjunción con la poesía de Schiller, la que según su juicio no hace sino “estorbar, incomodar y hasta ofender la ardorosa melodía.” En esta idea basa también su conocido desprecio a la ópera. En Nietzsche, Sobre música y palabra, fragmento de 1871, pp. 5 y 6.